Renacimiento
Publicado en Oct 20, 2011
No sé por dónde empezar y no me atrevo a acabar. Lamento todo lo que hice mal, pero no basta, voy a tener que asumir la responsabilidad con todas sus consecuencias y pagar todo lo que le debo a la vida. A veces, aún me veo disfrutándola y me detesto. Ya no puedo más, o sigo adelante o hasta aquí llegué.
¿Por qué siempre me imaginé que terminaría viviendo en la calle? ¿Por qué este maldito pesimismo no se aleja? ¿Ya estoy acostumbrado a perder? Pinches cuestionamientos, ¿por qué no me cuestiono nada positivo? ¡Esa es mi historia! Aunque una y mil veces me digan que yo soy el único que no confío en mí, aunque me repitan en mil idiomas que puedo salir y lograr lo que quiera, hoy mi angustia es un fuego íntimo que arde y quema cualquier anhelo, cualquier esperanza de volver a volar. Por eso pronto, antes de que termine el año, tengo que decidir si vivo o muero. Después vino la luz. Abrí los ojos y ahí estaba, sin ninguna sombra. Todo iluminado para aprovecharse, ¿qué quería? Sólo tenía que tomarlo y seguir avanzando, aunque cada vez que tomaba algo aparecía la finalidad, no de lo seleccionado, sino mía. Algo que nunca había experimentado, ni siquiera considerado. Fue entonces que después de tomar varias cosas, me di cuenta de que no todo lo quería y que no todo era necesario porque simplemente...no eran mi finalidad. De quince selecciones sólo me quedé con cuatro. La primera, confieso, la tomé en cuanto la vi, era la confianza y su finalidad darme la seguridad para realizar lo que me propusiera. La segunda fue la pasión. La finalidad, la entrega total en todo lo que decida emprender en cualquier ámbito. La tercera era el control, para siempre ser tolerante y paciente y así reducir las malas decisiones, pero sobre todo, para aprender a vivir con lo inevitable. La cuarta fue la constancia, para no claudicar, para siempre estar preparado y con opciones de acción. Tomé mis cuatro virtudes y las guardé, ¿qué seguía? No lo podía determinar. Algo faltaba. Volteé y de inmediato la vi, era la acción, con la finalidad de poner en práctica las otras cuatro "virtudes". La tomé y me dispuse a avanzar por el camino iluminado, alejándome de la obscuridad de mi autocompasión y penuria autoimpuesta. Al ir avanzando veía a los lados del camino, buenos momentos, logros y acontecimientos que de una u otra forma me habían hecho feliz hasta que llegué al punto en que vi su rostro y escuché de nueva cuenta su risa. Levantó el dedo pulgar aprobando lo que hacía y sólo me dijo antes de desaparecer. "¡Viva México, cabrones!". En ese momento las cinco virtudes se apoderaron de mi mente. Todo era posible y de todo era capaz. Un renacimiento particular dirigido al éxito. De nuevo era yo y estaba orgulloso de serlo. [i]
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