LA COLMENA (Relato)
Publicado en Dec 10, 2011
En la ciudad el único que comprendía la realidad, la dimensión de las cosas, el peso de la lluvia, ese era Simón. Había nacido al final del tiempo de la cosecha, sus ojos eran infinitamente claros, límpidos, sin las impurezas de la maldad, que carcomía a los seres impíos.
El fuego estaba encendido siempre. La gente se reunía en derredor de grandes fuentes de calor, en el centro y de manera concéntrica se abroquelaban con cierto orden, estas criaturas absorbían el calor, mientras la noche de aquel planeta transcurría con su esfera irrespirable. Los cambio de la atmósfera habían transformado sus órganos y la adaptación dio lugar a una compleja simbiosis de las criaturas con ese mundo extraño y sangriento. Clarisa lo había protegido y disimulado sus dones de tal manera que nadie sospechara. Lo mantuvo en resguardo en la hora que los jóvenes eran iniciados. La sangre de los devotos debía ser derramada. Los ojos eran entregados en sacrificio a los dieciséis años, solo se pensaba en cumplir el mandato de la colmena. Simón podía leer los intricados símbolos que el cielo perpetuaba en la hora del ocaso. Esa infinidad de colores, de miles de destellos que su piel podía discernir con una precisión imposible. Leonel estaba dispuesto al sacrificio, sería un honor inmolarse por Simón. Intercambiaron olores y sus prendas asumieron la personalidad y la prestancia de Simón. Nada impediría que la noche llegara y en el atrio central del templo los insectos se reunieron con grandes zumbidos y guturales gestos para proceder al rito. Había llegado lejos de mano de Clarisa, ella lo amaba más que a sí misma. Estaba conforme con aquella entrega suprema de su hermano Leonel. El amor por Simón la llevaría al otro lado del mundo. El viaje había sido prolongado y fastidioso, en aquel lugar se decía que los seres eran como dioses alados. Vieron a Simón y todos aquellos quiméricos seres se postraron ante Simón. Lo subieron a un gran carruaje con escolta militar. Cerró sus ojos, al despertar el sol empujaba la seda de las cortinas de la ventana, se aproximó y pudo ver a Clarisa, su pecho colgaba sobre una gran mesa de piedra. Aquellos seres devoraban su corazón y otros sus viseras. El sacerdote mayor gesticuló y la colmena se disponía a coronar a su nuevo rey. Al beber la sangre del cáliz su suerte estaba echada. Clarisa viviría eternamente al mezclar sus sangres. Una lágrima se deslizo sobre su mejilla y pudo fundirse con su amada. Su cuerpo traslúcido se esparció…, la multitud quedó en silencio. Atónitos una suave brisa se interpuso elevando una esencia dorada que al penetrar por los pulmones de esa multitud y bajar a sus pechos, un fuerte latido los estremeció. Sus cuerpos ahora podían interpretar el significado del amor. HERNAÁN ALEJANDRO LUNA FRINGES
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