En el suelo de la cocina, un batallón de caballería yanqui contra una tribu de indios. Eran momentos de juegos infantiles. Mucho molaba el gran Búfalo Bill montado a caballo pero era siempre uno de los primeros en caer. Otra cosa bien distinta era quien conseguía tener entre sus filas al indio conocido como "El Gomazas" pues era casi imposible derribarle. Unos soldados eran más débiles y otros más fuertes para las bolas que lanzábamos contra los enemigos. Algunos no resistían ni cinco minutos pero otros resistían media hora entera... hasta que llegaba mamá y teníamos que recoger, los tres al mismo tiempo, todos los soldados yanquis y toda la tribu de indios. Estoy hablando de juegos de infancia. 
Por cierto, las pistolas también formaban parte del juego pero de puertas de casa hacia afuera. Había dos clases de pistolas: las de agua y la de pinzas. Las de agua eran más inofensivas pues sólo soltaban un ligero chorro que apenas llegaba a manchar momentáneamente la ropa... pero... ¿qué decir de las pistolas de pinzas?. En primer lugar eran de fabricación casera (las de agua había que comprarlas en las tiendas de juguetes o quioscos callejeros) y, en segundo lugar, si es que conseguías armar una buena pistola de pinzas, había que tener mucho cuidado al lanzar los güitos de cereza pues podían dar a alguien en la cara y ya teníamos el jaleo consiguiente armado.
En definitiva, entre Búfalo Bill, "El Gomazas" y aquellas pistolas pasábamos / paseábamos nuestras infancias por la vida humilde de aquel hogar en que la cocina representaba el diario convivir con las batallas que nos hermanaban y la calle era la cara significativa de que éramos, en realidad, felices.