Cinco horas con "El Chino" (Diario).
Publicado en Jan 20, 2012
Hora más u hora menos, debieron ser aproximadamente cinco las horas que pasé, en mi vida, con "El Chino", tumbados todos en el césped, junto a la iglesia que está situada en el Paseo de la Virgen del Puerto, en Madrid. El peligroso personaje apodado "El Chino" (tan peligroso como lo podía ser "El Lute") acababa de salir de la cárcel, dónde estuvo un buen tiempo por cierto acto delictivo que cometió hacía bastantes años antes. "El Chino" me confesó que estaba arrepentido, que sólo había sido "un mal momento" de esos que tienen algunos de vez en cuando, y que ahora lo que buscaba era un trabajo y un lugar donde vivir con su chica.
Sonrié para mis adentros. Yo ya había leído la novela titulada "Cinco horas con Mario" del escritor español vallisoletano Miguel Delibes (era la época en que Mario Conde andaba en líos con la justicia española); así que sabía perfectamente qué hacer ante situaciones así. El caso es que "El Chino" y su chica me tomaron confianza y, junto con otro ex-maleante (de cuyo nombre ni me acuerdo) estuvimos jugando a los naipes españoles. Daba lo mismo ganar, perder o quedarse en el medio, porque no estábamos jugando con dinero. Se acercó entonces el clásico drogata. "El Chino" me dijo que me fijara en él para comprobar que, además de mariquita, era un drogata que no tenia "ni media hostia". Efectivamente. Miré de frente al drogata y era uno de esos famélicos y flacuchentos personajes a los que ya no les queda casi sangre dentro del cuerpo y que, fuese o no fuese mariquita que a mí eso me importaba menos que lo que sucedía en la acera de enfrente, no tenía "ni media hostia"; así que cuando él se fijó en mis limpias venas del brazo le dejé bien claro que no siguiese provocando no fuese que le cruzase, de un simple tortazo, la vena aorta con la vena carótida. El drogata abandonó el "campo de batalla" con el rabo entre las piernas. Entonces fue cuando "El Chino" peló un pepino y lo compartió conmigo mientras le hice saber que yo estaba deseando irme ya del Banco Hispano Americano de Madrid y que, con mucho gusto le dejaría mi puesto de trabajo a él, pero que era imposible que los del Banco Hispano Americano de Madrid le aceptasen como empleado suyo y que buscase algún que otro trabajo más de acorde con sus aptitudes. Apareció, repentinamente, mi amigo Andrés y "El Chino" le agarró por el cuello; a lo cual le siguió una mirada mía al "Chino" para hacerle saber que Andrés era mi amigo de múltiples "batallas" y que si no le soltaba yo era capaz de hacerle "el salto de la montaña" que había aprendido, perfectamente bien, en mis clases de artes marciales. "El Chino" soltó de inmediato a Andrés porque sabía que era verdad lo que yo pensaba y porque ya había comprobado que yo era un chaval verdaderamente fuerte de físico y de ánimo... y me fui con Andrés para pasar un buen día divirtiéndonos como siempre. Un día después me encontré con "El Chino" y su chica que no hacían más que pedirme dinero; a lo cual yo respondí lo de "verde que te quiero verde y verdes las han segado" que significa que mi dinero era mi dinero y que me encontraba muy a gusto tomando un café en el bar pensando únicamente en la bellísima chavala con la que estoy casado. Nunca más vi al "Chino" y me quedé tan tranquilo deseando que hubiese encontrado alguna chapuza que otra para ganarse el dinero sin tener yo que darle ni un céntimo.
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José Orero De Julián
Dayana