Partes de diario 9 De: Abraham Arreola
Publicado en Oct 31, 2011
¿Qué festejamos hoy quince de septiembre del 2011? Vaya campañas lindas y espesas. Erase que una persona aprendió a criticar e hizo la pregunta del inicio… entonces, un comerciante vio dinero ahí desperdiciado: así nació la campaña contra los festejos, nada que festejar, más o menos así va su lema. Y es normal que conforme las temporadas se hagan las cosas. Viéndose excluidos los ensayistas, ensayaron sobre sus mesas críticas a la critica… casi, casi, como esta, pero menos canija. El método de criticar la crítica, para hacer nueva critica, está demasiado trillado actualmente. Y es normal que conforme las temporadas se hagan las cosas; criticar a la rosca de reyes en septiembre no es muy redituable en estos momentos; y criticar a los que critican por temporadas no mejora la situación. Y sería una exageración criticar la crítica de la crítica que critica la citada crítica que todos critican después de crítica situación en tan crítico estado del país donde no hay más que críticas al gobierno: porque el vicio es criticar al vicio mismo mientras se envician en la crítica del vicio. ¿Pero que paso en realidad el quince? El quince, la señorita festejo bailando un vals. En otros quince alguien salió del hospital. Rudolfeto se llama, no es la señorita, claro que no, es un señor padre de familia que desea convivir con sus hijos. Rudolfeto encendió la televisión el catorce: en Querétaro habría pachanga, buen ambiente y pirotecnia; sus hijos se merecían tal cosa. Rudolfeto salió a trabajar el catorce y se encontró con un platicador profesionista. Aquel hombre de traje le dijo que el bicentenario es una farsa, que con la condición actual deberíamos de llorar todos al mismo tiempo, que ya es hora de actuar. Rudolfeto le pregunto si tenía esposa, si tenía madre, si tenía hijos, si sabia usar la pala o el pico, si hacia las cosas o pagaba para que las hicieran, si con sandalias y playera se sentía igual que con traje de alquiler… Aquel hombre no tenía nada de eso, por lo mismo no tenía nada que festejar. Aquel hombre vio en esta parte, una propaganda, una trampa. Un ataque a su persona, a su libertad de expresar sus ideas de anti festejo nacional. Aquel hombre odiaba estar solo e ideó campañas publicitarias, creyendo liberar a la gente, cuando en realidad le estaba quitando un buen día de descanso. Y Rudolfeto viendo como aquel hombre señalaba al autor, dijo algo más o menos así: qué importa que México tenga doscientos, mil o un millón de años. Rudolfeto no iba al Centro Histórico a festejar a su bandera; iba a pasar un tiempo con su familia, agradeciendo esos dos días de flojera conquistadora; sus hijos llegarían cansados a casa, Rudolfeto dará el beso de buenas noches a su mujer, Rudolfeto gastará el quince en su vida… y de manera indirecta pero eficaz en México. Aquel hombre cree que el mexicano es fanático de su patria; si eso fuera cierto, otra seria la situación, evidentemente; pero es normal que alguien grite que la fiesta es un asco cuando nadie lo ha invitado a ella. Rudolfeto grita viva México desde el camión que va hacia su casa: el gritador oficial piensa que la gente lo espera hasta la noche sólo porque es el gobernador, cuando la gente tiene muchos motivos más por los cuales quedarse o irse, que sólo por un ególatra individuo gritón; Rudolfeto regresó temprano, porque para darle el beso a su mujer debían regresar sanos y salvos, regresar temprano, antes que los ladrones salgan a trabajar. Rudolfeto no es tonto, sabe lo que tiene su país, y no lo festeja: festeja su vida, disfruta del puente más largo en lo que va del año. Nada más.
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