Poetizar.
Publicado en Nov 22, 2011
Poesía. Un sinfín de palabras sin freno que resuenan en el interior de los siglos humanos. Una figuración de nuestros principales sentimientos, escritos o solamente sentidos, que no están nunca en las primeras páginas de los diarios de prensa ni en los demás medios de comunicación de masas pero que son un fiel reflejo de nuestras sociedades individuales, las sociedades de la soledad y, a veces, las sociedades de la compañía. Hasta que llega un momento en que se nos hacen necesarias para vivir cara al futuro; porque nuestro futuro siempre las necesita.
Poesía. Fascinación de nuestros contextos internos remontándose siempre a lo que nos ocurre dentro del alma. Palabras escritas o simplemente silenciadas pero que, no pudiendo estar en las arenas públicas, tienen que estar siempre presentes en nuestras vidas, luchando contra el reto de poder expresarnos libremente y de manera bien definida. Porque la poesía nos dice que sabemos demasiado de nuestra alta voz. Nunca es un tiempo perdido dejar escritos nuestros poemas en los cuadernillos que figuran sin cánones establecidos. Nunca. Porque siempre están ahí... hasta que oigamos nuestra alta voz como hecho fehaciente de constancia inclaudicable. Estarán tarde o estarán temprano, pero siempre estarán latiendo y, a la vez, pesando en nuestro desafío anímico como nuestra propia visión histórica y social del alma de nuestros mundos sin ninguna clase de imposición externa. Poetizar es indagar en toda nuestra alta voz (siempre tan distinta y siempre tan diferente) en este continuo conflicto que es hallar nuestras propias verdades y definirlas como puntos en común con nuestros propios deseos. Para los poetas y las poetisas, poetizar es siempre tratar de poner sobre el alma la construcción de nuestros esquemas individuales (con sus dimensionadas situaciones) dentro del amplio y complejo macromundo social exterior al uso. Por eso la poesía, sin dejar de ser nuestra realidad, no es la realidad tal como los demás la entienden; porque la poesía narra siempre nuestros íntimos problemas. Y no hay nunca dos íntimos problemas iguales. Poetizar es como entretejer esas nuestras intimidades en las vivencias con las que convivimos colectivamente. Poetizar es personalizar lo que de común es para todos, pero siempre con los planos ligados y desligados (al mismo tiempo) de nuestros contextos culturales. Ligados porque son experiencias propias que se quieren contar. Desligados porque siempre son diferentes, apartadas, alejadas... y chocan con los momentos en que vivimos. ¡Qué duro es, a veces, crear esas condiciones de independencia!. ¡Pero eso es poetizar!. ¡Independizarnos hasta de nosotros mismos!. Porque los poetas y las poetisas siempre se sienten muy asilados, muy inexistentes de los grupos y, sin embargo, presentan siempre una colectiva camaradería común que es la literatura en soledad. Siempre, en cierta y gran medida, la poesía es positiva, porque permite crear, crecer dentro de esa creatividad, imaginar otras maneras de ser que a veces llegan a ser locura (¡qué lúcida locura!) y a veces llegan a ser cosa rara (¡qué gran rareza!). Es muy interesante escribir poesía y luego comenzar a investigar por qué la hemos categorizado como tal en nuestras normas humanas. Incluso hablamos de ideas tratadas como fórmulas mágicas (podríamos decir que son filosofía pura) para controlar las nostalgias. Siempre que escribimos un poema formulamos un repentino despertar mientras la sociedad, en general, vive permanentemente estéril dentro de las modas de lo continuo cambiante. Sólo entonces, cuando vemos lo insustancial que es esa moda señalada y autoimpuesta desde el exterior de nosotros, encontramos el verdadero porqué, el verdadero significado y el verdadero sitio que nos corresponde vivir a través de la poesía propia, que es lo más importante de nuestra resonancia y de nuestra consonancia individual. Cuando escribimos o sentimos la poesía hay en nosotros un cambio sustancial que coincide (de manera inversa) con las crisis de las sociedades actuales; un cambio que nos permite hacer el cuestionamiento del sistema de los valores y de la cultura. Es entonces cuando de verdad se abren nuestros mundos propios (¡Tan libres y, a la vez, diversos!). Se poetiza cuando cambiamos la postura pasiva por la activa y cuando nuestro lenguaje se radicaliza a fuerza de ser lenguaje poético inherente a nuestro propio sentido humano. Los poetas y las poetisas siempre viven experiencias muy profundas, pero muy en silencio porque son muy internas. Y entonces los poetas y las poetisas nos socializamos a través de esas tan dolidas y gratificantes experiencias propias de escribir en activo y en positivo. Poesía. Señas de identidad y además una especie de continuo renacer. Un momento único e indestructible para crear (para ser creativos), para no ser indiferentes a la desidia general y hacernos coherentes con el mundo de nuestras vitalidades. Es poetizar una trayectoria muy larga y continua pero estéticamente un excelente método para, según el gusto y la manera de pensar de cada cual, ser reflejos de nuestra propia conciencia. Y eso es lo más original que puede tener el ser humano. Altas voces en clave, con nuestras propias perspectivas siempre. Altas voces muy válidas para servir de ejemplo cara al cómo podemos construir el mundo necesitable a nuestro propio yo siempre superior a lo periférico. Poetizar es descubrir un modelo de comportamiento personalizado, una formación pura de nuestros propios deseos. Se ve muy bien que cada vez que escribimos o sentimos un poema no depende su validez tanto de cómo lo escribimos o de cómo lo sentimos, sino, más bien, de cómo, después, lo leemos... o de cómo, después, lo interpretamos. Yo señalo dos cosas sociales muy importantes en esto del poetizar: la primera, que hay lazos cada vez más amplios entre el yo y el ello cuando nos embarcamos en el tumultuoso interior de nuestro sentido poético. Y la segunda, que es nuestra propia poesía siempre nuestra alta voz ofrecida a los de siempre, a los demás... Dejo, como última anotación a esta reflexión espontánea, la expresión verbal de que un poema sólo no cambia nada, pero representa parte importantísima de una identidad personal (y, a la vez, colectiva) con la que se va cambiando al hablar de todo ello. Y es que, en cierto sentido relativo, poetizar y filosofar viene a ser casi lo mismo.
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