Ella se trenzaba el pelo junto a la blanca fuente de lavar la ropa a mano. Eran tiempos de incipiente desarrollo. Yo crecía, poco a poco, bajo la luz del sol de verano. Miré al mulo, acaricié suavemente sus crines y él me miró de arriba abajo para darme las gracias. Así que me dejó montarme encima de él. Barchinera era y en Valverde se quedó. Y yo, en la era, con la trilladora trillé todas las espigas doradas. El trigo parecia cantar pero era yo quien cantaba mientras un ángel bueno solamente sonreía. Bajo la luz del sol de aquel verano crecí un poco más. Era tiempo de sentir lo que era la vida y allí, entre las humildes casas, aprendí a vivir una experiencia nueva. Cuando regresé a Madrid todo era ya diferente... pero debía de seguir estudiando el bachillerato para poder experimentar lo que era el sosiego en las aulas donde, muchas veces, recordaba sin darme cuenta de que el profesor estaba explicando cosas que a mí muy poco me interesaban... salvo saber que había que seguir evolucionando en mi juventud.