ROMANCE DE JUNCO Y AGUA
Publicado en Jul 13, 2009
No hablaré de las penas hoy.
Diré que el tiempo amanece y el junco de la ribera vuelve a ondear sobre la superficie temblorosa del agua. De un lado a otro zumban breves insectos en mensajes alados sin destino preciso y sin horarios. Es la hora de la delicia espumosa que bordea los labios en dulces sabores. Y el tiempo se alarga, y el sol se estira, dice mi nombre como una letanía que dormita en la calidez de la tarde. Y sopla su gozo sobre la tierra una vez más. ¿Dónde están las penas que sólo ayer me abrían hondos senderos de desesperanza? ¿Dónde los dolores que día a día me deparaba la rutina de los meses que nunca acaban? Se marchitan sus rescoldos, tenaces, moribundos, allí donde quemaron mi alma, ignorantes de su zarpa feroz y extenuante, pavorosa. Lo sé. Bastaría un leve soplo para levantar las cenizas y agitar sus candentes brasas: tan frágil es el corazón del que aún convalece. Pero miro desde mi ventana, en la distancia, y la dulce agonía retrocede ante el paisaje de mis ojos abiertos al mundo, devueltos a las cosas que crecen, poderosas y crepitantes de cantos y esperanzas. ¿Qué importa si no brotó el amor donde puse la caricia plena de afectos? ¿Qué si el vendaval de la pasión fue más fuerte que la fe de mi alma? Me abrazo de nuevo al amor, implacable, más allá del gesto o la palabra que jamás llega. Y acaricio, furtivo, la espalda del amigo que se va y me deja, porque es tiempo de volver al agua mansa, luminosa, al junco que se mece, jubiloso, solitario, en la ribera temblorosa del agua.
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