¿Por qué somos del tiempo? (Homenaje a José Hierro).
Publicado en Nov 26, 2011
En la calle late un corazón de nieblas
vivas. Amigos de lo azul y universales, un destejar olvidado entre las alas, los gorriones se encarcelan en las ramas. Miraban los árboles el cielo gris plomizo. Estaban, en medio, esas verdades tristes de los días opacos. Una silenciosa mano de viento acariciaba la voz de las cornisas y, en medio, un lejano pasatiempo de hombres fumando en la taberna. Más allá... donde las amarillas hojas envolvían los pasos perdidos de las entrañables horas alguien agitaba un pañuelo de despedida. No borraban las huellas los transeúntes que dejaban pedazos de sus almas en las aceras. Y después... después de tanta luz se apretaban los semáforos del aire en soplos de solitarias búsquedas y se enseñoreaban del paisaje ciudadano. Era una ciudad triste de sonrisas y un vendaval de sueños enloquecidos hacían su fiesta entre los parques. Montadas a caballo de las piedras las fuentes secaban sus angustias blancas. Las puertas cerradas, como de amarguras pasadas bajo el frío, ahuyentaban al mudo acompasar de una guitarra somnolienta. Pasos tristes... tristes pasos que no dejaron búsquedas más allá del miedo, buceando el aire en las cornisas del desaire de todo el volar de sus sueños. Las piedras de las calles eternizaban sus gritos de arena entre los ojos de un ciego que buscaba, cauteloso, un porqué en su existencia. El vino, en la bodega, hacía rebasar las horas del reloj que dejaba detenido el tiempo en las yermas encinas de la avenida. Después, cuando alguien seguía dormido, un despertar de pájaros silentes hacía volver a sus infancias a las abuelas que vendían ilusiones en forma de cuentos imaginarios. ¿Quién escuchaba al otro lado de la puerta?. Silencio. Todo era un solo silencio de vida enarbolando sus banderas opacadas. ¿Qué fue aquello que pasó hiriendo el corazón de la joven arrinconada entre las sillas del café y el cierzo?. Preguntas. Todo eran preguntas acalladas. Y en el espacio intermedio un par de jugadores movían las piezas de ajedrez. Quizás el jaque mate de la vida ya estaba predestinado de antemano. Una mano tocando la alcancía por ver si había más monedas olvidadas. Antiguos mitos ciudadanos paseaban sus historias de caballeros entre el humo de los cigarrillos. Sólo uno era el que contaba las odas de su pasado ilustre y, con ademán de mando, el cartero repartía letras entre un enjambre de esperanzas. Heridas de hierro endurecido, las miradas del señor de los retales. Y, prendidas del ramo de azucenas, algunas jóvenes doncellas esperaban la llegada de la primavera. En la acera el viejo bastón de un ilustre remachaba sus vanidades lisonjeras. No era posible distinguir las verdes esperanzas sucumbidas en aquel ayer de la mañana; y el brusco nacimiento de los alfiles hacía dudar, en el tablero, cuál sería el destino de los sueños. Pasaban los automóviles dispersos con sus ojos de luces encendidos y reía la señora del portero las gracias de aquel viandante que pregonaba números de lotería. Todo estaba en el ambiente blanco de esa nada que nadaba en las miradas de cada viajero. Metro a metro las distancias se hacían cada vez más grandes y graves las heridas del paso del tiempo hacía costuras en el traje del humilde obrero en el domingo. Despertaban sus almas los infantes que acudían, golosos como siempre, al castillo de naipes in crescendo y subiendo la cuesta de la angosta calle, un guante en la mano y el otro puesto, la figura de papel de la marquesina anunciaba el inicio de un impase. Quieto el perro husmeaba entre las colillas que, dispersadas por el suelo, iban quedando arrugadas... Un pionero de aventuras licenciosas se adentraba en la puerta oscura y un cura iba, siempre con prisa, al inconfeso desván de la buhardilla. ¿Qué hacía el gato negro en las escaleras?. Auguraba que el tiempo iba pasando por entre los dedos del rosario de la abuela y volaban las palomas hacia el centro de la plaza mayor... allí donde un pintor pincelaba besos de amapolas al estilo impresionista. ¿Cuá era el destino de la ceniza que abarrotaba el pecho desguarnecido del marqués apurando su bebida?. La vida... la vida pasaba entre los dedos y en el zaguán de mampostería barata un cuerpo sigiloso se deslizaba buscando alguna historia imprescindible. Periodista de ocasión. Era él quien orillaba los momentos del criterio de las gentes y ausentes los transeúntes paseaban sin nada que hacer más que ir contando los minutos en la esfera del reloj. Gritaban en lo hondo del garaje unas voces resonando en la distancia. Alguien había olvidado las llaves de su vida en algún cajón de la mesilla y el sueño largo... largo... largo... se adueñaba de la pensión. El caballo saltaba los peones entre el clamor del viento huracanado y una especie de nostalgia ambulante recitaba poemas en el teatro. Aplausos invisibles entre los visillos de la costurera que pespunteaba los segundos a ritmo de clarete y el aguardiente de la bodega se regaba en la garganta del mudo avariento. Para no decir nada tan secreto el viento espantaba las orejas que en el salón del billar y los tabacos escuchaban un tronar de carambolas. Era difícil explicarlo todo a quienes seguían creyendo que la plaza había sido, en algún momento, motivo de disputas sustanciales. Ahora era la hora... Y con la amargura dentro se sus sienes el hombre cano desplazaba una silla más allá de sus recuerdos. El acordeón dejaba sus historias pendientes de un momento solidario mas todo, en aquel domingo yermo, era la sequedad de la indiferencia. Y el cantar de las niñas en el patio acompañaba de infantiles ideales que el poeta recogía entre sus versos. Pedazos de algún vividor resplandeciente que había fallecido de nostalgias. La bailarina de crital movía sus piernas al compás triste de las castañuelas.
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