Sin alusiones De: Abraham Arreola
Publicado en Nov 05, 2011
El deber de tomarte entre mis manos y volverte tan sólo una anécdota… a fuerzas. Linda mujer, no es la más hermosa, pero si es bonita; y muy sexy… Cuando la conocí, no podía dejar de mirar aquellos pechos, producidos por su adolescencia que apenas iniciaba; ese suéter de colores, que producía un efecto de tridimensionalidad en su cuerpo. Me daba mucho miedo estar con ella a solas; siempre sabia como atraparme, tenerme entre su cuerpo, lleno de temor, por miedo, ante sus manos que levantaban mi playera como si me untaran un ungüento imaginario. Podría ser erótico, pero lo entendí después; un hombre de veinte años la trataba de esa manera, le dijo que era su amigo, y en la obscuridad, bajo la iglesia de la colonia, él la besaba con desesperación. Un hombre apuesto con mucha arrogancia, ninguna veinteañera se atrevía a acercase a ese joven pues veian en su rostro una urgencia de pintar de blanco cualquier orificio... pero él no se mortificaría. La niña fue a buscar a ese hombre en busca de consuelo, pero ese hombre tenía más problemas, todos ellos escondidos en su escroto a punto de reventar; trató a la niña como a una mujer, afortunadamente, ella era inocente y yo… era más inocente que ella. Mi comportamiento hostíl ante sus ganas desenfrenadas de sexo, le hicieron razonar; no que el sexo fuera malo, no me quejo de ese aspecto; pero un joven aprovechándose de una niña… la niña aprendió la primera lección de mi, respeto. El tener ganas, no significa estar a precio de oferta. Aprendí de ella, que a las mujeres lo que pidan; aprendí, que para todo hay momento ante la mujer, aprendí que las ganas se transforman en energía y en goles recordados por los amigos de la infancia durante toda la vida. La vi desnuda, trece años; yo, ayudado por la cascada fría que disimulaba todo. Es en este párrafo, cuando llego un amigo de ella, que de lindo niño se hizo un chico apuesto; pero si los Panchos existían, porque nuestro trió no iba a ser posible. Bella época, donde los niños mayores se divertían en el cuarto a obscuras. Aunque no es la única chica, y eso yo lo sabía… Una morena preciosa se atravesó en el juego, y me llevo con ella; el trió se separaba para ser un duelo de duetos; yo no me quejaba, porque el trato que recibía era mejor; pero aquella niña también dejo a su niño galán y paso a ser una catadora de hombres. Mientras yo le hablaba de planes a cumplir, me platicaba cual de sus amigos besa mejor; platica individual en pareja que siempre terminaba en lo mismo: ¿y si tu y yo…? Jamás llego el día, ella lo comprendió; no estaría dispuesto a tenerla por más de una hora, y ella no me soportaría por más de tres minutos: grandes amigos por muy pequeños lapsos. Le deje de hablar, y sus ganas volvieron; cualquier hombre que le tocara los senos era bienvenido. Cuando le volví a hablar, ahí estaba, excitada porque mi alba me quedaba apretada, ya que siempre he usado suéter de talla más grande que disimula mi forma real. Yo no soy sacerdote, ni ella una moja; únicamente niños con vestido ayudando en la celebración. Pero las perversiones existen siempre; todos somos pervertidos, de otro modo, sólo ciertas personas serían acosadas. Ella ya no era una niña, y se notaba en aquel vestido sacro que portaba. Los señores le temían, porque sus piernas se doblaban sin querer; y cuando salían al pueblo, solo ella podía caminar sin preocupaciones. Y eso le gustaba. Nació con la voz que envidaban todas las coristas, con el cuerpo que deseaban todos sus amigos; entro al coro de los guapos, donde hasta el señor más grande robaba suspiros. Un coro con cantos pop, música ligera, chicos delgados, voces suaves y pensamientos reprimidos. Pero como dije en un principio, no era la más bonita y cayó en la trampa de la vanidad. Niñas nacen a todas horas, afortunadamente todavía puedo escribir eso. Niñas más hermosas llegan al campo de batalla. Y las niñas lindas, con voz bonita no dan mucha escena; sobre todo si el cuerpo bien formado es la única defensa. Arreglóse diariamente, busco conquistar chicos a diario; pero esas niñas sin hacer lo que ella bien sabía hacer, eran codiciadas, por su juventud notoria: los clásicos doce años. Ella ya tenía quince. Su primera vez fue hace poco; tenía diecisiete años. Aunque no le fue muy bien, supo lo que era aprenderse de memoria su ciclo menstrual, preguntar a su amigo confidente las principales características de quedar embarazada. Como todo joven al librarse del peligro, lo vio a broma. No hace falta terminar la historia, porque sería insultar al niño que ahora ella espera con tanta resignación. Porque el niño si bien no fue planeado, será bien recibido.
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