Historia de Alison Lilian (Guión Literario de Cine) -5-
Publicado en Dec 28, 2011
A las nueve y media de la mañana siguiente, Boniface Morris hizo llamar a su hermosa secretaria particular.
- ¿Qué desea, Jefe? - Diana, toma esta lista y ves llamándoles a todos. Quiero tenerles ya mismo a mis órdenes. - Señor Morris, son los diez mejores periodistas con que contamos, en la actualidad, en la CNN. - Por eso mismo. Necesito a los diez mejores para realizar el mejor trabajo de mi historia personal. - ¿Y si no están disponibles en estos momentos? - ¡¡Pues que dejen todo lo que estén haciendo y se preparen para ir a Afgansitán estén dónde estén!! ¡¡Es una orden y no quiero volver a repetirla!! - Está bien. ¿A dónde les digo que se dirijan? - De momento, al campamento de refugiados de Jalozai. - Está bien. Ahora mismo comienzo a llamarlos. - ¡¡Y adviérteles que no pongan ningún reparo en acudir!! ¡¡Si alguno no está dispuesto que dé por contadas sus horas en la CNN!! Buen día, Diana. - ¡Buen día, señor Morris! La presencia en el despacho de Joseph pilló por sorpresa a Boniface Morris. - ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo has entrado? - Empecemos por el final para llegar al principio porque las cosas que tienen un final es porque antes han tenido un principio. - ¿Te estás burlando de mí? - Ni mucho menos. Empiezo por el final que es mucho mejor. He pasado por la puerta... ¿o es que no está usted viendo que está abierta? Y ahora, antes de llegar al principio de todo esto, si me permite me voy a sentar frente a usted. - ¡No te lo permito! - Pues lo siento pero yo me permito a veces algunas cosas tan elementales como hablar cómodamente de hombre a hombre. - Bueno. Si es así... - Supongamos que es así. Sólo he venido cumpliendo órdenes. - Yo no te he dado ninguna orden para que estés en mi despacho. - Ya lo sé. Lo que no sabe usted es que no he venido a ver su cara sino a ver que cara pone. - ¿Acaso no sabes aceptar una derrota y por eso bromeas? - Mire usted, señor Morris. Muchos no son capaces de aceptar una sola derrota, tan acostumbrados como están a vencer siempre aunque sea gracias al trabajo de los demás, pero existe algo que usted desconoce... bueno... en realidad existen muchas cosas que usted desconoce. - ¿Se puede saber qué desconozco yo? - Desconoce por qué le he estado pidiendo una oportunidad. - ¿Creías acaso que tú tendrías la oportunidad de trabajar con ella? - Le repito que hay muchas cosas que usted no conoce. Es cierto que pedía una oportunidad para trabajar al lado de ella pero... no a través de la CNN sino a través de sus ojos. - ¿A través de mis ojos? - No me confunda usted, señor de los señores de la comunicación social. Sus ojos tienen menos interés para mí que las cáscaras de los huevos... porque tiene usted una mirada de cara de huevo que no puede con ella... así que le aclaro que la oportunidad que pedía era trabajar mirándola a ella a los ojos con total honestidad. Quizás usted no pueda hacer lo mismo jamás. - O estás loco o lo pareces. - Sí. Ya lo sé que lo parezco... pero usted quizás lo sea de verdad aunque eso a mí ya no me interesa saberlo. - Pero... ¿de verdad que pensabas trabajar con ella? - De verdad que lo he conseguido. Sólo vine por ella y no por la CNN ni la NNC para ver el asunto desde las dos caras. Ya lo sabe: el final y el principio. - No te entiendo nada en absoluto. - Pues va a entender lo siguiente: yo jamás me bajaría los pantalones para rogarla que trabaje conmigo. Eso me parece que usted es incapaz de hacerlo. - ¡Pero no trabajarás con ella jamás! - Pero he conseguido algo que usted no podrá conseguir nunca. - ¿Qué has conseguido tú? ¿Alguna hazaña más que incluír en tu curriculum? - Mi hoja de vida. Prefiero que lo llame mi hoja de vida. - Bien. ¿Alguna hazaña más que incluír en tu hoja de vida? - No. Eso no lo voy a incluír jamás en mi hoja de vida. - ¿Y qué es eso tan importante? - ¿Usted es capaz de tener grandes sueños o se conforma con que los demás sueñen por usted? - Escucha, Joseph, no tengo más ganas de hablar contigo pero yo, cuando me meto en la cama, me duermo de inmediato. - Ya. Ya lo sé. Yo, sin embargo, antes de dormir siempre tengo grandes sueños. - ¿Cuéntame uno tan siquiera que sea original? - Ver brillar los ojos de ella como usted jamás podrá verlo. Esa era la única oportunidad que he podido ejercitar pero lo he conseguido. - Te conformas con poca cosa. - ¿Poca cosa es despertar sentimientos en la mejor periodista del mundo? - Me voy a volver loco. - No. Usted ya está loco por desear trabajar junto a su lado. Yo, ya lo ve, parezco loco pero no lo estoy... por lo menos hasta el extremo de rebajarme ante ella poniendo todo el mejor equipo de especialistas para conseguir las migajas de un Pulitzer por muy Gran Premio que sea. Prefiero uno solo de mis grandes sueños, como el que cumplí anoche, que toda una vitrina repleta de títulos ganados por los demás. - ¿Es que estuviste anoche con ella? - Ya ve lo que es la vida. Mientras usted duerme a pierna suelta yo hago otras cosas por las noches. - No me dirás ahora que tú y ella anoche... - Cierre la boca, gran señor de las comunicaciones sociales... lo que ella y yo hagamos por las noches no le interesa a ninguna señoría como vos. Además, está a punto de llegar. - Entonces... ¿por qué no te vas y nos dejas a solas? Tienes envidia... ¿verdad?. - ¿Envidia de usted y de los que son como usted? Ni tan siquiera les tengo admiración alguna. No me voy porque le he dado mi palabra. Ella quiere saber cómo un hombre acepta la derrota y lo va a ver. Si fuese por usted yo ahora estaría con otro gran sueño como el de anoche, en otro lugar, en otro espacio, en otro momento... - Se ve que te gusta sufrir. - Se ve que usted no sabe lo que es sufrir. - ¿Y cuál es el principio de todo esto si es que se puede saber? - De Madrid al cielo, señor Morris, de Madrid al cielo. - No entiendo nada. - Ya lo veo que usted no entiende lo que es la eternidad... quizás porque nunca conseguirá que ella le mire como me miró a mí anoche. - Eso está por ver. - Por ver están muchas cosas todavía, señor Morris. - Escucha, Joseph... aquí el que sabe dirigir soy yo. - Se equivoca otra vez. Usted no sabe dirigir... usted sólo sabe dar órdenes. - Pues te ordeno que abandones este despacho. - Pero es que resulta que yo no soy empleado suyo y no tengo por qué aceptar sus órdenes. Le repito, por última vez, que sólo estoy aquí por ella. - ¿Por culpa de ella? - Ella no tiene ninguna culpa. No estoy aquí por culpa de ella sino porque ella existe. - ¡Hola, Joseph! ¡Vaya! ¡Ya era hora de que te viese alguna vez elegante!. - Hola. Pues resulta que el pantalón me lo regaló un amigo; la chaqueta me la regaló un amigo; la camisa me la regaló un amigo; la corbata me la regaló un amigo; los zapatos me los regaló un amigo y los calcetines me los regaló un amigo. En realidad lo único que es mío es el calzoncillo. - ¿Y todas tus amigas? ¿Que te han regalado todas tus amigas? - Una me regaló una mirada. Lo que me regalaron las demás ya no me importa porque me sobra con esa mirada. - Es suficiente, Joseph. Alison Lilian se sentó junto al periodista español y frente a Boniface Morris. - ¿Qué hace el aquí? - Se lo pedí yo. - Entonces... ¿es verdad que anoche estuvísteis juntos? - Estuvimos unidos pero no significa mucho más... - Veamos entonces. - No hay nada que ver. Sólo he venido a tratar el asunto de mi trabajo para conseguir el Pulitzer. - Entonces, Joseph... ¿tienes la ambilidad de apartarte de la mesa y sentarte al fondo del despacho? - No, señor Morris, él no se va a apartar, para nada, al fondo de ninguna parte... porque es un periodista de los de superficie, de los que siempre se le ve... trabajando por supuesto. - ¿Cómo dices, Alison? - Que le he conocido lo suficiente para saber que siempre sabe sumergir por mucho que los demás crean que está hundido en el fondo de algún abismo. Pero eso ahora no tiene importancia. Lo importante es lo que tengamos que hablar entre usted y yo. - ¡Pero nunca voy a permitir a Joseph que trabaje en la CNN ni para hacer un reportaje sobre el invento de la zapatilla! - Eso sólo es un problema de Joseph. A mí no me interesa más que saber qué me propone usted. - Pero no quiero que él lo escuche. - ¿Tiene miedo de que me entere de algo improcedente, señor Morris? - Calla, por favor Joseph, esto es un asunto entre el señor Morris y yo. Y vayamos ya al asunto. ¿Qué está usted dispuesto a hacer por mí? - ¿Es totalmente necesario que Joseph esté presente? - Sí. A mi lado. - ¿Por qué siempre tiene que estar a tu lado? - Porque quiero comprobar un asunto. - Alison... te prometo que conseguirás el Pulitzer este año. - ¿De qué manera? - He avisado ya a los diez mejores reporteros con que cuenta la CNN. - ¿Nada más que eso?. Es insuficiente. - También tengo cuatro camarógrafos sensacionales. - ¿Y qué tengo que hacer yo?. - Tú estarás conmigo, protegida en Bamiyán, que es lugar todavía muy seguro, juntos con Habiba Sarabi. - ¿Y quién es Habiba Sarabi? - Es la primera y única mujer gobernadora en Afganistán. Con ella conseguiremos saber cosas que nadie más nos podría contar. - ¿Esa es la labor que tendríamos que hacer usted y yo juntos? - Protegidos, además, por un destacamento de las fuerzas armadas de la OTAN. - ¿Quiere eso decir que no tendremos que salir para nada de dicho lugar? - No voy a ser tan tonto de poner mi persona en peligro... esto... quiero decir poner tu persona en peligro... - ¿Se equivoca usted cuando habla o es lo que está pensando de verdad? - Lo que estoy pensando solamente es la mejor manera de conseguir el Pulitzer. - ¿Y dónde quedo yo? - Ya sabes que estarás siempre junto a mí. - ¿Y qué hay de mi libertad de movimientos? - Escucha, Alison, sólo estando viva podrás gozar del Pulitzer. - ¿Sigue en pie lo de ganar 500.000 dólares por mi reportaje? - Sigue en pie dicha cifra aunque no sea, en realidad, tu reportaje sino el reportaje de todos. - ¿Quiénes son todos? - En la CNN lo que cuenta es la CNN. - ¿Y eso quiere decir que da lo mismo quien sea el periodista que hace el trabajo? - Por supuesto que entrarás en las páginas doradas del periodismo mundial. - ¿Sólo estando sentada escuchando a Habiba Sarabi mientras tomo anotaciones de lo que ella ha vivido? - Es la mejor idea que tengo. - ¿Y qué sucede con lo que quiera vivir yo? - No seas temeraria, Alison. Lo que tengas que vivir tú ya vendrá después, cuando des la vuelta al mundo como la mejor periodista de la historia. - ¿Quién le ha dicho a usted que yo quiero ser la mejor periodista de la historia? - Yo me lo he dicho a mí mismo. Tengo el suficiente poder como para convencer a quienes lo pongan en duda. - Duda. Esa es la palabra exacta. - ¿Duda? No sé qué quieres decir. - Que dudo que sea eso lo que yo quiero. - ¿Otra vez volvemos a empezar de nuevo? - No. Esto ya no hay quien lo pare. Por eso no le quiero a usted como compañero de trabajo. - Pero... ¡¡si tú me dijiste que estaban pensando en eso!! - No le he mentido en ningún momento, señor Morris. Dije que lo estaba pensando pero nunca dije que lo había admitido. Pensar es una cosa. Decidir es otra. Así que quiero que él sea mi compañero de trabajo porque sé que es el mejor para que yo pueda conseguir el Pulitzer. - ¿Te estás refiriendo a Joseph?. - Sí. Me estoy refiriendo a Joseph. - ¿Qué sucede? ¿Te ha convencido con sus imaginaciones? - Me ha convencido con sus sueños. - ¿No me vas a decir que todo lo que pone en su hoja de vida es verdad?. - No sólo es verdad todo lo que pone en su hoja de vida sino que también es verdad todo lo que no pone. - Como... ¿por ejemplo qué? - Como llamarme Siempre Siempre Siempre... Ternura Ternura y Ternura. - ¡¡Eso es cosa de locos!! - Ya. Pero resulta que sólo trabajando con un loco puedo conseguir algo tan sobresaliente que me den el Premio Pulitzer. No quiero, para nada, que nadie me lo regale. Y solo un loco que está más cuerdo que toda la CNN junta puede hacer que lo consiga. - ¿Y ahora qué hago yo con todos los periodistas enviados a Jalozai? - Ese es un problema suyo. Yo tengo que ir a Afganistán y solo me interesa él como compañero de trabajo. Boniface Morris no pudo soportar más sus nervios y soltó un puñetazo sobre la mesa. - ¡¡No!! ¡¡Jamás este periodista trabajará para la CNN!! - Cálmese, señor Morris. - ¡¡Es que no voy a consentir que un simple periodista freelance tenga más importancia que yo!! - ¿Esa es la forma y manera que tiene usted de aceptar una derrota? Entonces Joseph lo comprendió todo mientras Boniface Morris se hundía, abatido, en su mullido sillón. - Señor Morris, si la CNN no nos da esa oportunidad a Joseph y a mí, nosotros seguiremos adelante pero juntos. - Está bien. Le doy una oportunidad para que trabaje en la CNN contigo. Joseph... tienes muchas suerte en trabajar con Alison. - Me alegro por Lilian. - ¡No la llames Lilian sino Alison como hacemos todos, incluído yo mismo que soy el Jefe! - Usted llámela como le de la real gana porque yo, como me da la real gana, la llamaré siempre Lilian. - ¿Joe? - Joseph. - Por un momento pensé... - Espera, Lilian... si quieres trabajar a mi lado vas a tener que seguir pensando mucho... así que deja unos cuántos pensamientos para el final. - ¡Vale ya! ¡No soporto esto por más tiempo! Así que... ¿quieres trabajar con ella? - Perdone, señor Morris... peo yo no mendigo nada... que conste que es ella la que quiere trabajar conmigo. - Lo mismo me da me da lo mismo... - No se repita usted tanto que parece que ha comido ajos crudos. - ¡Menos bromas, Joseph! - ¡Menos humos, señor Morris! - ¡Está bien! Puesto que quieres ir con ella a Afganistán aqui tienes este carnet que te acredita como corresponsal de guerra. Sólo tienes que firmarlo. Joseph cogió el carnet y ni tan siquiera le echó el más mínimo vistazo. Lo firmó sin decir nada. - Falta ua fotografía tuya. - Llevo siempre alguna encima. Joseph sacó del bolsillo izquierdo de su elegante chaqueta un lote de fotografías diferentes. - Elija aquella en la que usted crea que estoy más guapo. - ¿Puedo elegirla yo? - Claro, Lilian, puedes elegir no una sino todas al mismo tiempo si quieres. - ¡¡Solamente necesito una!! - Pero no se enfade tanto por tan poca cosa, señor Morris... déle al menos la oportunidad de que elija la que más le guste poque sobre gustos las chavalas saben más y mejor. - ¡Jajajajaja! Elijo ésta en la que estás como sonriendo o algo parecido. - Es algo parecido. - Pues se te ve bastante bien. - ¡¡Que ya basta de tanto flirtear ante mis narices!! - No se irrite, señor Morris, que le va a salir sarpullido en la cara de estopa que tiene... debe ser quizás por la estopa que le da a sus subordinados digo yo aunque... - ¡¡Vale!! ¡¡Vale!! ¡¡Venga esa fotografía para acá!! Diana, por favor, ¿puedes pegar esta fotografía en ese carnet? - Vaya adelantados que están ustedes los de la CNN... tienen secretaria privada hasta para pegar una fotografia. Cómo se nota lo bien que tabajan ustedes. - ¡Tú si que vas a tener que trabajar bastante bien porque vas destinado al frente de batalla y quiero que ella no se mueva de Bamiyán junto a Habiba Sabiri y las tropas aliadas! - Aliadas... ¿con quien?... ¿con los buenos o con los malos?... porque debe saber usted, Jefe de la CNN, que en toda guerra hay buenos y hay malos en todas partes. - Eso... hablando de partes... quiero que cada día redactes un parte de guerra... ya sabes que vas al mundo de la muerte. - Se equivoca usted, señor Morris... porque donde yo voy a ir es al mundo de la vida. - Yo nunca sé si hablas en serio o hablas en broma pero lo que sé es que a lo mejor no vuelves y si ella consigue el Pulitzer este año será porque suene la flauta por casualidad. - Pues yo le afirmo a usted, Jefe de todos los demás Jefes, que mucho antes de lo que cree usted mismo oirá el sonido de la flauta y no precisamente por casualidad. Y ahora vámonos de aquí. Lilian. Joseph cogió el carnet que le acreditaba como corresponsal de guerra, la tomó a ella de la mano derecha, la hizo levantarse y se encaminó hacia la puerta. - ¡Quiero que mañana mismo estéis en Washington DC!¡Y de allí al infierno de Afganistán! Joseph no le contestó y sólo esbozó una ligera sonrisa. - ¿Vamos hacia el aeropuerto, Joseph? - Se llama Suvarnabhumi Airport New. Vamos para allá. - ¿Con destino a Washington DC? - ¿Qué sabes tú de Washington DC? - Que allí pasé el verano más feliz de mi vida. - ¿Quizás tuviste algún romance con alguien? - Más que eso... pero no es lo que piensas... - Lo que pienso yo no es lo que estabas pensando tú... - A veces me parece que estás en la Luna. - Quizás porque me gusta demasiado viajar. - Sigo pensando que me recuerdas a alguien. - Alguien existe siempre... ¿lo sabes? - Supongo que sí. Que alguien existe siempre. Eres mucho más lógico de lo que todos ellos dicen. - ¿Qué dicen todos ellos? - Emilian Morrison, Maxime Morrow y Bonface Morris ya no me interesan. - ¿Alguna vez te interesó alguno de ellos? - Nunca. Jamás me interesó alguno de ellos. Si digo que ya no me interesan es para confirmarte que no hubo ningún momento en que me interesaran lo más mínimo. Prefiero a ese alguien que siempre vive. Joseph cambió el tema de la conversación. - Cuando lleguemos a Washington DC y antes de tomar otro vuelo... ¿a dónde quieres ir?. - A pasear por la orilla derecha del río Potomac. - Eso mismo estaba pensando yo. - ¿Es que lees mi pensamiento? - No. Yo sólo puedo leer la mirada de tus ojos. Tus pensamientos los dejo para tu imaginación. - ¿Y no son capaces de ofrecerte una oportunidad de trabajar en algo grande? - Me la acaban de dar. Trabajar a tu lado es lo más grande a lo que puedo aspirar. - Pero... ¡vas a la guerra! Joseph no respondió más que con otra ligera sonrisa y después bajaron en el ascensor, pasaron por la planta de la recepción del Daily New de Bangkok y salieron a la calle. - ¿Te importa si antes de llevarte al aeropuerto te invito a un helado? - ¿No es eso cosa de niños? - Por eso mismo. - Sigues recordándome a alguien. - No digas nada más. No es necesario. Sólo tomemos los helados y después Dios dirá. - ¿Tú crees en Dios? - Posiblemente, además de en tí, solamente crea en Dios. - ¿Cristiano? - ¿Se puede creer de verdad en Dios sin ser cristiano? - Es cierto. No se puede. Por eso yo también soy cristiana. - Lilian, ¿no te importa si vamos andando? - ¿Es que no tienes para un taxi? Joseph sacó del bolsillo derecho de su pantalón un gran fajo de dólares. - ¿Cómo tienes tanto dinero hoy, Joseph? - Solo puede ser por dos razones: o he atracado un comercio o es un milagro de Dios. ¿Qué eliges?. Bueno, no, no digas nada... - No te creo capaz de atracar un comercio, - Entonces imagina que ha sido un regalo de Dios. - Contigo... ¿hay que estar siempre imaginando? - Casi siempre. Los dos comenzaron a caminar, él con las dos manos metidas en los bolsillos de su pantalón, hasta que encontraron una heladería. - ¿De qué lo quieres? - De lo mismo que tú. - Entonces que sean dos de ron con pasas. - Sabía que ibas a pedir ron con pasas. - Vaya, Lilian... parece que vas sabiendo ya muchas cosas de mí. - No lo sabia, tonto. Solamente que a Joe le gustaban los de ron con pasas. Se sentaron viendo pasar a la gente. - ¿Ves a todos esos, Lilian? - Sí. ¿Qué les sucede? - Me estoy preguntando cuántos de ellos y ellas son capaces de soñar a lo grande. - Según se les mira parece que tienen demasiada prisa como para poder soñar. - Eso es, Lilian. Ese es el mayor problema que tiene la humanidad. - Es horrible pensarlo. - Más horrible es vivirlo. - ¿Tú has vivido esa experiencia? - Sí. La he vivido. Pero no en mí mismo sino en muchos que me han rodeado. - ¿Y qué podemos hacer dos simples periodistas para evitarlo? - Quizás ese sí que sería un buen argumento para ganar el Pulitzer. - Pues es la primera vez que oigo decir eso a alguien. - Lo más probable es que las personas se olvidan de decir cosas más importantes que contar desgracias. Por cierto... ¿no te parece a tí que no tener grandes sueños es la mayor desgracia que les ha tocado vivir? - Lo dices en serio o estás de broma... - ¿Tú no sabes que la culpa de todo lo pésimo que viven hoy millones de seres humanos es que nadie les ha explicado lo que es un gran sueño? - Puede que lleves razón. - Escucha, Lilian... nunca procuro llevar razón en lo que digo. - Entonces... ¿por qué eres tan razonable?. - Porque no busco la razón sino que la encuentro o, mejor dicho, ella me encuentra a mí. - Y pensar que en el mundo del periodismo nadie me ha hecho ver eso... - Y pensar que en el mundo del periodismo nadie ha sido capaz de escribirlo. - ¿Qué cosa? - Lo que es un gran sueño. - ¿Tú has escrito algo dee so?. - Espera. Joseph buscó en el bolsillo izquierdo del pantalón y sacó una hoja escrita. - ¿Eso qué es? - La respuesta a tu pregunta. - ¿Lo puedo leer? - Sí. Tú entiendes perfectamente mi letra. Puedes leerlo. - Y soñando sueño que te sueño y en ese triple sueño soñado eres sueño para mí... El mundo se detiene. Sólo me importa seguir soñando la intimidad de tu cuerpo entre mis manos bohemias que te configuran magias de placer. No importa nada de nada lo que ocurre en el mundo detenido para los dos. Sólo el íntimo sortilegio de entregarnos el uno para el otro en medio de la paz y del silencio. ¿Y qué importa ya la crisis generacional de los valores?. ¿Acaso no somos tú y yo los que soñamos en esta sencilla alcoba llena de mensajes que van de mi cuerpo al tuyo y del tuyo al mío?. El mundo se ha detenido por completo. No hay horas sino caricias, y besos, y sentimientos de placer corriendo por dentro de nuestra sangre. ¿Qué nos importa a nosotros ahora que se destruya el Universo?. El único Universo que existe, ahora, para nosotros somos nosotros dos mismos y en persona. Y ese Universo es atemporal y lleno de magia. La magia que se transforma en placer de cuerpos enhebrados en las caricias del amor. Y soñando sueño que te sueño y en este triple sueño soñado eres sueño para mí. - ¿Quién es la afortunada? - ¿Te has mirado alguna vez a ti misma? - ¿Tiene algo que ver? - Quizás.... quizás sea la respuesta a tu pregunta. Ella se le quedó mirando, sorprendida. - ¿Hablas alguna vez en serio? - Y si te digo que siempre hablo en serio... ¿qué opinarías? - Que es imposible que sea yo la afortunada. - Pase lo que pase en esta experiencia de trabajar los dos juntos nunca olvides que lo imposible siempre es posible... para los cristianos... - Eso quiere decir que no es imposible que me den el Pulitzer. - Eso quiere decir que el Pulitzer no es lo único posible en esta vida. - ¿Hay algo más grande para una periodista que le den el Pulitzer? - No lo sé... pero te aseguro que tú eres mucho mejor que Ellen Barry del The New York Times. - Y me parece a mí que tú eres mejor que Clifford Levy del The Wew York Times. - !Jajajajaja! - ¡Vaya! ¡También sabes reír! - Es que me parece un verdadero petardo eso de "El informe dio un rostro al inestable sistema de justicia en Rusia". Escucha bien. Sí que hay algo mejor que un Pulitzer para una periodista. - Pues para mí es un deseo. ¿A qué puedo aspirar más? - ¿Te imaginas de modelo publicitaria? - Sí. Pero yo quiero ganar el Pulitzer. - ¿Es que no tienes otra idea en la cabeza? - Tengo muchas ideas en la cabeza... pero es que me parece que si por un petardo como ese de "El informe dio un rostro al inestable sistema de justicia en Rusia" se ha ganado un Pulitzer... - No sigas... voy a terminar yo la frase... si por un petardo por ese rostro le han dado un Pulitzer a Ellenn Barry por tu rostro te mereces el Nobel. - ¡Jajajajaja! - ¡Pero si ni tan siquiera sale su fotografía en Internet! - Que sí sale, despistado... - ¿Se puede saber dónde sale? - Por ejemplo en Wikipedia. - ¡Atiza! ¡Ha pasado a la Historia! ¿Y es más guapa que tú? - !Jajajajaja! ¡Jamás! - Deja de hacerme reír que perdemos el avión. - Pues entonces cállate y busca un taxi. Ambos se levantaron, él pagó los helados y buscó un taxi. - ¿Puede ir volando hasta el aeropuerto? - Caballero... esto es un automóvil y no un reactor a chorro. - Bueno... entonces llévenos al aeropuerto por el camino más recto. - Caballero... por ese camino llegaremos muy tarde. ¿Tienen prisa? - Yo ninguna pero mi compañera sí. - Suban y no se preocupen... porque me sé unos atajos que ni los del cine los pueden superar en esas películas de persecuciones entre policías y ladrones. - ¡En qué lío nos estamos metiendo, Joseph! - El problema no es meterse en líos porque para eso ya estoy bastante experimentado. El verdadero problema es que lleguemos antes de que hayan trasladado el aeropuerto cien kilómetros más lejos y, sobre todo, que no tenga yo que pagar los estropicios callejeros que puede hacer este taxista. - Que no se preocupe usted, caballero, que en esta ciudad ya están todos acostumbrados. Ya no hablaron más porque, efectivamente, el taxista se saltaba los semáforos, derribaba algún que otro tenderete en las calles estrechas y, como si fuera una película de chinos, llegaba al aeropuerto todos sanos y vivos. - Díos mío... Díos mío... Dios mío... - Calla, Lilian, que no se enteren los de la CNN pero acabo de pagar con un cheque con cargo a su cuenta corriente. - ¿De dónde has sacado esos cheques? - ¿Te acuerdas de Diana? - Sí. ¡Que has hecho con Diana! - Nada. Que antes de que la llamase el señor Morris para darle las instrucciones yo le dije que era una orden del citado Morris que me entregara una chequera de la CNN. - Entonces... ¿esos billetes que llevas en el bolsillo? - Más falsos que Judas. Ella no tuvo más que reír mientras él extendía un cheque a cargo de la CNN, le despedía al taxista con un "buena propina le doy" y, poco después, entraban al aeropuerto. - ¿Y ahora en que avión volamos, Joseph? - Pero... ¿no se lo has preguntado al tal Morris? - Ni me di cuenta. ¿Y ahora qué hacemos? - Vamos a preguntar a Información. Se acercaron al servicio de Información del aeropuerto de Bangkok. - Esto... soy la periodista Alison Lilian y este es mi compañero de trabajo... ¿por casualidad no sabe usted, señorita, si me está esperando alguien? - ¿Usted es Alison Lilian? ¡Por supuesto que la están esperando! ¡Ahí viene!. Se les acercó un alto cargo militar de los Estados Unidos y se presentó con un saludo marcial - Soy el comandante Mac Enroe... - ¡Ay va! ¡Igual que el famoso tenista! - Cállate, Joseph, por favor. Es un gusto conocerle míster Mac Enroque... - Que no ha dicho Mac Enroque, Lilian... que se apellida Mac Enroe y quizás no sepa jugar al ajedrez... por cierto... ¿sabe usted jugar al ajedrez, señor comandante? El comandante Mac Enroe no salía de su asombro. - Pero... ¿de verdad son ustedes los dos periodistas que tienen que ir a Afganistán? - Ella sí. - ¿Y usted? - Yo también. - ¿Está usted bien de la cabeza? - Cuando miro las fotografías me veo muy atracativo. - ¿Querrá usted decir atractivo? - Eso... eso... ¿qué dije? - Atracativo. - ¿Y cómo se dice? - Atractivo. - Muchas gracias, señor comandante. - No le haga usted demasiado caso, señor comandante, él nunca dejará de ser así. - Muchas gracias, Lilian... tú tampoco dejarás nunca de ser guapa. - ¡Venga! ¡Tiren para adelante los dos! - ¿Es que estamos detenidos? - No digas más tonterías, Joseph. Lo que nos está indicando el señor comandante es que le sigamos. - ¿Y para qué tenemos que seguir a un señor comandante de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos? - Porque si no le seguimos no sabemos qué avión tenemos que coger. - Veo que la señorita sabe bien lo que dice... sin embargo... usted, señor periodista... ¿sabe lo que dice o hay que decìrselo todo? - Cuantas más cosas me digan más aprendo y aprender en la vida es mi oficio. - Vale ya, Joseph, cállate o nos detienen de verdad. Llegaron hasta un avión militar expresamente preparado para llevarlos a Washington DC. Subieron a él y a los pocos minutos ya estaban volando hacia las tierras americanas. En el trayecto,. Joseph iba pensativo y sin decir palabra alguna. - ¿Qué te sucede, Joseph?, una cosa es que no digas tonterías y otras que no me dirijas la palabra. ¿Estás enfadado conmigo? - No. Lo que pasa es que estoy pensando... - ¿Y se te ocurre pensar ahora que ya no podemos echar marcha atrás? - No es eso. Es que tengo que decirte algo. - ¿Y por qué no me lo dices? ¿Tienes miedo a mi respuesta? - Tampoco es eso. Lo que sucede es que todo tiene su tiempo. Por eso la Biblia dice que hay un tiempo para hablar y hay un tiempo para callar. - ¿Y por qué no has elegido otro momento para callar? Este viaje se me está haciendo muy aburrido. - Dile al contramaestre que toque la guitarra. - ¿Tú estás loco o te lo haces? En un avión militar no hay contramaestre. Eso es en la Marina. - ¿Marina? ¿Conoces de verdad a Marina? - ¿Quién es Marina? ¿Alguna de tus desconocidas conquistas? - Era yo muy pequeño pero si... conocí a Marina... - ¿Y te enamoraste de ella o no? - Como siempre... - Como siempre... ¿qué? - Como siempre prefiero callarme. Ya no volvieorn a dirigirse más la palabra en el resto del viaje. Él pensando en cómo decírle a ella lo que tenía que decire y ella enfadada con él por no decirle lo que tenía que decirle. Hasta que, por fin, llegaron a Washington DC y se les acercó el comandante Mac Enroe. - Tienen ustedes todo el día de permiso libre... pero mañana les quiero ver aquí mismo a los dos y a las dos pos meridiano... y he dicho a los dos y a las dos... ¡señor periodista!. - Entiendo que ella es una y yo soy uno... luego si sumamos una más uno salen dos. - ¡Vámonos de aquí, Joseph, antes de que al señor comandante le dé un ataque de nervios. Saliendo del aeropuerto él avisó a un taxi y subieron los dos en los asientos traseros. - Escuche, señor taxista, vamos al Lady Bird Johnson Park. - ¿Joe? - Joseph.
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