Ningún espacio debe tener puertas
cerradas al sueño de un camino
ni dejar en las cunetas, muertas,
las esperanzas vivas del sentir divino.
Ningún espacio puede tener, yertas,
las flores que riega el fiel vecino
del querer saber amar las horas ciertas
de sentirse libre como el gran felino.
Ningún espacio es tan fiel propuesta
como aquel que nace en el designio
de quien no sabe lo que es la siesta
pues siempre está despierto en su dominio.
Ningún espacio sabrá qué es la apuesta
de ser libre sin ningún castigo
si no sabe superar la afrenta
que le hace siempre su enemigo.
Ningún espacio hay que dé respuestas
si está cerrado siempre en sí mismo
y se niega en rotundo a dar por ciertas
las viviencias que otros cuidan con su mimo.
Ningún espacio deja manifiesta
la libre voluntad de un ser vivo
si hay odio en lugar de fiesta
en el corazón que no está ya redivivo.
Ningún espacio es mayor en esta
sensación de andar siempre con el digno
caminar con la cabeza bien enhiesta
y el corazón de Jesucristo como signo.