Era la misma habitación donde se había quedado durante el viaje escolar. La luz que entraba por los amplios ventanales, anunciaba un posible mediodía, pues estaba ampliamente iluminada. Sin embargo, por alguna razón, hacía un frío extraño en aquel lugar.
Las pertenencias de sus compañeras estaban desperdigadas por doquier. Los cajones estaban abiertos y habían varios objetos en mal estado: destrozados, inservibles, pisoteados...
Mara caminó cerca de las camas. En una de ellas estaban las sábanas sucias que había recogido aquella noche que Carolina vomitara. Debajo vio una revista. Aunque quiso recogerla para observarle con detenimiento, se distrajo con la llegada de una mucama que venía a limpiar la habitación.
La mucama llevaba un reloj dorado en la muñeca izquierda, algo que llamó mucho la atención. Era un reloj costoso que difícilmente podría cubrir con su sueldo.
Preguntó a la mucama por la forma en que podía salir hacia la azotea y ella le indicó que siguiera hasta el octavo piso. Al salir, se percató de que la videocámara de vigilancia en el pasillo estaba rota.
Mara quedó muy extrañada con aquel sueño. Después de dos semanas de vacaciones y mientras aplicaba en las diferentes facultades de filosofía, pensó seriamente en volver al hotel.
Nadie tenía aún noticias del paradero de Beatriz y Roberto. Se había emitido un boletín de búsqueda, donde sus familiares los reportaban desaparecidos.
Sin embargo, se sorprendió más aún cuando en los noticieros declararon oficialmente la desaparición también de Carolina T.
Carolina no regresó tampoco de aquel viaje y llevaba, al igual que Beatriz y Roberto, dos semanas desaparecida.
Mara convenció entonces a su madre para viajar nuevamente a aquel  hotel donde se hospedaran durante el paseo.
Su madre, que solía ser su mejor y única amiga, le miró con cierto recelo.
•-          ¿Por qué es tan importante regresar a ese hotel, Mara?
•-          Estoy recibiendo mensajes en mis sueños
•-          No creo que podamos hacer algo mejor que la propia policía.
•-          Yo creo que sí. Estoy segura.
Y viajaron hacia aquella ciudad un fin de semana, mientras su padre se hacía cargo de varios negocios en un lugar vecino.
Mara al regresar al hotel, sintió un extraño escalofrío. Volvió a ver sus brillantes aparadores, la recepción de estilo antiguo... todo estaba igual. Y sin embargo, algo le helaba la sangre.
Se alojaron en una suite del sexto piso, el mismo que ocupara  cuando se quedó días antes en la habitación con Beatriz y Carolina.
Tenía el hotel ocho pisos más el sótano, que servía de estacionamiento. Cada piso tenía amplias terrazas que servían para fiestas y eventos especiales. En el tercer piso se concentraba el área de lavado, las bodegas y almacenes de artículos de limpieza. También se encontraban las piezas de algunas mucamas.
Se encontraban en la primera planta, junto a una plaza comercial, en el restaurante del hotel. Había un patio antiguo al centro, rodeado de grandes arcos de cantera.
Mara sacó su pequeña libreta de anotaciones y empezó a anotar las siguientes palabras, a propósito de sus sueños: "Luz, frío, maltratado, cama, sucio, revista, Carolina, mucama, oro, azotea, videocámara"
•-          ¿Qué es lo que escribes?- le preguntó su madre. Era una mujer guapa y bien conservada, que amaba a su hija y procuraba cubrir sus necesidades de afecto y amistad. Mara por su parte, le apreciaba mucho.
•-          Mi último psiquiatra usaba este método para desentrañar mis sueños- dijo Mara, observando con preocupación aquella lista de palabras.
•-          ¿Qué sucede?- le preguntó su madre.
•-          Todo esto suena feo- le dijo -suena a que algo muy malo está pasando.
Pero en eso, se quedó callada. Alguien que acababa de tomar el ascensor llamó su atención: una mucama que llevaba un reloj dorado.