Diario en la India I
Publicado en Jul 18, 2009
La India es un país de intensa espiritualidad, donde la religión es una forma de existencia, la cual marca cada aspecto de la vida, desde las faenas más sencillas, incluso la educación y la política. En este país, a las mujeres se les estima extraordinariamente porque son las formales educadoras de sus hijos, jamás se les besa o se les da la mano en lugares públicos. Pero tampoco tienen la libertad de elegir a sus futuros esposos porque los matrimonios son concertados por las familias de los novios entre miembros de la misma casta del mismo nivel social y económico, así mismo se predispone a la familia de la novia a dar una dote a la del novio, esto puede ser un gran problema porque cuando el dinero escasea, los padres prefieren asesinar a las niñas recién nacidas. Consideran que el amor brota con la vida cotidiana entre ellos dentro del matrimonio.
Dentro de los grandes personajes, me cautivo uno inolvidable e inmortal: Gandhi se caso a los treces años con una niña de su misma edad. Sin tener conocimiento, estaba comprometido desde los seis años. Se declaro en contra del matrimonio entre niños y a favor de la abstinencia sexual (yo estoy totalmente en contra), debido a que él no pudo ver morir a su papá porque en ese instante estaba haciendo el amor con su esposa, vivió sin grandes lujos, casi en la miseria, a pesar de que pudo vivir con holgura, jamás concedió beneficios a sus familiares, y rechazó siempre el poder político porque decía que este corrompe. Siendo el dirigente más importante de la no violencia entre los revolucionarios de todos los tiempos, fue asesinado por un joven hindú. Ese territorio es poblado por más de mil millones de habitantes, varios millones de ellos hacen sus necesidades al aire libre. El desperdicio se puede encontrar en cada esquina, que sirve a la vaca sagrada y hambrienta de alimento, la cual va dejando su diarrea sobre la calle, que se suma al excremento humano, y que se unen cuando se asoma el monzón, el cual a su paso deja un aroma con olor a inmundicia. Así que, por miedo a las enfermedades me inyecté una ensalada de vacunas como: hepatitis, encefalitis, tifoidea, rabia, y fiebre amarilla. Tengo que aclarar que antes yo no tomaba ninguna precaución profiláctica y preventiva, pero la carrera de la edad, los años acumulados, los cuales son la resta, la cercanía de nuestro final, nos vuelve precavidos y miedosos. La miseria, la suciedad, los animales no domésticos, los conocía como las huellas de mis manos, porque existen también en México; pero todos estos problemas se ven multiplicados, naturalmente, por la sobrepoblación y para colmo donde existen también líderes políticos corruptos. Mi esposa trabajando y yo con tiempo libre, que pense contactarme con algún programa social, coordinado por alguna institución internacional, los cuales auxilian a los países pobres; pero cuando me enfrente con la verdad, me espanté de tanta pobreza, miseria, sufrimiento, multitud, y de tanta suciedad. No tuve tiempo de inventar mi vida, y tampoco tuve tiempo de ayudar. En lo único que pensé, fue en proteger a mis mujeres de todo lo que me atemorizó. Y fue así como comencé a luchar contra esas criaturas que traen arrastrándose o volando, toda clase de enfermedades. En los primeros meses combatí esos bichos con químicos, en las horas que mi compañera y mi hija se encontraban ausentes. Si alguna visita estaba en casa se extrañaban al no ver dichas mascotas. Mientras tanto yo también me iba envenenando con esas sustancias químicas que me provocaban dolores de cabeza y vómitos. Pero como no tenía la idea loca del suicida, comencé a investigar sobre productos naturales para combatir a mis enemigos. En los tiempos de huída de ese país, cuando me encontraba tranquilo en Alemania visitando a los amigos o parientes cercanos de mi esposa, yo pasaba mi tiempo en la biblioteca de la Universidad investigando sobre sustancias naturales que me sirvieran en la lucha contra esos roedores e insectos. Cuando ya había perdido el oficio de investigador, encontré mi salvación: aceite de color amarillo y no verde, como creemos, extraído de un árbol de eucalipto. Regresando a mi casa hindú, me proveí de una buena cantidad de botellas que contenían este lubricante: para ser más preciso adquirí cien botellas. Vacié una por una en un recipiente de metal. Al ir esparciéndolo, inmediatamente, los mosquitos y moscas fueron alcanzados con ese bombardeo de gotas. Sorprendidos los veo caer en picada, simulando a bombarderos aéreos de guerra encendidos en llamas. Más tarde encontraría también alacranes y cucarachas boca arriba, pero lo que más agradecería a este aceite maravilloso era su olor a eucalipto. Al ir invadiendo el ambiente hogareño, desaparecieron inmediatamente mis dolores, además nos hizo olvidar el olor a excremento que existía afuera. Como me considero solidario, me gusta compartir todo, cada persona que nos visitaba, al despedirse, salía con una receta gratis, en la lucha contra mis-sus enemigos. Al ver que mi resguardo se estaba agotando, fui a comprar más botellas para completar el cien por ciento de mi protección. Me encontré con la terrible noticia: mi defensa milagrosa, que por cierto no era barata, había desaparecido del mercado, debido a la gran demanda provocada por mi acto de solidaridad, pues mis conocidos me ganaron la partida comprando antes que yo, una buena cantidad de ese producto. Me reproché por compartir mis conocimientos. Por primera vez, tuve ese sentimiento que vuelve al hombre en un ser mezquino con los otros, es decir, quise ser un ruin egoísta, quise salvarme y salvaguardar a los míos, por lo tanto, me arrepentí de compartir mi secreto a toda esa muchedumbre. Más tarde, por suerte, sus agradecimientos me quitaron ese sentimiento y en cierto momento no me consideré un arquitecto, sino un científico de la medicina, el cual tiene como objetivo salvar vidas humanas al compartir con ellos sus investigaciones. Aunque nuestro hogar olía a eucalipto, había momentos en que mi nariz se impregnaba con ese olor de orín podrido. Por casualidad descubrí que habían desconocidos orinando, al final del jardín o al lado de la entrada a mi casa, convirtiéndose ese lugar en un sanitario público. Empecé a realizar un trabajo detectivesco, escondiéndome detrás de la barda. Esperaba a que el culpable comenzara a orinar y lo sorprendía con un gran grito estrepitoso y vibrante que ocasionaba que el forastero se mojara las manos, piernas, testículos y pantalones. Cuando pasaba el espanto yo salía riendo amigablemente para explicarle a la victima que nosotros no podíamos soportar ese olor putrefacto. Luego le exhortaba a que eligiera otro lugar donde desaguar sus aguas naturales. El descubrir a los ingratos visitantes dio un buen resultado, y no cometí el error de ser agresivo y la filosofía de que nosotros entendemos con palabras funcionó. A todo esto, coloqué un letrero con mi primera frase traducida del español al inglés: "Don't make Urine, Please" ("No orinar, por favor"), cuyas fotos han dado la vuelta al mundo y probablemente esos fotógrafos agreguen otro mal concepto a este gran país de lo mal que se escribe el inglés en la India, sin saber que dicha frase fue escrita por un mexicano. Continuará
Página 1 / 1
|
Carlos Campos Serna
Saludos y te sigo leyendo...
Susana del Rosal
Carlos Campos Serna
Saludos
oculta
Saludos de tu amiga Maribel.