Diatribas a la torpe literatura
Publicado en Dec 09, 2011
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A ti te canto, mujer de dos pesos a la que tanto he amado los últimos tres años. Te canto a ti, díscola mujer ramera que tanto me ha hecho sufrir, porque a pesar de tu burda e inaccesible personalidad, sigues siendo para mí la única fémina respetable en este condenado mundo.
Así es, Literatura:
A ti solo te amarían esos hombres calvos, de panzas prominentes y sonrisas idiotas que se pasean por los colegios, las fábricas y las oficinas. Eres grosera, torpe, cascorva, miope, oportunista y  zarrapastrosa, pero tu misma capacidad para metamorfosearte instantáneamente y lucir como la dama más bella, me hizo amarte. Y no solo amarte ¡No, vieja barata! Me hiciste besarte y tocarte y hacerte el amor de la manera más entregada  y abnegada con que lo haría un ser humano, e inmediatamente después de la cópula, prostituta disfrazada, me mostraste tu verdadera cara: Tu tez, morena, suave y perfecta se pudrió frente a mis ojos; tu nariz respingada, muestra irrefutable de la existencia de Dios, cayó de tu rostro y tu cuerpo, tan puro y místico como una rosa, apestó a sexo público. ¡Ese rancio olor que me provocó verdaderas bascas! Te detesto, Literatura, pero te amo en lo más profundo de mi alma. Cuánto me hiciste sufrir llevándome a tus burdeles y mostrándome cruelmente cómo te acostabas con cuanta criatura se te pusiera en frente. ¡Así fue, Literatura mentirosa, no intentes negarlo! Justo ahora, mi amor hacia ti es un arma de doble filo, porque conoces mi agenda y lees mi mente, Literatura ramera. Me haces escribirte a estas horas de la noche y me quitas el sueño con tu voluptuoso cuerpo, porque sabes que mañana me examinarán en tu materia. ¡Cuánto te odio pero cuánto de quiero!
Odio la forma en que te escurres entre mis dedos como el aceite cuando creo haberte agarrado lo suficientemente duro para poseerte plenamente. Odio la ambigüedad en que estás sumida hasta el cuello. Odio la forma en que me controlas como a una máquina. Te odio, Literatura, porque dependes de situaciones, ocasiones y de circunstancias para fluir naturalmente. Y puede ser que mi amor por ti no sea sino una ilusión, que jamás te haya tenido entre mis brazos verdaderamente y que nunca haya rosado tus labios. A lo mejor sólo yo necesito de las musas y las circunstancias para tenerte, aunque sea de forma efímera, y a pesar de todo Literatura malvada, cada vez que quito mis ojos de tu cuerpo te ansío más, porque el resto del mundo está más podrido que tu verde dentadura.
Tú, mujer bastarda, deberías estar quince metros bajo tierra, cubierta por un elegante ataúd que tarde o temprano los gusanos consumirían, porque sólo para ellos estás hecha. Pero no. No, Literatura, tú te paseas altiva en un BMW por las autopistas de las ciudades. Tú recorres los moteles, acostándote con industriales, empresarios y latifundistas. Tú le confías tu alma al diablo, que apesta a efectivo y a los demás, Literatura,  los deshechas e ignoras vilmente. Te odio, fantasma infernal, porque eres un mito. Porque a ti sólo te han visto viejos locos con infecciones renales y cáncer en la próstata, caminando por los parques y asustando a los niños. Te odio porque nunca te debiste llamar Literatura  sino Luis Alfredo Garavito, nombre que se ajusta impecablemente a tu enferma personalidad. Te odio porque corrompes a los hombres, porque los obligas a adorarte, porque te conviertes rápidamente en un becerro de oro para que se arrodillen ante tu rancio y pútrido cuerpo. Te odio porque eres dueña del tiempo: podrías volver un segundo meses o reducir los lustros a instantes. Te odio porque por ti los hombres desperdician sus vidas en monótonos escritorios, huyendo cobardemente del mundo y escondiéndose en tus sucios y amarillos faldones.
No pudo ser más acertada la definición que te asignó El Profeta Gonzalo Arango, como “el más corrupto vicio onanista del espíritu moderno”. Eso eres tú, y a eso te reduces, condenada. Pero lo que más odio de ti, despreciable Literatura, es la forma en que te amo. Sí, después de todo y ante todo te amo, mi apreciada amante, porque soy débil, cobarde, sucio, imbécil y torpe al igual que tú. Te amo porque entiendo a la perfección que entre tanta inmundicia, eres millones de veces más íntegra que la generalidad de los hombres y a lo mejor tienes el secreto que las oraciones, los credos, los dogmas y hasta la ciencia jamás podrían explicar.  Digo que te amo, porque ya no tengo nada mejor que decir, porque me estás llamando, diciéndome a la vez que te mire, que te escuche, que tu cuerpo y tu rostro. Y es así como odiándote y amándote en lo más profundo de mi estúpido ser, camino hacia ti, Literatura mesiánica y beso tus pies.
Escribiéndote esto me embadurné de ti sin muchas esperanzas, porque te besé, te miré directo a los ojos y vi en tu mirada un destello rojo. Y con mis labios soldados a los tuyos, nuestras manos enlazadas, nuestras lenguas juntas y nuestras almas amarradas para siempre, abro los ojos, bien abiertos como cayendo en la cuenta del algo, y entendiéndolo todo grito aterrado: ¡Madre Santa, si estoy besando al mismísimo Diablo!
Hasta siempre, prostituta acicalada. Con todo desprecio,
Ricardo Díaz.
                                                                                                          Diciembre/2011
 
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Palabras Clave: poema literatura prosa

Categoría: Poesa

Subcategoría: Poesa General



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