Recuerdo el enorme esfuerzo económico (con el sudor de nuestras frentes, nuestras manos y nuestros pies) para poder comprarnos aquel flamante 4 X 4 Land Rover y cómo a Liliana le gustaba ya que, además de fuerte y potente, servía para llevar a algunos niños y niñas de nuestro colegio Hopking School, ahora trasladado a Cumbayá. Eran los últimos años de la década de los 90 del pasado Siglo XX.
Un día tuvimos que usarlo para ir a la Embajada y Consulado de España, en Quito, situado en La Pinta número 455 y Amazonas. Dejamos aparcado el 4 X 4 en la adyacente y paralela calle que hay antes de llegar a La Pinta y le dimos aviso al guarda coches -de aquellos que entonces no tenían ninguna vergüenza en ser compinches de los que robaban carros cada día- de que no permitiera absolutamente a nadie subir a él, excepto cuando nosotros volviésemos. Depositada la confianza en aquel "pobre desgraciado" (por no llamarle otra cosa peor) fuimos a resolver un asunto de papeleos al Consulado. Al salir, una vez realizado el trámite, nos llevamos la sorpresa de que dos apestosos de aquellos ladrones de carros se habían llevado el 4 X 4 con la ayuda del "pobre desgraciado" guarda coches. Lo estuvimos buscando durante mucho tiempo y nunca apareció.
Aquellos tres miserables sólo eran, por escribir una palabra mucho más suave que la que debía escribir, tres cabritos de esos que tienen los cuernos más largos y ramificados que un ciervo en época de celos. 4 X 4 es igual a 16. Y 16 son las hostias que se merecen esos tres miserables cabritos aspetosos por cierto.