La Cueva de los Esqueletos Vivientes.
Publicado en Dec 03, 2011
Un bulto se movió sigilosamente en medio de la total penumbra. Hortensia notó una mano huesuda tocándola en el hombro derecho y, completamente histérica por culpa del miedo que le erizó las puntas de su cabello, la angustia existencial que le anudó la seca garganta y la ansiedad nerviosa por los deseos incontrolados de salir de allí y que le produjo una sucesión de tics nerviosos en la mirada, se movió hacia un lado y lanzó un tremendo puñetazo hacia adelante que produjo una barahúnda de huesos humanos desplomándose por el suelo. Pisando los huesos, que crujían mientras se desgajaban sin remedio, pudo por fin encontrar la puerta. El pestillo estaba atorado y se encontraba forjando fuertemente para podir abrir cuando una horrenda risotada resonó en la cueva.
- ¡¡¡Jojojojojo!!! - ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Quiero salir de aquí!!! Con un ímpetu incontenible debido a la urgencia de acudir al baño por la tensión del momento, Hortensia logró abrir la puerta de la cueva. Un estallido de luz, acompañado de un fétido olor a cadáver descompuesto, le nubló la vista y, cuando se tapaba la nariz para no respirar aquel hedor, de repente alguien la aferró firmemente. Eran unos brazos peludos. Levantó la vista. Lo que vio la horrorizó todavía más de lo que estaba. Había sido atrapada por un zombi con el rostro totalmente putrefacto. Y perdió el sentido. El hombre disfrazado se quitó la máscara. - ¡Hotensia! ¡Hortensia, amor mío! ¡Vuelve en ti! ¡No te mueras, por favor! ¡Yo soy José Luis!. Pero Hortensia no respiraba... Dos horas más tarde, en la Sala de Cuidados Intensivos del Hospital General de la ciudad de Nasdoe, Hortensia conseguía, por fin, recuperar el sentido. Abrió los ojos y estos se fijaron, tumbada como estaba sobre la camilla, en una horrible araña negra que bajaba por la pared en su dirección. No pudo soportarlo. - ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Me atrapan los monstruos!!! Y volvió a perder el sentido. - ¿Qué te sucede, Hortensia?. ¡Por Dios, que te prometo que esta vez no es una broma!. En vista de que no reaccionaba, la abofeteó firmemente en ambos lados de la cara. Ella se incorporó, de cintura para arriba, totalmente desconcertada. - ¿Qué sucede?. ¿Qué me está pasando?. ¿Quién me está atacando ahora?. Vio el rostro difuminado, por culpa de la mascarilla, de José Luis y soltó un chillido. - ¡Bicho inmundo! Y lanzó otro de sus formidables puñetazos que aplastó la nariz de su prometido; el cual, dio un rugido leonino. - ¡¡¡Augggggg!!! Debido a la contundencia del puñetazo, la voz de José Luis se volvió lúgubre y gangosa mientras un hilo de sangre, surgiendo de su nariz, corría por su rostro hasta la comisura de sus labios. - Pog... fa... vog... ¿qué... te... ocu... gue...? ¿ez... táz... loca? Hortensia, cada vez más atemorizada y con la mirada vidriosa en su rostro aún más aterrorizado, levantó su pierna derecha y propinó una fulminante patada al estómago de José Luis quien, doblándose sobre sí mismo, cayó ruidosamente sobre el suelo arrastrando la jarra de cristal que se hizo mil añicos mientras el agua se desparramaba por el suelo mezclada con la sangre de su rostro. Ante aquel sórdido ruido entró en la habitación el doctor quien comenzó a temblar cuando descubrió que Hortensia se había levantado y se dirigía hacia él con la intención de ahorcarle con sus manos. - ¡Estése quieta por favor!. Ella, totalmente confusa su mente, sólo veía a un fantasma con sábana blanca. - ¡¡Voy a acabar contigo, asqueroso fantasma, voy a acabar contigo antes de morir!! Preso de pánico, con sus ojos desorbitados por el terror, el doctor Morales reaccionó abriendo la puerta de un fuerte tirón. El pomo de la puerta cayó al suelo con ruido seco mientras ésta se abría con un crujido estridente. El galeno huía, despavorido, por el pasillo. En su loca carrera, el doctor Morales atropelló a una linda enfermera que portaba una bandeja de alimentos para uno de los pacientes. La bandeja, metálica, resonó al rebotar en el suelo y todos los alimentos volaron en distintas direcciones mientras ella y él rodaban por el pasillo. Una vez ambos en pie, la linda enfermera le propinó una rotunda bofetada, que sonó como si hubiera explotado una bombona de gas al estrellarse en la mejilla derecha del doctor Morales. - ¡Y le advierto que, ahora mismo, voy a denunciarle a las autoridades del hospital por acoso sexual! ¡¡Indecente!! Mientras tanto, Hortensia apareció, con toda su cabellera revuelta a manera de erizo desmadejado, en el quicio de la puerta. Más, repentinamente, un par de manos peludas la sujetaban por el cuello. Hortensia reaccionó propinando un codazo, con su brazo izquierdo, que se estrelló en el pecho de José Luis. - ¡¡¡Ayayayyyyyy!!! -rugió el agredido mientras aflojaba la presión de sus manos. Ella se deshizo rápidamente de aquellas manos peludas y se enfrentó, cara a cara, con aquel rostro ya amarillento que se vislumbraba, borrosamente, tras la mascarilla. - ¡¡O tú o yo!!. ¡¡Antes de que tú me mates, monstruo horroroso, yo acabo contigo!!. - ¡¡¡Basta ya!!! -y José Luis pudo, haciendo un esfuerzo descomunal y esquivando el golpe que ya le había dirigido Hortensia, descubrir su verdadero rostro. - ¿Qué es esto? ¿Ahora te haces pasar por mi prometido, orangután peludo? - ¡Soy tu prometido, Hortensia! Ella volvió a perder el sentido y cayó al produciendo un seco golpe, algo así como si un saco lleno de patatas hubiese chocado con el suelo. - ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Un médico!!! ¡¡¡Que venga urgentemente un médico!!! Pero nadie acudió a su llamada; así que decidió salir en busca de ayuda. Se asomó, temblando de miedo y mientras le castañeaban los dientes, al ahora oscuro pasillo. Una luz roja, al final del corredor, giraba en forma de sirena silbante. El silbido le puso la carne de gallina. Se miró los brazos y se quedó paralizado cuando una voz, detrás de él, retumbó en medio del fantasmagoral ambiente. Era una voz grave y hueca... - No permitiré que sigas adelante... Se giró sobre su cuerpo. ¡Allí estaba Hortensia con un bisturí en la mano!. Poniendo las manos temblorosas delante de su rostro y con la voz entrecortada mientras se escuchaba el fuerte palpitar de su corazón y un sudor frío le corria por la frente, él imploró. - Por favor... Hortensia... que soy yo... tu prometido... - ¡No me engañarás, vil gusano!. - ¿Cómo quieres que te demuestre que soy yo y que sólo deseo ayudarte? -Y José Luis seguía temblando de la cabeza a los pies mientras se cubría el rostro. - No quiero escuchar más mentiras. ¡Ahora mismo acabo con esta pesadilla! - ¡¡¡No... por favor... no me conviertas en un monstruo!!! Los ojos de ella brillaban como dos ascuas encendidas cuando soltó una espeluznante risotada. - ¡¡¡Jajajajaja!!! ¿Te crees guapo de verdad? De pronto, como surgiendo de la nada, una robusta mano sujetó firmemente la muñeca derecha de Hortensia y comenzó un tremendo forcejeo que aprovechó José Luis para huir como alma en pena. - ¡¡Dónde va usted!! -resonó en el pasillo, duplicado por el eco, la voz proveniente del desconocido que seguía forcejeando con Hortensia. José Luis, totalmente fuera de sí, no hizo caso y siguió corriendo... mas, al doblar el largo pasillo, todas las alarmas del Hospital General de Nasdoe sonaron estrepitosamente ya que las había puesto en funcionamiento el desconocido apretando el consabido botón del pasillo. ¡Aquello parecía un infierno con todos y todas -médicos, enfermeras, pacientes y guardias de seguridad- corriendo enloquecidamente de un lado para otro sin saber exactamente hacia dónde acudir! Tras el largo forcejeo llevado a cabo entre Hortensia y el desconocido, el bisturí cayó al suelo y tintineó durante breves segundos antes de detenerse en medio del pasillo. Ella volvió su rostro y se enfrentó con un hombre de más de dos metros de altura y unos ciento veinte kilos de peso corporal. Feo a más no poder. - ¡Me ha hecho usted daño, bruto! Un berrido estruondoso y gutural resonó con fuerza. Era José Luis que volvía corriendo, totalmente demacrado, perseguido por un enorme perro doberman que babeaba mientras se acercaba a él. Hortensia lanzó un alarido salvaje. - ¡¡¡Que alguien detenga a ese animal!!! -chilló el gigantesco personaje. Un enorme ruido metálico, proveniente del recodo del corredor, fue el presagio de que alguien se acercaba. Era un guardia de seguridad quien, sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre el doberman y ambos se enzarzaron en una descomunal pelea. Hortensia volvió a demayarse entre los brazos del gigantesco personaje y mientras el rostro de José Luis volvía a su estado natural. - ¿Qué hace usted? ¡Suéltela de inmediato! ¡¡Es mi prometida!! - ¡¡Me importa menos que un comino que sea su prometida o no lo sea.. así que haga el favor de cogerla por las piernas para poder llevarla otra vez a la camilla!! El doberman gruñía como perro salvaje; pero el guardia de seguridad pudo, al fin, dominarle aunque la batalla había dejado, en sus brazos y rostro, unos profundos arañazos. Las alarmas dejaron de sonar. Una vez tumbada Hortensia en la camilla comenzó a respirar agitadamente. Los grandes resoplidos que daba se introducían en el cerebro de José Luis y el gigante. - ¡¡No se quede alelado y póngale un pañuelo en la boca!! - ¿Y usted quién es para darme a mí órdenes?. El gigante agarró por las solapas de la chaqueta a José Luis y le zarandeó de izquierda a derecha mientras los resoplidos de Hortensia eran ya desmesurados. - ¡¡O hace lo que le he mandado o le machaco el cerebro de un solo golpe!! José Luis, una vez libre de la garra del gigante, comenzó a gemir. - Yo tengo la culpa... yo tengo la culpa... - ¡¡Déjese usted ahora de lamentos y haga lo que le ordeno!!. En el instante en que José Luis iba a colocar su pañuelo en la boca de Hortensia ésta despertó repentinamente. - ¡¡¡Te voy a sacar los ojos, miserable fantasma!!! Y se lanzó contra él con las uñas dispuestas a arañarle. El gigante soltó una exclamación contundente. - ¡¡¡Ya está bien!!!. Ella detuvo su ataque. - ¿Se puede saber quién es usted y qué tiene que ver en este asunto? - Estoy cansado de tener que decir quién soy. Para que ustedes dos no me vuelvan a preguntar más sobre ello les diré que soy el Doctor Frank... sé que soy muy feo y que por eso todos me conocen como Frankestein. Y soltó una risa nerviosa. - ¡Jijijijiji! Esa risa nerviosa inquietó nuevamente a José Luis. - Ya no es cosa de broma. Unos golpetazos salvajes sonaron al otro lado del tabique. - ¡Dios mío!. ¿Qué es eso? -exclamó, atemorizada, Hortensia. - No tengan miedo. Solamente es un loco ex boxeador que, de vez en cuando, tiene que ser traído a este hospital para suministrarle medicamentos y conseguir así volverle a la normalidad. Cree que sigue siendo el campeón mundial de los pesos pesados. No había terminado de hablar el gigantesco doctor Frank cuando apareció, en el quicio de la puerta, la descomunal figura del citado ex boxeador quien, con los ojos fuera de sus órbitas y totalmente desdentado, gruñó fieramente. Tras el gruñido comenzó a lanzar una perorata casi ininteligible. - ¡Voy a acabar contigo de una vez por todas, Kid Metralleta! ¡Yo soy, y seguiré siendo siempre, el gran Dum Dum Bazoka! ¡¡Jamás conseguirás arrebatarme la corona de los pesados!! Tras ello se lánzó rabiosamente, lanzando otro descomunal gruñido, contra el asustado José Luis y le propinó un derechazo en el hígado que hizo que, el prometido de Hortensia, se encogiese sobre sí mismo cayendo de rodillas al suelo mientras resoplaba como si le faltase el aire. El gigantesco doctor Frank aprovechó un leve descuido de Dum Dum Bazoka y le propinó un crochet en la mandíbula. El viejo ex boxeador se tambaleó de un lado para otro, se sujetó al archivador de la habitación y fue desplomándose hacia el suelo, lentamente... lentamente... muy lentamente... mientras los cajones del archivador caían provocando chirrientes ruidos como si un afilador estuviese afilando cuchillos y, finalmente, quedó tendido mientras el archivador completo se estrellaba contra el suelo. Hortensia volvió a desmayarse sobre la almohada cuando, en esos instantes, apareció el guardia de seguridad con el rostro lleno de arañazos. - ¿Qué sucede aquí? ¿Qué son todos esos ruidos?. - ¡¡No pregunte nada!!. ¡Haga el favor de llevarse a ese loco y amárrelo fuertemente hasta que se le pase el ataque!. - ¡Siempre tengo que ser yo el que tenga que solucionar todos los problemas de este hospital! - ¡Haga el favor de no replicarme y cumpla con su misión que para eso le pagan! El guardia de seguridad asió por los enormes pies a Dum Dum Bazoka y arrastró su cuerpo hacia la habitación de al lado. El cuerpo, al ser arrastrado, producía una insoportable orquestación; algo así como un continuo roer de ratones. Una vez en la habitación de al lado, el guardia de seguridad arrojó al viejo ex boxeador sobre la cama y comenzó a amarrarle con fuertes sogas. Dum Dum Bazoka despertó lanzando alaridos mientras acababa de ser amarrado. Una vez cumplida su labor el guardia de seguridad resopló como un buey. - ¡¡Buff!! ¡¡Buff!! ¡¡Buff!! El viejo ex boxeador siguió amenazando. - ¡¡¡Te voy a destrozar, Kid Metralleta!!!. ¡¡¡Te voy a destrozar Kid Metralleta!!! ¡¡¡Te voy a destrozar Kid Metralleta!!! En la habitación donde yacía desmayada Hortensia, José Luis seguía resoplando para tomar aire. - Por favor, señor tarzán, no permita que vuelva a ponerse delante de mí. ¡¡Es un verdadero animal!! ¡Vaya manera de lanzar amenazas... y vaya manera de lanzar puñetazos! El doctor Frank sonrió con una horrible muesca dirigida al prometido de Hortensia. - Se ha librado usted por los pelos. Y es que los pelos de José Luis parecían, ahora, la cabellera de Gorgona. - Con razón le llaman a usted Frankestein. De verdad que es usted horroroso. El doctor Frank apretó una de sus manos contra la otra haciendo crujir los huesos de sus dedos mientras lanzaba una fiera mirada a José Luis. - ¡No, por favor, no! ¡¡Ya he recibido bastante!! - Entonces mejor hará usted en guardar silencio. Un silencio sobrecogedor se adueñó de la habitación cuando, repentinamente, estalló la bombilla que colgaba del techo y toda ella quedó en penumbra. Alguien pasaba por el pasillo cantando a pleno pulmón. - ¡¡¡Soy el novio de la muerte!!!... - ¿Otro loco? -exclamó, gimiendo en medio de la oscuridad, José Luis. El doctor Frank volvió a soltar su nerviosa sonrisilla. - ¡Jijijijiji! - ¿He dicho algo gracioso? - No. Usted tiene menos gracia que una monja en bañador. Lo que sucede es que ese tipo de ahí afuera es un antiguo legionario que viene todos los días a visitar a un compañero que lleva diez años aquí ingresado. Ya le hemos dicho cientos de veces que haga el favor de no atronar con esos cantos tan trágicos que matan de miedo a los pacientes pero no nos hace ni caso. En medio de la oscuridad, Hortensia se incorporó en su lecho lanzando un grito ensordecedor. - ¡¡¡Yeaaaaahhhhhhhh!!! - ¿Qué sucede ahora? -volvió a gemir su prometido. - ¡¡¡La Cueva!!! ¡¡¡Otra vez La Cueva y me atacan Los Esqueletos Vivientes!!! - ¡¡Cálmese, señora!! -voceó el doctor Frank. - Señorita. Soy todavía señorita si a usted no le importa. - En absoluto. Pero con esos gritos que pega parece usted un cantante de rock duro en pleno éxtasis musical. - Señorita si no le importa. - Bueno... corrijo... quise decir una cantante... Hortensia sintió que una mano acariciaba su cuello. - ¡¡¡Yeaaaaahhhhhhhh!!! - ¿Qué le sucede ahora, señorita? - ¡¡¡El esqueleto!!! ¡¡¡Otra vez me ataca de nuevo el esqueleto!!! E, inmediatamente, soltó unn tortazo con su mano izquierda que estalló, con un rotundo chasquido, en la mejilla izquierda de José Luis. El doctor Frank consiguió distinguir una linterna que reposaba sobre una de las sillas, la encendió y la dirigió hacia el suelo. Allí, al borde la cama donde reposaba Hortensia, estaba José Luis, gateando por el suelo para ponerse a salvo y con la mejilla izquierda totalmente colorada. Se escuchó el aullido de un lobo que merodeaba por las cercanas montañas y un escalofrío recorrió todo el cuerpo del doctor. - ¡Vaya noche de perros... quiero decir de lobos! Un repentino viento huracanado hizo que las maderas de la ventana comenzaran a crujir. - ¡¡Ya vienen!! ¡¡Ya oigo su arrastrar de pasos!! - ¡Que se calme ya, señorita, por favor! Por cierto... ¿cómo se llama usted? - Hortensia para servirle. - No. Prefiero que no me sirva. Además... no se traumatice tanto por ello. Yo tengo una hermana que se llama Leovigilda. Comenzaron a sonar unos acompasados y fuertes golpes en el cristal de la ventana. - ¡¡¡El zombi!!! ¡¡¡Ya está aquí otra vez el zombi!!! El doctor Frank dio un respingo y la linterna cayó al suelo mientras José Luis se quedaba enmudecido pero consiguió hablar tartamudeando ligeramente. - ¡No... yo no... yo no! Una vez pasado el susto, el doctor Frank comenzó a tantear el suelo en busca de la linterna mientras los golpes seguían sucediéndose acompasadamente. - ¡¡¡El zombi!!! ¡¡¡Nos va a matar a todos!!! Las manos del doctor comenzaron a temblar mientras seguía, ansiosamente, buscando la la linterna. Respiraba ruidosamente. - ¿Quién es? ¿Qué clase de animal es el que bufa de esa manera? - Usted se cree muy gracioso, ¿no es cierto petimetre? José Luis notó que una mano le agarraba el pie izquierdo y gritó desesperadamente. - ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorrooooo!!! ¡¡¡Socorroooooooooo!!! - ¡¡Cállese ya, histérico!! Soy yo y estoy buscando la dichosa linterna. Los golpes en la ventana fueron ahora mucho más fuertes y aumentaron el ritmo de su cadencia. - ¡¡¡El zombi!!! ¡¡¡El zombi nos viene a degollar!!! ¡¡¡Que nadie abra la ventana por san Apapucio!!! - Pero... ¿puede callarse ya, señorita como se llame? - Hortensia me pusieron en la pila bautismal y como Hortensia he de morir. ¡¡¡No quiero morir tan joven!!! ¡¡¡Maten a ese zombi por san Agapito!!! Mientras los golpes continuaban resonando en la oscura sala, el doctor Frank consiguió por fin encontrar la linterna. Intentó encenderla pero no lo consiguió. - ¡Lo que nos faltaba! ¡¡Este chisme ha dejado de funcionar!! Y la tiró contra la pared con tan mala fortuna que fue a chocar contra el cuadro que representaba a Saturno devorando a sus hijos. El cuadro cayó sobre el suelo y el ruido pareció como la explosión de una granada de mano. De nuevo sonó el aullido del lobo de las cercanas montañas. - ¿Es que nunca va a terminar esta pesadilla? -y mientras hablaba, José Luis se tapó los oídos para no escuchar aquel aullido que le erizaba los pelos de sus brazos. Entonces fue cuando estalló la tormenta. Una sucesión de relámpagos encendía, de vez en cuando, la habitación. Y los truenos resonaban en el ambiente mientras los golpes en la ventana seguían aumentando. - ¡¡¡No quiero morir!!! ¡¡¡No quiero morir!!! -se desesperaba Hortensia. - ¡¡¡Yo tampoco!!! ¡¡¡Yo tampoco quiero morir!!! -se desesperaba, igualmente, José Luis. El doctor Frank, totalmente descontrolado, consiguió ponerse en pie y, tosiendo ferozmente, pudo acercarse a la ventana. Un potente relámpago le hizo descubrir la ventana. Su tos fue ahora en aumento. - ¡¡¡Es la tos del zombi!!! ¡¡¡Ya está aquí dentro!!! -gritaba Hortensia. - ¡Socorro! ¡¡Socorrooooo!! ¡¡¡Socorroooooooooo!!! -se desgañitaba José Luis. - ¡¡¡Dejen ya de hacer el ridículo los dos!!! ¡Son las ramas de un árbol que, movidas por el vendaval, están golpeando en la ventana! Un trueno resonó como una explosión atómica y el edificio del hospital tembló. - Dios mío... ¡¡¡que nos morimos seguro!!! -explotó José Luis. - ¡Escúchenme los dos! ¡Ya está bien! ¡Yo tengo mucho que hacer todavía en mi vida y no puedo perder ni un segundo más con ustedes... así que me marcho... y arreglen sus asuntos si es que pueden! José Luis se aferró a los fondos de la impecable chaqueta del doctor Frank quien, para desasirse de él, tiró con tanta fuerza que sonó el rasguido de ésta. Fue un rasguido parecido al de una leve maullido de gato. Y, efectivemente, un largo maullido del gato de un cercano tejado acompañó al rasguido. - ¡No se vaya por favor! ¡No quiero morir yo solo! -le suplicó José Luis. - ¡No solamente me voy de inmediato sino que ya le buscaré yo a usted para que me pague una chaqueta nueva! -Y con su feo rostro totalmente desencajado por la ira, el doctor Frank salió tan rápidamente de la habitación que se llevó por delante una silla la cual, enredada en los pies del doctor, traqueteaba como un tambor de feria de pueblo. El doctor salió trompicando, justamente, cuando pasaba en esos instantes, por la puerta, el director del hospital que acudía ante el aviso de que allí ocurrían cosas muy extrañas. El doctor Frank golpeó con su cabeza la cabeza del director del hospital y las gafas de éste salieron despedidas haciéndose añicos los cristales. - ¡Torpe! ¡Más que torpe! ¡A usted lo empapelo esta misma noche! - ¡Pero no me empapele usted demasiado, por favor, que tengo mujer e hijos! - ¿Que no le empapele demasiado? ¿Se está usted riendo de mí en mis propias narices? ¿Usted que cree que es esto? ¿Una tienda de papeles pintados? ¡Le empapelo! ¡Vaya que si le empapelo esta misma noche! ¡Le voy a poner una multa que no va a olvidar usted jamás en su vida la primera vez que pisó este Hospital General de Nasdoe! -acompañó estas últimas palabras dando un fuerte pisotón al pie izquierdo del doctor Frank. - ¡¡¡Ayayayyyyyyyy!!! -resonó en toda la planta. - Menos ayayay porque no se espera usted la multa que le va a caer. El doctor Frank imaginó que caía al vacío desde el décimo piso del hospital. - Es usted más bien bajito pero vaya pinreles que tiene... ¡me ha hecho polvo el piez izquierdo! - ¿Quiere que le iguale el pie derecho? El doctor Frank sudaba copiosamente. - ¡No... no... por favor... prefiero mil veces la multa! - ¡Pues tirando para adelante! Y, sin decir más palabras, el director del hospital agarró fuertemente del brazo al doctor Frank. Sonó un chasquido. - ¡Ayayayyyyyyyy! ¡Ahora me ha hecho polvo el codo izquierdo! - ¡Que se deje usted ya de tanto ayayay y que tire para adelante! Ambos se fueron en dirección del despacho privado del director. José Luis, totalmente desconsolado en su tremenda soledad, comenzó a lloriquear lastimosamente. Parecían los quejidos lastimeros de un alma en pena y eso hizo que Hortensia comenzase a delirar. - ¡¡¡Las almas del purgatorio!!! ¡¡¡Son las almas del purgatorio que vienen a por mí!!!. Volvió a escucharse el aullido del lobo de las cercanas montañas. - ¡¡¡El hombre lobo!!! ¡¡¡Es el hombre lobo riéndose de mi desgracia!!! Los dientes de José Luis comenzaron a castañatear de puro miedo. - ¡No! ¡El hombre lobo no! -y José Luis, dejando de lloriquear, sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón y se sonó la nariz estrepitosamente. Hortensia seguía delirando. - ¿Qué ha sido eso?. ¿Quién anda ahí? ¡¡¡Vuelve a tu cueva, monstruoso esqueleto!!! José Luis, tanteando para no tropezar con algún objeto cercano se fue acercando a la camilla pero, con tal desgracia, que derribó el aparato del suero que, al ser arrastrado por el suelo, produjo una especie de sonido de cadenas fantasmasles. - ¡¡¡Ya viene el fantasma!!! ¡¡¡Estoy perdida!!! ¡¡¡No quiero morir tan joven!!! José Luis, preso de los nervios, estornudó estentóreamente. - ¡¡¡Aléjate de mi, asqueroso bicho!!! Por fin él pudo llegar hasta la cabecera donde deliraba ella y comenzó a acariciarle el cabello. - ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Ya estoy sintiendo la muerte!!! - ¡Que no, amor mío, que soy yo... tu muñequito José Luis! - ¡¡Que no me vas a engañar!! ¡¡Que he dicho que eres tú o soy yo!! ¡¡Y te advierto que prefiero matarte antes de que tú me mates a mí, fantasma!! Hortensia logró agarrar, con ambas manos, el cuello de José Luis quien, sudando a mares, consiguió sujetar las manos de ella para no morir estrangulado. Se produjo una larga serie de segundos en aquel terrible forcejeo hasta que él, a punto de fallecer ahogado, lanzó un bramido horrible. - ¡¡¡Aaaaaggggg!!! - ¡Eso es! ¡Muere, cochino! Viendo que la vida se le escapaba por momentos, José Luis no tuvo más remedio que darle una tremenda bofetada a su querida Hortensia, la cual volvió a desmayarse y quedar somnolienta. - ¡Dios mío! ¡¡Creo que la he matado!! Totalmente compungido volvio a llorar ahora de manera descontrolada. El ruido de sus sollozos aumentaba de volumen. Esto hizo despertar al ex boxeador de la habitación de al lado quien comenzó a lanzar improperios. - ¡¡¡Judas!!! ¡¡¡Eres un Judas, Kid Metralleta!!! ¡¡¡Pero yo acabaré contigo. vil gusano!!! ¡¡¡La corona de los pesados es mía y sólo mía es la corona de los pesados!!! - Ya está otra vez ese pesado... que pesado se pone con su corona de los pesados... vaya pesadez de tío... -exclamó José Luis, muy bajito, con temor de ser escuchado por el energúmeno de la habitación de al lado. Intentando recuperar el aliento, José Luis apoyó su mano derecha en la pared y, repentinamente, un espeluznante sonido de vuelo de vampiros llenó la habitación. - ¡¡No!! ¡¡Vampiros ahora no!! Eran las cuatro aspas del ventilador que, sin querer, había puesto en funcionamiento. - ¡Esto ya no lo soporto más! -y haciendo acopio de sus ya menguadas fuerzas se quitó el disfraz de zombi, cogió en brazos a su querida y dormida Hortensia que roncaba a todo volumen y, arrastrando los pies por el suelo, se encaminó lentamente... muy lentamente... hacia la puerta. Era una verdadera sinfonía de arrastar de pies y ronquidos profundos. Bamboleándose de lado a lado, como si se tratara de un beodo en plena borrachera, caminó por el corredor intentando no perder el equilibrio. De pronto sintió una helada mano agrrándole por la nuca y, totalmente horrorizado, soltó a su bella durmiente que cayó como pesado fardo al suelo despertando de inmediato. - ¡¡¡Ayayayyyyyyyy!!! Una voz aguardentosa sonó a espaldas de él. - ¡Donde va usted! Se volvió lentamente mientras la helada mano le soltaba. Se encontró ante la cara arañada del guardia de seguridad que había bebido demasiado y soltaba un repelente olor a ginebra. - ¡Por Dios! ¡Aléjese de mi lado, monstruosidad... que echa usted una peste que no la puede soportar ni un sargento de caballería! - ¡Que le he dicho y le repito que a donde va usted! José Luis, de repente, se envalentonó por primera vez. - ¡A usted no le importa! ¿Acaso le pregunto yo por qué bebe usted tanto? ¡Ande, váyase a dormir la mona y no moleste más! Hortensia volvió a chillar. - ¡¡¡Dos zombis!!! ¡¡¡Ahora son dos zombis!!! ¡¡¡Y están discutiendo por ver quien se apodera de mí!!! José Luis dio un empujón al beodo guardia de seguridad que cayó de espaldas al suelo e, inmediatamente, desenfundó su pistola. - ¡Date por muerto, mequetrefe! ¡Te voy a saltar la tapa de los sesos! José Luis comenzó de nuevo a gemir lastimosamente. - ¡No me mates, por favor, que todavía no he cobrado la mensualidad! - ¿Así que te ríes de mí, alfeñique? Ni vas a cobrar esta mensualidad ni ninguna otra. Temblándole el pulso por culpa de la borrachera, el guardia de seguridad disparó con tan mala puntería que la bala fue a dar al aparato de la alarma y, de repente, todo el hospital se llenó de ruidos de sirena. Un tropel de personas corriendo de un lado para otro convirtió el lugar en una casa de locos. - ¡¡¡Las almas del purgatorio!!! ¡¡¡Son las almas del purgatorio que vienen a por nosotros!!! - ¡¡Calla, Hortensia!!... ¡¡Y reza porque este tipo no vuelva a disparar!! En pocos segundos el corredor se llenó de personas que acudieron al lugar en donde los tres personajes parecían ser protagonistas de una tragedia escrita por un clásico griego. - ¿Qué está sucediendo aquí? -preguntó el jefe de los guardias de seguridad apuntando con su pistola. - Vaya por Dios... que hoy están ustedes dispuestos a matarme antes de cobrar mi mensualidad. - ¿Está usted loco? - Yo creo que sí. O estoy loco o estoy a punto de estarlo. El jefe de los guardias de seguridad se acercó hacia el caido borracho y le apartó la pistola propinándole una patada en la muñeca. - ¡¡¡Ayayayyyyyyyy!!! - ¿Qué te sucede? - Por la peste que suelta ha debido beber demasiado -intervino José Luis. - ¡Chivato!¡¡Más que chivato!! El jefe de los guardias de seguridad, con un gesto autoritario, le hizo saber a José Luis que guardase silencio. - Así que... ¿has vuelto a empinar el codo no es cierto? ¡Hace dos días te advertí que era el último aviso asi que ya puedes acompañarme hacia las oficinas porque te van a pagar la liquidación!. ¡Y usted haga el favor de levantar a esa mujer y vayan hacia la cafetería!. Allí me contarán que está sucediendo. Alguien hizo callar las alarmas y todos volvieron, sin parar de cuchichear, a sus puestos de trabajo. Una vez en la cafetería, al fin José Luis pudo tener la ocasión de hablar tranquilamente con la recuperada Hortensia, mientras sorbía ansiosamente su café. - No seas maleducado. Estás armando tanto ruido que parece esto las maracas de Machín. - Perdona, Hortensia, es que estoy sufriendo de ansiedad; pero... cuéntame... ¿qué te sucedió en La Cueva de los Esqueletos Vivientes? - ¿Acaso no lo sabes tú?. ¿Crees que estoy inventando una historia si te digo que uno de los esqueletos me atacó sin previo aviso? José Luis dejó de sorber y sonrió mientras se tocaba su dañada nariz. - No fue el esqueleto viviente el que te atacó a ti. Deduzco que tú misma, al caminar en la total penumbra, tropezaste con él. - ¡Te digo que no, José Luis! ¡Te digo que en esa cuevas existen esqueletos vivientes!. ¡Yo escuché con terror las profundas carcajadas que soltaban! - ¡¡¡Jajajajaja!!! - ¿Te hace gracia el asunto? Si no dejas de reirte de mí te prometo que te vuelvo a romper la nariz. A José Luis se le cortó de raíz la risa y la taza se le escapó de las manos desparramando el caliente café sobre sus pantalones. - ¡Que me quemo mis partes nobles! Ahora la que se carcajeó fue ella. - ¡¡¡Jajajajaja!!! Donde las dan las toman. - Está bien. Te lo voy a explicar. Esas voces las daba yo con un altavoz. Te quise gastar una broma. Sé que fue una borma pesada... ¿me perdonas, amor mío?. - De eso hablaremos más despacio pero... ¿entonces el esqueleto que destroce qué era? José Luis dio un sobresalto y preguntó asustado. - ¿Me estás diciendo que destruiste al esqueleto?. - Sí. ¿Por qué?. Era o él o yo. Tuve que defenderme. - Pero... ¿sabes lo que has hecho?. - ¿Sabes lo que has hecho tú?. - Lo mío sólo fue una pesada broma pero tú acabas de destruir veinte años de investigación. - ¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco de verdad?. - Nada de loco. Has destruído, nada más y nada menos, que al eslabón perdido. - Pero... ¿se puede saber qué me estás contando? - ¡Que te has cargado al Procónsul del doctor Smith! - ¿Y ahora qué hacemos? - Nada. Sólo nos queda una cosa para salvarnos. Marcharnos de inmediato al aeropuerto y sacar el primer billete que haya para alguna isla de las antípodas. Y sin decir nada más ambos se levantaron de sus sillas, volaron hacia la puerta de salida y salieron a todo correr del Hospital General de Nasdoe. - ¿Y quién me paga a mí los cafés? -gemía la dueña de la cafetería. FIN
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