Historia de Alison Lilian (Guin Literario de Cine) -3-
Publicado en Dec 28, 2011
Cuando Alison Lilian bajó, a las nueve de la mañana del día siguiente, con una puntualidad propia de un suizo, al Restaurante Distil del Hotel Leuba, su amigo tailandés Phranokorn, ya llevaba media hora esperando. Ella se acercó a la mesa donde él la esperaba.
- ¿Hace mucho tiempo que estás aquí? - Solamente media hora, Teenager. Su amigo tailandés sonreía plácidamente mientras el sol brillaba en el rostro de ella haciéndola aún más hermosa. - ¿No habíamos quedado para las nueve? Son las nueve en punto. - No importa. Tener una cita a solas contigo merece la pena llegar media hora antes. No ha sido ninguna molestia; así que... siéntate por favor. - Pero que conste que no estoy de muy buen humor hoy. Ella vestía un suéter de color blanco ajustado a su escultural cuerpo y un también ajustado pantalón vaquero de color azul. Llevaba en su mano derecha los dos deslumbrantes y lujosamente presentables curriculums de Emilian Morrison y Maxime Morrow. Nada más sentarse se acercó la camarera. - Señorita, sírvanos dos desayunos completos, por favor. - Amigo Phranakorn... la verdad es que no tengo tanto apetito como para tomar un desayuno completo. - Nada, nada. Es necesario que tomes un desayuno completo. Me da la sensación de que tenemos mucho de qué hablar y esta reunión será larga. - Está bien. Dos desayunos completos por favor. ¿Y tus ocupaciones privadas?... ¿qué pasa con tus ocupaciones privadas? La camarera se alejó en busca de los dos desayunos completos. - Hoy mis ocupaciones privadas sólo son tú. - ¿Y si te aburres con mis problemas? - Escucha bien y pon muchas atención en lo que te digo. Cuando le di mi palabra de honor a tu padre de que, mientras estuvieses en Tailandia, todo mi tiempo sería para cuidarte a ti no estaba hablando en broma... así que ya ves que la palabra de un verdadero amigo es palabra para cumplir. Empieza ya. Escucho. - ¿Me darás tu más sincera opinión sobre el asunto? - Siempre que me has consultado algo ha sido así. Y no pienso cambiar. - Me recuerdas a Joe. - ¿Quién es Joe?... ¿Alguien que ya va detrás de ti molestándote? Pobrecillo. Cuando le veas la próxima vez recuérdale que soy quinto dan de kárate. - No. ¡Jajajajaja! Pobre Joe. En realidad ya no sé dónde vive. - Cómo es eso de que ya no sabes dónde vive. - Éramos muy niños entonces. Los dos vivíamos en Madrid. Le recuerdo siempre paseando por las calles con las manos en los bolsillos de su pantalón y con su sempiterna sonrisa. Tenía dos obsesiones. Una era que soñaba con ser astronauta para irse a la Luna porque decía que allí vívían seres humanos y las lunáticas eran las chavalas más guapas del Universo entero... y la otra obsesión que tenía era darle una paliza inolvidable a Anthony Parrish... - ¿Y quién era Anthony Parrish? - Anthony Parrish era un chico gordo, muy gordo, que no hacía más que molestarme todo el rato. Joe De Julián no le tragaba por eso y de ahí esa obsesión. Anthony Parrish sigue tan gordo como siempre y Joe De Julián debe seguir soñando con las lunáticas guapas. - Así que... ¿a ese tal Joe le gustaban las chicas guapas? - Más que a un tonto una tiza... como me decía siempre que estábamos solos. - ¿Y era de esos que escribía con tizas en las paredes eso de viva yo? - No. Él sólo dibujaba corazones pero no ponía ningún nombre nunca. - Eso quiere decir que andaba enamorado de alguna en particular pero no se atrevía a decirlo. - Sí. Has acertado de pleno. Un día me fijé en él más de la cuenta y descubrí su secreto. Estaba enamorado de mí pero no se atrevía a poner mi nombre en los corazones que dibujaba en las paredes. Yo en realidad le quería mucho pero no le amaba. Después... después se marchó muy lejos con sus padres. Al Estado de Alabama. - ¿No sabes en qué parte de Alabama? - No me lo quiso decir... pero me lo imagino caminando, como siempre, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, por la orilla de algún río y mirando siempre a la Luna con su sempiterna sonrisa. En esos momentos regresó la camarera con los dos desayunos. Los sirvió y se alejó de nuevo. - Bueno... olvidemos ahora a Joe De Julián y hablemos del día hoy. ¿Cómo te va con el reportaje sobre los elefantes blancos de Tailandia? - ¡No quiero ni oír hablar ya de los elefantes blancos de Tailandia!¡Los veo por todas partes! - Es que son un símbolo para nosotros los tailandeses. - No me refiero a eso. Es que ya es una pesadilla para mí pensar tanto en los elefantes blancos de Tailandia... ¿me comprendes?... - Ya. Te comprendo. Pero tú ansías el Premio Pulitzer y te han dado la oportunidad de lograrlo con el tema de los elefantes blancos de Tailandia. - Eso es lo que me ocurre. Que sucede que tengo tantas notas tomadas sobre los elefantes blancos de Tailandia que estoy segura de poder escribir un fantástico reportaje sobre el tema; pero... me falta experiencia para darle la forma más adecuada al trabajo... experiencia literaria y fotografías que impacten. - ¿Y cómo vas a solucionar ese problema? - Para eso te he citado, Phranokorn. El señor Morris está dispuesto a que me ayude algún gran profesional del periodismo y tengo que elegir entre dos. - ¿Quiénes son esos dos? - Emilian Morrison del National Geographic y Maxime Morrow del Times. - ¡Guauuuuu! ¡Son dos de los reporteros más famosos del mundo!... ¿Y por qué no te ayuda el propio Boniface Morris? También es un peso pesado del periodismo. - No compliques más el asunto. Bastante tengo con dos como para tener que elegir entre tres. Y, además, eso es lo que pasa. - ¿Qué pasa? ¿Qué de malo hay en que te ayuden verdaderos profesionales? - Pues que me resultan demasiado pesos pesados para mí. Mira... aquí he traído los curriculums de los dos... - Ya. Los conozco muy bien... pero les echaré una mirada por encima... - La verdad es que se han especializado en tan pocas cosas que una mirada por encima es suficiente. - ¿Es que no te convence ninguno de los dos?. - Es que creo que si me ayuda alguno de ellos... ¿qué trabajo voy a hacer yo?. Me da la sensación de que ambos son muy ególatras y que van a hacer todo el trabajo por mí y... además... que creo que sólo quieren ser mis compañeros de trabajo porque soy una chica muy sexy y muy atractiva. ¿Tú que opinas? - No sé. Los dos son profesionales de prestigio y creo que están por encima de esas cosas. - Eso es porque tú no has visto sus miradas cuando se fijan en mí. Además... ¿cómo consigo que no me quiten el protagonismo que necesito para ser yo misma la que consiga el Pulitzer?. - No sé. ¿Qué más has investigado sobre ellos? - Opino que no hacen grandes cosas por sí solos. Opino que detrás de los dos hay verdaderos ejércitos de ayudantes que les hacen el trabajo duro. ¿Tú que crees?. - Que sí. Que es verdad que tienen ayudantes que les sacan las castañas del fuego y que ellos siempre están sentados frente a la mesa de trabajo mientras la labor de campo la hacen los otros. Pero eso no perjudica en nada a tus intereses. Si ponen sus equipos de colaboradores a tu servicio da por seguro que serás la premio Pulitzer de este año. - Dudo de que eso sea ético y moral profesionalmente hablando. - ¿Qué entiendes tú por ética y moral profesional? - Según me explicó en la Universidad el profesor de Deontología del Periodismo, la ética es una rama de la filosofía que abarca el estudio de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir; así que la ética y la moral profesional es propia de un periodista íntegro. ¿Tú crees que los señores Morrison, Morrow y Morris son verdaderamente íntegros? - Mira, Teenager, para ganar un Gran Premio como el Pulitzer no es tan importante ser íntegro; basta con presentar algo muy sobresaliente. - ¿Sí? ¿Y qué de muy sobresaliente tiene que te hagan el trabajo personas ajenas a ti? - Bien. Estoy de acuerdo... pero ahora no es ese tu verdadero problema... si eres los suficientemente inteligente y creativa, y tú lo eres en gran cantidad, ya sabrás la mejor manera de poder adornar el trabajo que te den ya efectuado para ponerle la guinda de tu persoanlidad y tu propio sello. - No estoy de acuerdo, Phranokorn. Acepto que un brillante reportero me ayude a elaborar un trabajo verdaderamente muy sobresaliente y original; pero no permitiré jamás que un equipo de colaboradores hagan todo y luego la gloria y la fama me la lleve yo. No voy a aceptar esa condición jamás de los jamases. - Dejemos de momento ese asunto de lado. ¿Quieres que te lea algo curioso sobre los elefantes blancos de Tailandia? - ¿Algo novedoso que todavía no tenga recogido en mis innumerables notas? - Sí. Una noticia sobresaliente que puedes incluir en tus notas. - Si no hay más remedio... - ¿Has oído hablar alguna vez del aplastamiento por elefante? - Pues no. Es la primera vez que oigo esa barbaridad. - Entonces apunta lo que te voy a dictar. Phranokorn sacó unas cuántas hojas escritas con letra muy clara y perfectamente legible y se dispuso a leerlas mientras Alison Lilian tomaba apuntes en su block. - El aplastamiento por elefante fue un método de ejecución común para aquellos que eran condenados a muerte en el sur y el sudeste asiático, especialmente en la India, durante casi 4.000 años. Los elefantes se utilizaban en este caso para aplastar, desmembrar o torturar a los cautivos en ejecuciones públicas. Esta utilización de los elefantes a menudo atrajo el interés de los viajeros europeos, que se horrorizaban con las escenas; y se recogió en numerosos diarios contemporáneos y relatos de viajes. Esta práctica fue finalmentte suprimida por los imperios europeos que colonizaron la región en los siglos XVIII y XIX. ¿Continúo? - Está bien. Continúa hasta que sepa para qué quiero yo saber eso. - Las primeras noticias que nos llegan de este tipo de ejecuciones proceden de la antigüedad clásica. Sin embargo, la práctica ya estaba firmemente establecida por entonces y continuó hasta el siglo XIX. Los romanos y los cartagineses también usaron este método en ocasiones, y en la Bilbia se menciona, en el Deuteronomio, en la historia de José y en el Libro de los Macabeos al hablar de los egipcios. ¿Me estás atendiendo o estás pensando en otra cosa? - Es que no me estás hablando para nada de Tailandia. - Espera. Espera a que continúe con la lectura. El uso de los elefantes como verdugos estaba unido a su utilización como símbolo del poder real. La inteligencia, domesticidad y versatilidad de los elefantes les daba ventajas considerables respecto a animales salvajes como leones y osos, a menudo utilizados por los romanos como medios de ejecución. Los elefantes podían entrenarse para ejecutar a los prisioneros de muy variadas formas, prolongando la agonía hasta una muerte lenta mediante torturas o matando rápidamente a la víctima simplemente aplastándole la cabeza. - ¡Qué salvajismo, Dios mío! - Espera. No me interrumpas ahora. Lo más importante es que además estaban bajo el control constante de su conductor, el mahout, lo que permitía otorgar un perdón de último minuto en el caso de querer mostrar piedad. - ¿Y se puede llegar incluso a volver a realizarlo sólo si conviene para efectuar un reportaje tan valioso como para obtener el Pulitzer? - Sí. El actual rey de Tailandia puede ordenar hacerlo si lo considera oportuno. Si tú se lo pides, como te quiere tanto, no dudará en hacerlo. Por supuesto que las víctimas serían los presos culpables de haber matado personas inocentes en pasados atentados ocurridos en Bagdad. Ya sabes. Esos locos embrutecidos seguidores del ya más que muerto Osama Bin Laden. Pero espera a que termine de leer. Se tiene constancia de varios de esos episodios de perdón en el último segundo en varios reinos asiáticos. Los reyes de Siam... ¿sabes a qué país se le llamaba antes Siam?. - Por supuesto que lo sé. Antes se llamaba Siam a Tailandia como antes se llamaba Ceilán a Sri Lanka. - ¡Excelentes conocimientos de Historia!. Y ahora continúo leyendo. Iba diciendo que los reyes de Siam al parecer entrenaban a los elefantes blancos para hacer rodar al convicto por el suelo de forma lenta para que no fuera herido de gravedad. - Ya no me interesa que sigas leyendo más. Me es suficiente con saber que hasta se puede llegar a realizar una monstruosidad así con tal de conseguir un Premio. - Pues sí. Se pueden hacer monstruosidades, y de hecho ya se han hecho, para conseguir el Pulitzer. - Mira, Phranokorn... estoy pensando en dejar todo esto y volver a casa. - ¿Y te vas a echar para atrás cuando tan cerca estás de conseguirlo? - ¿Cómo puedo obtener fotografías de un acto así sin que sean reales? - Es muy fácil. Es lo que se hace en muchas ocasiones cuando se trata de cine. Con las técnicas de los trucajes algunos periodistas logran series de fotogramas espectaculares. - No me interesa. No es ético ni moral. - Pero... ¿cuántos periodistas verdaderamente éticos y morales has conocido tú? - Si encuentro alguno que sea como aquel chico me voy con él. - ¿Otra vez Joe? - Sí. No dejo de recordarle. Todavía me acuerdo de cómo salvó a un pequeño conejo de las garras de una alimaña salvaje. El conejito duró pocas horas de vida más pero él le evitó una agonía lenta. - ¿Eso hizo? - Y lo repitió con otros muchos animales desprotegidos. Si un periodista es capaz de hacer eso yo no lo dudo... ¡es el periodista que estoy buscando! - Déjate de heroísmos, amiga. Los Grandes Premios, los más importantes en cualquiuer actividad artística o literaria, no se los dan a los héroes anónimos sino a los hombres famosos. - Pero yo soy una mujer y no un hombre... y no me interesan para nada los hombres famosos sino los hombres íntegros, aunque tengan menos fama que el más humilde de los barrenderos de Madrid. - ¡Pásame otra vez esos curriculums! ¡Voy a ver si encuentro algo de eso en la hoja de vida de alguno de los dos! - Ese es mi problema. Que serán muy famosos los dos pero no hay ninguna clase de heroísmo en los trabajos que han llevado a cabo ellos o el equipo de sus colaboradores. - ¿Qué entiendes tú por heroísmo? - Ser tan valiente como para saber decir no. - No... ¿a qué?... tan valiente... ¿cómo?. - Decir no al éxito fácil y comprado con dinero. Decir no a la fama aparente gracias al trabajo ajeno. Decir no a la falsa personalidad basada en el plagio. Ser tan valiente como Joe. - Entonces... ¿qué propones ahora?. - No lo sé. Todavía no lo sé. Me parece que es una locura más de las mías y esto de los elefantes blancos de Tailandia no deja de ser una locura; pero tengo algo que quiero que analices. - ¿Algún artículo especial? - No... ¡esto! Alison Lilian sacó, del bolsillo derecho de su ajustado pantalón vaquero de color azul, las cinco hojas dobladas que había presentado como curriculum aquel extraño periodista llamado Joseph. - Pero... ¿este montón de papelotes qué es? - Un curriculum. A Phranokorn le entró la risa. - ¡Jajajajaja! ¿Esto es un curriculum? - Sí. Eso es un curriculum si entendemos, por curriculum, hoja de vida. - ¿A quién pertenece este curriculum o lo que sea? - A un periodista español que se llama Joseph. Phranokorn soltó las hojas como si le hubiese picado una víbora venenosa y abrió desmesuradamente sus ojos. - ¿Cómo has dicho? - He dicho un periodista español. - No. ¿Cómo has dicho que se llama? - Joseph. Solamente Joseph nada más. - ¡¡No!! ¡No elijas a ese tal Joseph como compañero de trabajo! - ¿Por qué? ¿No es un periodista como los demás? - No debo contarte nada pero te imploro, por lo que más quieras en este mundo, que no elijas a Joseph como compañero de trabajo si quieres obtener el Premio Pulitzer. - Pero... ¿por qué?... ¿es algún delincuente?... - No es eso. Es que si él te acompaña te doy por asegurado que no consigues el Pulitzer. Por lo menos este año como tanto deseas. - Pues no lo entiendo. He leído su curriculum todo completo y, si es verdad todo lo que pone, estamos ante un periodista en verdad genial. - ¡No le elijas como compañero de trabajo! ¡Te va a echar a perder el Pulitzer! - Sigo sin entender por qué. - Porque es el periodista más honrado y honesto que he conocido jamás. - Pues precisamente por eso puede ser el más adecuado. - ¡No... no... y no! Precisamente por eso no debes elegirle a él. - ¿Es que me quieres vovler loca? - Loca acabarías si te unes a él. - Pero... ¿no estás diciendo que es el periodista mas honrado y honesto que has conocido en tu ya larga vida? - Sí. Es totalmente cierto. - Pues yo busco alguien con esas cualidades. - ¡No... no... y no! Si ese tal Joseph es el mismo que yo conozco te arruinará la oportunidad de alcanzar el Pulitzer. Por una razón muy sencilla de entender. Es tan íntegro que ha sido capaz de trabajar realizando grandes programas y reportajes, pasándose noches enteras sin dormir para conseguirlos... ¡sin cobrar ni un solo centavo por ellos! - ¡Pues mejor todavía! - ¡Que no! ¡Que no le elijas de compañero! - ¿Es que tienes algo contra él? - No. Todo lo contrario. Es una persona maravillosa. Pero es que quiero lo mejor para tu carrera como periodista. - Sigo sin entender. - Si te unes a Joseph te hará pensar, te hará reflexionar, te hará sentir... - ¡Pues eso es lo que busco! - ¿Deseas o no deseas el Premio Pulitzer? - ¡Claro que lo deseo! A ser posible este mismo año. - Pues aléjate todo lo que más puedas de Joseph. - Pero es que sigo sin entenderlo. ¿Cómo quieres que te haga caso si tanto te contradices? - ¡Es que debes hacerme caso porque sí! - No me vale ni porque sí ni porque no... asï que razónamelo... - Estoy comprometido hasta el fondo en toda esta labor de que alcances tu sueño periodístico; así que rompe esas cinco hojas y tíralas al cubo de la basura. - ¡No! ¡Trae aquí esas hojas! Me las guardo como recuerdo... - Como recuerdo... ¿de qué? - Como recuerdo de un periodista que no quiso hacerse mayor. - Pero... ¿qué me estás diciento tú a mí ahora? - ¿Tú conoces bien a este tal Joseph? - Claro que lo conozco bien. Te voy a contar algo sobre él para convencerte del todo de que no debes ser su compañera de trabajo. Si es el mismo Joseph que yo conozco es un periodista muy admirado por los de las clases más bajas en todos los sitios donde ha estado... sean grandes ciudades, sean pueblos o sean las más pequeñas aldeas que te puedas imaginar. Es muy conocido en los bajos fondos. ¿Te interesa alguien así? - Pues yo he podido leer todo su curriculum y eso no es del todo cierto. También es conocido por las clases medias, altas y muy altas si es verdad lo que pone. - No debe ser el mismo Joseph que yo conozco. ¿Por qué no ha tenido el detalle profesional de poner su fotografía en el curriculum? De esa manera podría yo saber si es el mismo. - Quizás sea el mismo. ¿Tú sabes si ese Joseph que tú conoces, o de quien tanto habrás oído hablar, ha recorrido ya más de medio mundo? - Eso no lo sé. - ¿Tú sabes si el Joseph que tú conoces o del que habrás oído hablar tanto es un joven que jamás quiso hacerse mayor y por eso se presenta como periodista de Cerros Verdes? - ¡¡No!! ¡Dios mio!. ¡Es él! ¡Es el mismo! ¡No te unas a él o tampoco te harás mayor tú nunca! - Bien. No te voy a decir ahora si será o no será mi compañero. De momento lo puedo eliminar pero sólo de momento. Así que me guardo su curriculum. - Está bien. Eres terca de verdad. Haz lo que creas más correcto... pero te advierto por última vez que si quieres el Pulitzer él lo va a impedir. - Eso es un contrasentido. Si es mi compañero hará todo lo posible para que lo consiga este mismo año. - Ya lo veremos. En esos momnentos sonó el celular de ella. - ¿Hola? - Hola, Teenager... soy Boniface y hay cambio de planes. - ¡Espere, espere un momento, señor Morris!¡No le permito a usted que me llame Teeanager porque para nada somos amigos usted y yo... por lo menos que yo sepa! ¡Usted no es para mí Boniface sino el señor Morris!. ¿Entendido? ¡Que le quede muy claro para el futuro ya que parece que no lo entiende en el presente! Y además... ¿qué es eso de cambio de planes? - Está bien. No te enojes tanto. - Es que quiero dejarle bien claro que sigo siendo una periodista "freelance" y que sigo siendo independiente aunque, de momento y sólo de momento, esté trabajando para usted. ¡Vamos! ¡Expliqueme ya que es eso de cambio de planes! - Pero... ¿te vas a enfadar mucho?. - Depende de lo que usted me proponga. - Yo lo que quiero es que ganes el Pulitzer este mismo año y me acabo de dar cuenta de que el tema de los elefantes blancos de Tailandia no es bueno para eso. - ¿Y me lo dice ahora? - No te preocupes. Tenemos todavía mucho tiempo por delante. - Bueno. En realidad ya estaba hasta las narices de tantos elefantes blancos de Tailandia y que me perdone mi gran amigo tailandés que está aquí presente. - Estás perdonada, Teenager. - ¿Quién es ese que te llama Teenager? - A usted no le importa, señor Morris. ¿Acaso le elijo yo a sus amigos? - Es que me preocupa que te metas en líos ajenos. - Pues no se proecupe tanto por mí y dígame ya que es eso de cambio de planes o corto de inmediato la comunicación. - Que en vez de hacer un reportaje sobre los elefantes blancos de Tailandia... ¡te vas mañana mismo para Afganistán! - ¡¡Ni loca!! - ¡¡Loco debía yo de estar por haberte contratado para la CNN!! - Estoy dispuesta a dejarlo todo, a dejar a la CNN y a dejar de ganar los 500.000 dólares y el Pulitzer, pero desde luego que no pienso ir a Afganistán ni estando borracha tal como están ahora las cosas por allí. - ¡Escucha bien y no me cortes la palabra! - ¡Pues estoy a punto de cortar la comunicación en este mismo instante! - ¡¡No hagas eso!! Vamos a ver. Tranquilízate, por favor. Te digo que mañana sales para Afganistán por tu propio bien. ¿Quieres o o quieres ganar el Pulitzer este mismo año? - Si es posible sí. Claro que lo deseo. Pero no a cualquier precio. Prefiero seguir estando viva que recibir el Pulitzer a título póstumo. - ¡Que no te va a pasar nada, Alison! ¡Escucha! Sales mañana para Afganistán acompañada de Emilian Morrison, Maxime Morrow o yo mismo. ¡Apúntame como el tercer aspirante a ser tu compañero de aventura! - ¿Es una aventura divertida ir a Afganistán en estos momentos? - Si. No te va a suceder nada malo. Vas a ir acompañada por todo un grupo de guardaespaldas y reporteros dirigidos por el que elijas entre nosotros tres. - Acepto que usted también se presente como aspirante a ser mi compañero de trabajo, no de aventura feliz sino de trabajo... ¿entendida bien esa diferencia?. - Totalmente entendida. Gracias. - Espere un momento que todavía no he terminado. Escuche y escuche bien. No son ustedes tres aspirantes sino que son cuatro. - ¿Quién es ese cuarto aspirante? ¿Tu amigo tailandés acaso? - ¡Oiga usted, señor Morris y oigame bien! ¡Le repito que yo no le elijo a usted sus amigos así que deje que yo elija a los míos con total libertad! - ¿Cómo se llama? ¿Qué experiencia tiene? - No se trata de él. Está usted olvidando a Joseph. - ¡¡No!! ¡¡A Joseph lo tengo eliminado desde el primer momento!! - Pero yo todavía no le he eliminado del todo. - ¿Quieres el Pulitzer o no quieres el Pulitzer? - Espere un momento, señor Morris. A mí, aunque soy todavía tan joven, me están dando una oportunidad para poder triunfar. Soy una mujer sin prejuicios contra nadie pero, además, me considero justa y equitativa. Lo mismo que a mí me están dando esta oportunidad ese tal Joseph, sea quien sea o sea todo lo joven que quiera ser, se merece también el mismo trato. Si usted no es justo ni equitativo es su problema. Yo quiero tratar a los cuatro candidatos a ser mi compañero de trabajo con justicia y, sobre todo, con equidad e igualitarismo. Asi que es mi obligación darle también una oportunidad a Joseph... aunque sólo sea para escuchar lo que tiene que decir. - Bueno.... bueno...bueno... está bien. Pero yo quiero ser un aspirante a tener en cuenta. - Lo mejor que se me ocurre ahora hacer es que nos reunamos los cinco esta misma tarde en el despacho que el Daily New de Bangkok le ha prestado. - Ya estamos abusando demasiado de la hospitalidad del Daily New de Bangkok. - Supongo que un día más no les importará. - Pero ocurre algo con lo que tú no cuentas. No tengo ninguna posibilidad de contactar con ese tal Joseph. No tengo ningún teléfono de contacto con él. - Pero yo sí. - ¿Cómo que tú si? ¿Cuándo y dónde lo has conseguido? ¿Otra vez ese entrometido de tu amigo tailandés? - Le repito que no vuelva a hablarme a mí sobre mis amigos y le tengo que decir que él no ha sido. Además, a usted no le importa como lo he conseguido, así que tome nota de su teléfono celular y llámele de inmediato porque si no acude él a la reunión yo tampoco. - Bien. Si no me queda otro remedio... apunto. Alison Lilian dictó a Boniface Morris el número del teléfono celular de Joseph y luego cortó la comunicación. - ¡Ya está, Phranokorn! - Ya está... ¿qué? - Acabo de realizar un acto de justicia y estoy contenta. - Pero... ¿es que todavía no has eliminado a Joseph? - Quiero volver a verle. Solamente eso. - Pero...¿le vas alegir a él como compañero de trabajo o no? - Eso solo Dios lo sabe. De momento me interesa saber qué opinan todos los candidatos y, por supuesto, incluyo a Joseph porque quizás sea el que más se lo merezca... aunque después le elimine necesito primero saber qué siente. Y Alison Lilian se despidió de su gran amigo tailandés con un apretón de manos porque no besaba a nadie.
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