Pulsin y compulsin sentimental (Reflexiones)
Publicado en Jan 22, 2012
En el sicoanálisis se denomina pulsión a la fuerza en el límite entre lo orgánico y lo psíquico que empuja al sujeto a llevar a cabo una acción con el fin de resolver una tensión procedente del organismo. Y compulsión es un tipo de conducta que el sujeto se siente impulsado a seguir por acción de una fuerza interior a la que no puede resistirse. Los seres humanos estamos llenos de múltiples sentimientos que son estados afectivos de nuestro ánimo, pero que normalmente operan bajo el control de la razón. Los sentimientos siempre nos guían al desarrollo de una sensibilidad que es, primordialmente, la facultad de los seres animados para percibir y experimentar, por medio de los sentidos, sensaciones, impresiones y manifestaciones emotivas.
Las emociones, por otro lado, transforman de un modo momentáneo pero brusco el equilibrio de la estructura psicofísica del individuo. Las relaciones se estabilizan cuando hay condición de normalidad pero se alteran cuando los fenómenos físicos y psíquicos no son controlados por la racionalidad. Por eso existe la sicogénesis que estudia las causas de orden psíquico susceptibles de explicar un comportamiento determinado. El caso es que yo tengo una tía materna, de nombre Rocío Caja, que continuamente transtorna la convivencia familiar con sus reacciones compulsivas. No está enferma. Lo que sucede es que se ha debido de quedar en una etapa infantil de su desarrollo. Tiene ya cuarenta años de edad, casada y con tres hijos, pero no pierde nunca la pésima costumbre de hablar, opinar y calificar a los demás como le viene en gana, sin pensar lo que dice, sólo porque ella se autodenomina sincera y falta de hipocresía cuando suelta todo lo que piensa, así, de botepronto, sin razonamiento alguno, sólo movida por una explosión de sensiblerismo (aunque ella lo confunde con sensibilidad) que produce tal caos en los demás que es un verdadero infierno el ambiente cuando ella llega a casa. Ni piensa en los demás ni tiene en cuenta que para decir algo hay que pensar antes lo que se dice. El problema se agudiza cuando interviene mi tío, su esposo, que tiene cuarenta y cinco años, se llama Pepe Sal y no le va a la zaga a la hora de soltar barbaridades. Cuando algo no les sale bien o cuando no estamos dispuestos a cumplir sus caprichos reaccionan con unas compulsiones sentimentales de tal orden (opino que nunca dejaron de ser niños malcriados) que yo lo que hago es, para no participar de tales desaguisados, irme a la heladería de enfrente (cuando me entero de que van a venir de visita) y allí tomarme un refresco leyendo una buena novela hasta que adivino que ya es la hora en que ha llegado el final de su visita que, como siempre, termina con los dos llorando a moco tendido porque se consideran incomprendidos por los demás. Yo sólo tengo 18 años de edad pero a pesar de ello a veces he intentado hacerles comprender y les he comentado sobre los parámetros de conducta pero... Dios mío... qué problemón tener que explicarles lo que son los parámetros de conducta a unos seres compulsivos de más de cuarenta años de edad. Terminé un día por decirles que antes de hablar hagan el ejercicio simple y sencillo que me inculcó mi papá (a él se lo había inculcado mi abuelo) de contar mentalmente, tranquilamente, hasta diez antes de soltar majaderías. No me entendieron. Creyeron que les estaba llamando majaderos (en realidad es una majadería oirles) y decidí que a partir de entonces recurriría siempre a la heladería de enfrente cuando ellos viniesen de visita. Ahora les he enviado a su buzón de correos un anuncio de un señor que realiza terapias emocionales para sanar a los neuróticos. Sólo pido a la vida que nunca lean este texto del Vorem... porque en caso contrario me tocaría emigrar a Uzbekistán.
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