La caída del "Quebrantahuesos" (Diario)
Publicado en Jan 18, 2012
Era uno de esos carniceros que, sin saber nadie cómo ni por qué, de repente se convierten en jefes de negociado -¡menudo negocio de por medio! -de un gran Banco de Madrid. Uno de esos florentinos venidos a menos que de Florencia sólo conocen lo que ven en las postales que se venden en los quioscos de la calle de Alcalá, y apellidados, digamos por ejemplo, Gómez... y que me perdonen don Ramón Gómez de la Serna o doña Gertrudis Gómez de Avellaneda... que, como no tienen nada que hacer durate toda la jornada laboral, se dedican, digamos por ejemplo, a tocarse y urgarse las narices continuadamente como si fuesen escenas de películas de esas de aquellos cines de mi infancia, llamados de sesión continua, en que por el precio de una se podían ver dos; a depilarse los pelos de las orejas con un cortauñas como si se tratara de cortar del césped de un jardín con tijeras podaderas; a mirarse las caries de las muelas en la grapadora metálica como si fuesen los más duros del barrio diciendo espejito espejito quien es el más bruto de por aquí; o, lo que es peor, a llevar al negociado revistas de Intervíu donde, en su páginal central, gracias a pesudoperiodistas que realizan su trabajo como un sucio cantero en vez de un comunicador social, aparecen fotografías de mujeres famosas, tomadas por debajo de la mesa mientras se celebra una cena de honor, de gala o de cualquier otro festejo, por ver si llevan o no llevan... y enseñándolas, incluso a la fuerza, a todos sus empleados y a todas sus empleadas.
Uno de esos carniceros que, por supuesto no tienen ni repajolera idea de quién fue Héctor Quiroga (quizás tampoco sepan nada de quién fue Héctor Rial, Héctor Núñez o Héctor de la Morena) ni, mucho menos, de cuentos de la selva... porque la única selva que conocen es la jungla de asfalto de la gran ciudad y por eso sueñan que son tan heroicos como "Jungle Jim". El caso es que a aquel carnicero se le conocía como "El Alimoche" o, mejor dicho, como "El Quebrantahuesos", por la forma y manera que tenía de hacer trabajar a sus empleados y empleadas como si fuéramos máquinas de vapor con propulsión a chorro mientras se deleitaba contando chorradas sin gracia alguna pero que había que reírselas para que no le entrara la depresión al saber que eras menos gracioso que El Capitán Araña y es que, cierto es, aquel carnicero parecía una araña trepadora; uno de esos conocidos como "trepas" para intentar seguir subiendo en el escalafón de los "jefes chapuzas". Pero la caída del "Quebrantahuesos" es algo que pasó a las historietas más graciosas de aquel gran Banco de Madrid. Sólo fueron tres segundos a cámara lenta, pero... ¡qué tres segundos más gloriosos! Tres momentos inolvidables. Tres escenas, a cámara lenta repito, que nunca jamás se pueden borrar de la memoria de quienes tuvimos el dichoso gozo y el alegre placer de contemplarlas en vivo y en directo. La secuencia sucedió de la siguiente manera: a) la silla del carnicero se resbala hacia atrás al sentar éste sus posaderas en el borde de la misma, y el carnicero se aferra desesperadamente a la mesa; b) las manos del carnicero se resbalan, arrastrando tras de sí algún clip que otro, y el carnicero de aferra con los dedos, como último recurso, al filo de la mesa; y c) los dedos del carnicero, como garfios de alimoche, no pueden soportar la tensión y el carnicero se desploma, tan pesado como es de kilos y de personalidad sin personalidad suficiente, como un saco de patatas al suelo. Después... ¡ya se sabe!... las risas y el jolgorio general, especialmente por parte de todas las chavalas del negociado propio y del negociado de al lado, y el carnicero saliendo a gatas de debajo de la mesa y más "corrido" que un mono tití de aquellos que, en mi infancia, acompañaban a los titiriteros a la hora de hacer el payaso. ¡Y bien que hizo el payaso aquel carnicero, de origen florentino, venido a menos!. Ya no pienso para nada en él. Si le veo por la calle ni le reconozco de lo poco importante que era y sigue siendo para mi vida; ahora sólo me entra la risa rememoerando las aventuras de "Jungle Jim" (tebeo de mi feliz infancia) y recordando mis cuentos de selva como, por ejemplo, mis dos versiones de "Cocoluto el Magnífico", o de tierras africanas como, por ejemplo, "Chibanga". En fin, la caída del "Quebrantahuesos" carnicero apellidado, digamos por ejemplo Gómez, y que me perdone el ex guardameta Gómez del Elche de Alicante (de los cromos y las chapas de mi infancia) valió por todos los años de suplicio que nos hizo pasar porque, todavía, me entra la risa cuando en mi mente se vuelven a repetir aquellos tres segundos que fueron tres momentos inolvidables.
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