GUIDO. [Un Relato-Ficcin.]
Publicado en Dec 30, 2011
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Me tomó de la mano… y caminamos por ese pasillo largo…largo… se sentía la lejanía y ese no llegar destino, pero las cosas iban pasando, mi ojos fijos sobre la pared y Guido que apuraba el paso. Se abrió una puerta y el vaivén de la misma me despertó del ensueño, de las ondulaciones y curvas imaginadas. Mi papá se sonrió y dijo algo confuso, yo solo atinaba a mirar esa secuencia de las camas bien acicaladas, asociadas al formol y al color verde azulado de los hospitales. Presiento la torpeza de mi pequeño cuerpo inquieto, pero algo diluye la escena, es un pasaje hueco, sin recuerdos…; me esfuerzo, salgo de ese sopor del encierro; caminamos con Guido hacia el ascensor, un ruido y otro y gritos y pasos reverberantes…Solo mi mano aferrada a la suya , mi primo me sostiene, tal vez parezco caerme,   no sé a donde vamos, la puerta gime, se cierra y un aire pesado acude con esa sensación del vacío en el estomago … miro a Guido, levantando mi cabeza, _es tan alto_ me digo, _¿será de verdad…?_, es difícil reconocer su cara…. Pasamos y pasamos, pisos y  pisos, el tiempo se estabiliza y veo la belleza de sus facciones, es tan hermoso, tan niño, qué ojos límpidos, claros como el cielo nuestro…Su piel oscurita, pero qué suavidad, no veía imperfecciones, que belleza tan exquisita, y sus manos largas y suaves… La luz me pega en los ojos y desaparecen mis recuerdos…
 La adolescencia de Guido se había extendido o abreviado más allá de mi comprensión, no puedo decidirlo ahora, tampoco puedo entender los motivos de su búsqueda…
Había llegado a esa gran ciudad  solito, perdido en la nada, con el temor de la calle, en  silencio; el viento lo acariciaba, sus manos tocaron el cuero de su valija, (única propiedad) apretada contra tu cuerpo perfecto y elástico,  y se sentó a ver pasar las sombras oscuras sobre el suelo, no se atrevía a  mirar con detenimiento,  se aferraba a sus anhelos y parecía ausente, mientras aquella continuidad de la tarde desistía  y se sometía a los rigores de la noche.
El frío lo hizo intentar un gesto de resguardo, temblando quizá por ese vacío entró en un zaguán y sobre las paredes desfilaban engañosas manchas, los rostros informes eran amenazantes y los animales salvajes, grises, salían por las paredes enmohecidas… _Pase_ le enfatizó, un ser grotesco de mirada huidiza salió de la nada, le indicó una cama con su gesto inútil; un hilo de luz mortecina se apagaba en la pared que daba al baño verdoso y ruin. _Póngase cómodo _dijo_ y cerró la puerta…. Sintió el silencio eterno, pesado, incongruente,  como si una carga de desilusiones le pesara en los hombros casi impúberes y se durmió.
De aquella noche, no recordaría nada, una pesadez, una transpiración densa le recorrió el cuerpo, presintió que su cuerpo era tocado y de alguna manera su integridad era accedida. El yugo de la noche había consolidado su efecto narcótico y su mente caía en una oscuridad que se centraba en su cama que el inconciente toleraba.
Afuera, el rigor de la calle, los ruidos atroces del tránsito, el chirrido de los neumáticos amenazantes, y el deseo interior de deslizarse por esas súbitas veredas de Córdoba, ciudad tan mediterránea si las hay. Se esforzó por aclarar sus ideas, y se precipitó por el desnivel de las baldosas ondulantes como una serpiente herida por los tacones de los transeúntes. Los semáforos tiritaban su guiño atroz y desenfrenado, el circular tendencioso de los vehículos era algo que fastidiaba los oídos acostumbrado al silencio de las siestas profundas de su pueblo… _Buen día _dijo_ el ferretero, lo miró con cara de desilusión, como quien ve un incapaz chiquillo…_Ud es…_ expresó. _Umm…de Santiago _adujo Guido dubitativo_ ah…, del Estero _completo la expresión  con algo de sarcasmo, el viejo empleado, gesticuló con torpeza. _Puede empezar_ y señaló un delantal colgado de un perchero.
Pedro miraba la escena con algo de incoherencia en la expresión facial…El viejo índico un lugar y se retiró…
Había comenzado a ser observado, puesto a pruebas perniciosas,  era una presunción equivocada, al fin y al cabo todo es parte  del mismo juego de poder,  quienes son dominantes o sometidos.
Al concluir la jornada, el estupor y el cansancio podían más que las ausencias  y los recuerdos que se extraviaban en un laberinto, esparcidos, en el último nivel  de conciencia, se distanciaba haciendo imposible clasificar.  
Guido nunca escuchó el zumbido ni la explosión, sintió apenas que su cuerpo se desencajaba y se elevaban sus partes y suspendido en esa sensación de túnel, una tenue levitación;  al ver el pavimento agigantarse ante sus ojos, sólo atino por instinto a colocar su manos  y luego nada…la oscuridad…
_Espere que despierte_ expresó una voz que se oía lejana.
Acaso venían del pasado aquellos  olores que penetraban la tierra, el sol quemante y la docilidad de la llovizna por las tarde sobre los sauces tenebrosos bañados por esa luz tenue del poniente sometido…
Pronto comprendió que la conciencia de ser  o casi ser, da significado al  dolor, miró sin ver, sintió sin sentir: lo que quedaba era un cielo raso manchado, un interrogante indescifrable, una jungla espesa de gritos, reptiles amenazantes y aves huidizas,  indefinidas y grotescas…. Se fue aclarando su estado, dejar de alucinar era conveniente. El espectro de su madre acudió para torturarlo, para reclamarle su partida y el abandono propinado. Nada más cruel que la separación de una madre.
Lo cierto es que jamás olvidaría las borracheras de su padre, las humillaciones y las injurias; “si hubiera nacido en…” irrumpió un pensamiento… se hizo un vacío en sus recuerdos y luego…nada... 
Una mano tibia se posó sobre su frente, y su visión volvió de a poco…, una nebulosa gris de clarososcuros y la entrada de la conciencia resulta siempre cruel.
Guido pudo observar el rostro de Pedro, no recordaba haberlo conocido,  estaba allí parado con una expresión autista, casi impenetrable, cuando Pedro se dirigió con cierta cordialidad, recordó a la persona que tanto lo había ayudado, le consiguió el trabajo, lo aconsejaba de alguna manera y ahora estaba ahí para curar sus heridas… Pedro parecía tener una eternidad debajo de su piel, era extrañamente cortés…, le pareció  que su presencia lo atemorizaba… ¿Había algún motivo para temer?, sus pensamientos se acomodaban con cierta sinergia involuntaria.
Lo ayudó a levantarse… el baño estaba preparado…, el agua caía y caía incesante, con un dejo de laxitud, demasiada lenta, demasiada caliente, demasiada constancia… Se desvistió con dificultad, y el agua fue cayendo vaporosa sobre su cabeza, se deslizó sobres sus hombros casi de ébano, formó surcos imperceptibles, pequeños ríos se bifurcaban al llegar a su ombligo perfectamente circular, formaban incipientes torbellinos , sus vellos era suaves, ínfimos, y el agua delimitaba su recorrido hasta llegar a su pubis y bajar por su piernas en un zigzag de meandros armoniosos hasta sus  píes perfectamente simétricos, con la estructura de sus músculos tensos,  que el agua iba  relajando lentamente. Nunca había comprendido la perfección de su cuerpo, la delicada estructura que otros veían. La hermosura de sus facciones, su nariz perfecta, sus ojos con una luz sobrenatural que sobrecogía a quienes se atrevían a contemplar los detalles de su iris. Cogió  la toalla más cercana,  se secó  la cara; entre la niebla y los vapores pudo ver aquella figura que parecía penetrar la consistencia inestable de las pequeñas gotas de agua, no se había percatado que  Pedro miraba su cuerpo desnudo con una insistencia inusual sentado sobre una banca de algarrobo. Sus ojos tenían cierta ferocidad que a Guido lo sobresaltó… y tras la sorpresa, el muchacho cubrió talmente su cuerpo y al mirar el rostro nebuloso de Pedro, su expresión trasfigurada, era de un ser casi diabólico, los ojos cortaban las minúsculas gotas de agua que flotaban y esos ojos oscuros con una profundidad sin fin,  congelaron la escena.  Guido retrocedió, temblando, al costado más lejano del baño. Cuando sus ojos se aclararon, y la  bruma se disipó, pudo controlar el espanto,  la furtiva imagen  siniestra se había desmaterializado.
 
Rememoró aquellos días anteriores a su pubertad cundo la tierra cosquilleaba bajo sus pies descalzos y sentía el frescor de la hierba traspasar cada nervio hasta hacerse uno con la profunda grava. El calor de los fogones, la música bajando por el monte reseco hasta inundar su habitación  cuya ventana era el portal incondicional de sueños y meditaciones. Era un niño que se alimentaba de los bosques profusos de algarrobos, su fisonomía separaba el horizonte del cielo en una cruz perfecta,  Guido, la ofrenda de Dios ante las miserias y cobardías. Dormía en sus abismos más allá de la comprensión de sus amores, de la infinidad del cosmos o del rencor de los hombres. Se le hacía difícil volver de sus ensueños y su pequeñez se engrandecía con la claridad que venía entrando y dorando su piel adormecida mientras su cuerpo resplandecía de estrellas y luciérnagas… lo besaban  con delicadeza sobre la finura de sus labios y cabellos humedecidos por el rocío…
 
Nadie podría comprender, ni su madre, cuando despertó sobresaltada, y se dirigió al pequeño cuarto de Guido, _¡Por Dios!_ exclamó casi gimiendo_ y su corazón se quedó conmovido por el asombro de lo inexplicable, se detuvo frente a la puerta entre abierta y con su dedos frágiles, apenas rozó la madera tallada  y allí el cielo había bajado… tan conmovedor era todo aquello, cuanta delicadeza…; traslúcidas figuras lo rodeaban….y esa luz que lo envolvía. “Qué tibieza agradable”…. “Qué melodía tan sutil”…. y el cuerpito de Guido irradiaba tanta hermosura, su piel se incendiaba en colores indecibles: dorados profundos, amarillos iridiscentes, ámbar tornasolados, índigos exquisitos, zafiros inconstantes, aguas marinas del centro mismo de algún planeta lejano, el verdor encendido de las esmeraldas más extrañas del oriente,  estaban todas las gemas del universo representadas; luego un silencio inmenso…, un dilatación de los segundos inmarcesibles. 
Una danza de luces huidizas comprimiendo el tiempo….que se desprendía lentamente… y esa brisa que entraba por la ventana que aplastaba su pecho materno, sus anhelos,  su miserable vida pueblerina; y la tenue levedad de un perfume a nardos y jazmines mezclados con voces profundas, coros lejanos: los intra-mundos confraternizaban. Se hacia lejano el sonido del mar,  comprimido en un caracol irreal donde solo los niños tiene acceso por esa naturaleza divina concedida.  
María, sabía que nada sería igual. Volvió en sí, su alma no pudo contener las lágrimas, apaciguándose, se sentó, contempló la respiración profunda de Guido, sostuvo con ternura la mano de su hijo dormido, miro nuevamente la totalidad de su cuerpo, le besó los pies dejando perlas  de amor  sobre los mismos  y se alejó a la pieza contigua. Nadie se enteró de lo acontecido aquella noche. Cada segundo lo recordaría como una gracia recibida. La volvería más dócil y comprensiva, pero su niño, a su pesar no le pertenecía, algo mucho más poderoso se interponía. Ella, mujer de fe inquebrantable, no quería apartarse de esos designios.
 
Lo sobrenatural era casi habitual en Guido, desde su sonrisa hasta el ritmo de sus pasos…el aroma salvaje de su piel  y esa melancolía que se reunía en sus ojos cuando el véspero diseminaba los colores fosfóricos sobre el mundo. Él esperaba el soplo de la brisa y el silbido leve de las almas que recorren los montes en época de verano con la sequía apremiante y el estremecimiento del cacuy  acompañado de  una multitud diminuta de luciérnagas, apareándose en una danza sin fin de fulgores  sobre el viejo árbol de los rituales, lugar del bosque que los brujos vaticinaron el nacimiento de Guido como el niño de los ojos incandescentes.
 
Sobresaltado despertó…la oscuridad dilataba sus pupilas al extremo… y en la negrura estaban los ojos aun más oscuros de Pedro … éste se confesó …le dijo lo que tenía en su lúgubre corazón, si en verdad había algo para ser rescatado, en ese trance donde el asedio y la obnubilación que eran frecuentes, Guido,  asintió la relación …y ese estado de cosas le quitaron cierta impunidad que se diluyó cuando el templo de su cuerpo y de su alma fue entregado al gran tormento  y  sacrificado en aras del deseo.
Los días fueron hechos pedazos, su piel rasgada y mancillada por la enfermedad de aquel que con su engañosa misericordia atrapó un  fragmento de su alma.
 
Siempre, cuando las tardes daban inicio al ritual de candelas y flares mortecinas, y la languidez del orbe acudía despaciosa a esos párpados  delicadísimos del Niño Rey;  un picaflor ondulaba frente a la pequeña ventana verde  que delimitaba un mísero patio de baldosas rojas gastadas por la lluvia y los años…. Recordó que a su madre estos diminutos seres  le danzaban, cuando se aproximaba a la  ventana de la cocina y entre el jardín y una enredadera sinuosa de flores apretadas con su virginidad intangible,  se efectuaba la danza matutina repleta de compases invisibles, de zumbidos inaudibles, de vibraciones apenas sugeridas, luego venía una coreografía  de símbolos místicos  dibujados para  los ojos y el espíritu.
 
Ya no podía más que contemplar su vida, como quien observa sin ver. Siempre sentado en el mismo lugar, la misma placita, esa donde llegó con frío apretando su valijita, y se inquirió sobre el amor y no supo una respuesta, sólo ver las sombras que pasaban, el desgano, y la torpeza de las nubes enredándose, envolviéndose, jugando una partida fraticida como quien no supiera que ese espacio era su cielo…por algún motivo el sol las atravesaba y transgredía esa maraña estelar de sandeces, en fin, se olvidó de sus desdichas…
Y ya la luz era diferente, declinaba,  la torre de la iglesia caía a pique con sus campanas que anunciaba la misa de la tarde, se dirigió en acto compulsivo, sin saberlo, sin casi notarlo, como si una fuerza o la desidia lo llevaran, cuando entró sus ojos reclamaron con insistencia la claridad;  los vitrales lo subyugaron, las imágenes de María Santísima y la de Jesús Crucificado conmovieron su pequeña alma para elevar su gemido al crucificado. Sus lágrimas se deslizaban sobre la suavísima mejilla derecha que solo fue advertida por Roxana  que de soslayo se subyugaba con la belleza de Guido,  pensó “Pero si es un ángel ese niño”,  y ella que tenía toda la grandeza de su piel blanquísima, sonrosada , y los cabellos alborotados  como el color del choclo recién cortado, ella, la perfecta doncella cuyo corazón jamás pudo ser conmovido por joven alguno… se fijó en ese adolescente de gran delicadeza y veía correr sus lágrimas con la fluidez del amor cuando se siente de veras, y dejó que la imagen de Guido la recorriera por su mente, tocara tambores inicíaticos de pubertad y adultez reprimida, se llenara de las hormonas más acaloradas y fingiera ignorar ese placer de idealizar la cita perfecta.
Los ojos de Guido cayeron sobre sus piernas, sus oraciones parecían subir y subir por el centro de la nave, hasta llegar a un rosetón translúcido donde cada rayo de sol definía los contornos inmateriales de un arcángel,  y allí cada palabra  era un precipitarse, un grandioso perfume de soledad, amargura y bosque, mezclados con madreselvas y lilas… Roxana no pudo contener esa explicable sensación de elevación espiritual y la conmoción  casi levitante de su cuerpo ante la proximidad de Guido, vio cómo las lágrimas eran cada vez más profusas y ella notó que su corazón no lo resistía, y cuando sus labios iban a consolar al niño, pudo ver que algunas lágrimas desaparecían antes de caer,  simplemente se evaporaban en el aire y no llegaban nunca a destino. Tan sublime era aquello que, cuando Guido elevó su mirada al Santísimo, Roxana insinuó un gesto y Guido, sin mirarla, expresó un susurro casi gutural de adoración.
El sopor de la penumbra mestizada con la mirra y el incienso del recinto lo tornaba agobiante, los ojos del joven se impusieron sobre la celeste claridad de los ojos de Roxana, entonces le reprochó  diciendo: _La esperaba antes...  Roxana que no terminaba de comprender, sostuvo la mano de Guido y salieron. La noche era ya profunda.
 
El otoño había irrumpido en la habitación, había un sabor a desesperanza pero también un clamor que arrastra las almas bellamente adornadas por el fuego del amor. Guido se detuvo frente a la ventana verde, vio asomar con delicadeza cada reflejo hialino, cada haz pasó por sus pupilas, por sus manos, atravesó su corazón y fue a dar con delicadeza sobre un  recordatorio de Roxana, una pequeña misiva adornada con eléctricos dibujos, de aquellos que se envían los amantes, y simplemente  decía “TE AMO”. Cuando el muchacho volvió de sus cavilaciones y cerró sus párpados, levantando la nariz, como lo hacen los lobos en las desoladas estepas árticas, allí donde el silencio es como la amargura de los que sienten demasiado y esperan la perfección del amor y se quedan extenuados en el intento.
 
Roxana soltó sus cabellos de espuma, se miró en un espejo oval adornado con dorados ramilletes góticos, le pareció apropiado ese vestido…Su espera, sus ansias, la superaban. Guido la esperaría desde temprano en el parque de la ciudad, le tomaría su mano, la miraría directo a los ojos, con ese encanto de las bellezas nacidas para ser amada por otra perfección igual de amorosa. ¡Ah!, le hablaría con ese sabor de las frutas tropicales, se amarían sobre el frescor penetrante del césped y el perfume de las rosas casi invernales. “Pero no habría rosas” se dijo para sí, ¿eso importaba acaso? Guido es una flor que todo lo perfuma, qué importa el jardín o la gente o los ruidos o las aves o las nubes o el sol profundo… Si su pequeño era  todo eso… podría ser más que toda su vida reunida en un puñado de cosas…
El misterio del amor era tan tremendo, tan basto, tan inaccesible… le vino una dulce imagen de Guido con su sonrisa de sandía…y sus cabellos suaves y dóciles como el terciopelo de la noche penetrando el follajes de los abedules.
 
Cuando Roxana llegó Guido estaba mirando el cielo, esa contundencia del celeste azul, recordó que su madre le había contado “el día del colibrí albino…” Sí… aquella mañana María se servía una taza de té, reposando sus delgados codos sobre la ventana que daba al patio interior de la casa, el jardín era un descanso para sus ojos ,  del olvido de las angustias materiales se pasaba a la frescura del pomelo atiborrado de frutos amarillos y zorzales inquietos que picoteaban la humedad de los riachos que formaba el agua que descendía al manzano de frutos ácidos y de un verde sutil para desaguar en el tazón inmenso del enorme laurel que desprendía esencias inolvidables. ¿Fue el colibrí un anuncio?, ¿una profecía, una advertencia? Lo cierto es que a los pocos días Ignacio moría imprevistamente.
Al cumplir el primer aniversario de la muerte de su padre y a la misma hora,  Guido se estremeció…Tim, el perrito, había sido atropellado por un vehículo, agonizaba, como era de esperar, no se atrevió a salir de su casa;   su hermano  menor,  lo cubrió con un paño y  mientras lo conducía al monte para abandonarlo, sintió el doncel que  la muerte le apuñalaba el corazón.
La llave de la puerta de la casa había desaparecido misteriosamente y al día siguiente fue encontrada sobre el aparador junto a la pequeña foto de su padre. Sabía que, resignadamente debía callar…
 
Algo cubrió la claridad… y el azul desapareció…, una ancha sombra se interpuso con la misma magnitud de la bóveda celeste, se irguió y pudo ver los ojos de Pedro, no podía comprender ni  asimilar su presencia, nunca llegó  a escuchar sus palabras… su gestos parecían obsoletos, su agresividad  inapropiada, Guido pudo ver el reflejo plateado del sol sobre la mano derecha de Pedro y un estruendo colmó la serenidad del bosque y todo se fue diluyendo …alejándose …siendo absorbida la realidad por una lejanía cuyo plano se dilataba con una acudir de los grises sobre los azules hasta abarcar la totalidad de los más profusos colores ausentes.
Roxana se arrojó lánguidamente sobre su costado,  abrazó a Guido con una ternura que apenas sus brazos resistían, lo acarició sin medirse en demostraciones, luego fue sintiendo el frío acidulado  de su amante, intentó despertarlo, se apartó buscando ver su rostro, tomó a aquel inocente en su manos y un pequeño hilo vítreo,  imperceptible, casi  rojo,  se advertía sobre la sien derecha de Guido;  su príncipe sin aire, sin latido, sin color…Los segundo eternizaron la escena , los árboles se cubrieron de destellos y los vientos soplaron a las nubes  y una caprichosa llovizna se apoderó del entorno. Chispas huidizas con deidades imposibles cubrían en un círculo perfecto a los adolescentes. Roxana sollozando se quedó dormida sobre el  pecho resplandeciente de Guido.
 
Roxana despertó luego de una prolonga inconciencia,  cuando el médico la examinó  pudo esbozar una dulce mueca de placer.
A las pocas semanas, la niña de ojos celestes fue vista con un adorable joven  y que miles de mariposas y fulgores los seguían por entre las arboledas del parque, pero nadie pudo asegurar que ello fuera una verdad incuestionable.
 
Erguido frente a la tumba de mi madre y cuando las luces se entornan, se retraen,  y son absorbidas por el crepúsculo como una grotesca boca milenaria, y la eternidad  despoja  lo terrenal, su nitidez y los contornos se difuminan,  asoma de mis ojos la misma llama, el mismo encanto que Guido padecía, pude sentir esa avidez de las pasiones incontrolables y la humanidad exacerbada, del alma atrapada expresando su infinitud. “Ninguna frontera queda demasiado lejos”, pensé. 
Sentí unos brazos rodeándome los hombros, era apenas un suave peso, una caricia leve, un eléctrico desliz apretando mi camisa, desgarrando el otoño…y mi ser confuso caminado lentamente entre las cruces del cementerio. La noche había llegado y la ciudad era una realidad inútil que ni mi alma apaciguaría.  
 
 
                                                                      
 
HERNÁN ALEJANDRO LUNA FRINGES
 
 
  
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GUIDO-Relato-ficcin.

Palabras Clave: GUIDO

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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