Llega la noche, me nutro de la luz de la Luna y me convierto, de repente, en la sombra sin límites. Mido el paisaje urbano y me introduzco en el tumulto del silencio. Por las avenidas, las mujeres de la calle pasean de un lado para otro como palomas desoladas; hay una especie de grito mudo en sus gargantas y yo, alargando mi sombra hasta el horizonte de las luces de neón, sigo mi camino recordando días que no fueron lo que fueron, sino solamente apariencias nada más... cosas que pudieron ocurrir a cualquier poeta de los de símbolos concretos... pero yo sólo soy una abstracción surgida de la noche que pasea, entre el tunmulto del silencio, apoyando mis canciones en el murmullo de las fuentes del parque. Más allá, con las ventanas abiertas debido al profundo sopor de sus insomnios, los ciudadanos de la gran ciudad intentan respirar sus ideales. ¿Quiénes saben soñar con los ojos despiertos? Algunos de los noctámbulos transeúntes se juegan la vida en su continuo sortear automóviles... y yo me quedo mirando a lo lejos... allá donde la luz de alba surgirá cuando mi sombra haya alcanzado el último parámetro de lo que no tiene limite... de esta existencia que se llama eterna sinfonía bajo el fulgor de las estrellas.