Vivir para contar (Relato para sobrevivientes)
Publicado en Dec 05, 2011
Cuando creí haber vuelto de la guerra, pesaba diez kilos menos; mis dientes y uñas estaban flojos y me encontraba además en la total banca rota. Al ver las cosas en su verdadera magnitud, encontré también mi patria en ruinas y mi casa y mi familia no existían. Luego de tantas calamidades, mi mente y mi alma tampoco estaban en buen estado.
Ya eran demasiados mis muertos, y algunos de ellos murieron en mis propios brazos; también fueron demasiados los cuerpos que yo mismo envolví para ser enterrados con dignidad. Perdí además al ser humano que más amé en mi vida, mi abuelo Armando. Casi sin aliento y con apenas una efímera esperanza, que subsistiría el tiempo que tardase la muerte en alcanzarme, no me era amarga la posibilidad de que todo llegase a un debido final. Después de tanto andar, ya habían inequívocamente empezado a faltarme fuerzas para seguir y ahora estaba acorralado; quizá mi debilidad encontró esto como un esperado descanso. Curiosamente cuando ya me creía perdido y sin esperanzas -sólo así se está realmente perdido- y con la tranquilidad de los moribundos, las cosas no fueron lo que yo esperaba. La gran muerte no llegó a cubrirme con su manto -existen varias otras muertes-, sino que pasé por un incierto periodo de calma total, sin recuerdos ni remordimientos de ningún tipo; donde sólo obtuve paz y tranquilidad, una paz descontaminante y purificadora: ¡si, yo estaba realmente contaminado por tanta destrucción!. Luego, por motivos que aún me son desconocidos, recordé que desde muy chico me gustaba hacer y usar todo tipo de refugios: una simple caja de cartón de gran tamaño y con las perforaciones adecuadas para oficiar de puertas y ventanas; una improvisada carpa hecha con bolsas de plástico o alguna sábana o hasta una efímera choza improvisada con las ramas que se amontonaban en las esquinas en épocas de poda, era a mis ojos los objetos de diversión más fantásticos. Ya siendo un adulto, los caminos de la vida me llevaron a profundizar mis estudios y a comprender una infinidad de cosas heterogéneas: aprendí que el hombre modifica la naturaleza mediante su trabajo, con el fin de posibilitar y facilitar su existencia; y que este trabajo puede ser constructivo o destructivo... Justo allí la encontré... Vivido lo vivido, comprendí rotundamente esto que antes me había pasado desapercibido y escogí ser un constructor. La única forma que mi supervivencia a tanta catástrofe tuviera algún sentido, sería mediante el hecho de saberme digno de seguir existiendo, y que pese a todo, aún tengo toda una vida por construir. Después de ese día, comenzó mi resurrección.
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