rase que se era... (Cuento Infantil).
Publicado en Jan 30, 2012
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Érase que se era una escuelita sin techo de una aldea muy pobre situada en lo alto de un monte. El niño más pobre de toda la escuelita, que era huérfano de padre y madre desde el mismo momento de nacer y que, como no tenía nombre de pila, todos le llamaban Nadie, hizo un muñeco de cartón.
Fue entonces cuando entró en el aula la porfesora Doña Sabelotodo.
- ¿Qué has hecho, Nadie?
- Un muñeco de cartón -dijo Nadie ante el asombro de todos sus compañeros y compañeras.
- ¿Y para qué quieres tú un muñeco de cartón?
- Para que me cante lindas canciones.
- Pero Nadie... ¿no te das cuenta de que un muñeco de cartón nunca puede cantar porque no tiene voz?
- ¡Eso tiene solución! -dijo el valiente Pepito- ¡Yo le regalo mi voz!
- Pero... ¡te quedarás mudo! -protestó la hermosa Lina.
- No importa. Si me callo para siempre me haré el gran favor de no equivocarme cuando hablo.
- ¡Pues si tú le regalas tu voz yo le regalo mis ojos!.
- Pero... ¡te quedarás ciega! -protestó el valiente Pepito.
- Si ya no puedo oír más veces las lindas historias que cuentas mejor prefiero no ver nada e imaginarlas en la oscuridad.
De repente, ante el asombro de Doña Sabelotodo y todos los niños y niñas pobres de aquella escuelita sin techo, apareció en el aula un señor muy anciano, que tenía un cuerpo de atleta y unos músculos de acero, envuelto en una nube que bajó del cielo. Era un verdadero coloso humano de más de dos metros de altura.
- No es necesario que hagáis nada de eso -exclamó con voz de trueno aquel hombre gigantesco.
- ¿Quién es usted? -protestó la seria profesora Doña Sabelotodo- ¡Haga el favor de salir de aquí!¡Está asustando a mis niños!
- Para empezar, señora como se llame, estos niños y estas niñas no le pertenecen a usted y para termimar es usted quien los asusta y no yo.
La seria profesora Doña Sabeloto se quedó en silencio ante aquella potente voz que no necesitaba chillar como ella para ser entendido por los niños y las niñas de la escuelita.
- Así que vuelvo a repetiros -dijo el anciano dirigiéndose al valiente Pepito y a la hermosa Lina- que no tenéis por qué regalarle vuestra voz y vuestros ojos al muñeco de cartón de Nadie. Se los regalo yo. Y además le regalo mi corazón para que pueda sentir.
- Pero entonces... ¡morirás! - protestó el valiente Pepito.
- No me importa morir. Es más... prefiero morir ya. Tengo mucho más de ciento veinte años de edad y ayer acaba de morir la única esposa y la única compañera y amiga que he tenido en mi larguísima vida. Dios no quiso que tuviésemos descendencia y por eso no tengo ni hijos ni hijas, ni nietos ni nietas y mucho menos bisnietos o bisnietas... así que ya no tengo niguna persona con quien estar para pasar el tiempo y tampoco ninguna persona quiere perder su tiempo conmigo. Prefiero morir ofreciendo mi voz, mis ojos y mi corazón al muñeco de cartón de Nadie.
- Pero por lo que estoy viendo usted es tan fuerte que puede seguir viviendo otros ciento veinte años más si lo desea -razonó la hermosa Lina.
- Puedo vivir hasta miles de años más pero es más importante para mí ver reír a Nadie. He conocido tantas cosas en esta vida que ya nada me queda por aprender. Por eso prefiero ver reír a Nadie antes que seguir viendo cosas que ya no deseo ver más.
Acto seguido, el anciano atleta de los más de ciento veinte años de edad se acercó al muñeco de cartón, le sopló fuertemente en el rostro, y desapareció envuelto en la nube que había bajado del cielo.
De repente, ante el asombro y la admiración de todos los niños y niñas pobres de aquella escuelita sin techo, el muñeco de cartón comenzó a latir, tictas, tictac, tictac, y abrió sus dos enormes ojos.
- ¿Qué quieres que haga, Nadie? -dijo el muñeco de cartón.
- Que me cantes una linda canción.
- ¿Me prometes que te vas a reír?
- Te lo prometo.
Entonces el muñeco de cartón comenzó a cantar.
- Es un buen tipo mi viejo, que anda solo y esperando. Tiene la tiristeza larga, de tanto venir andando. Yo lo miro desde lejos, pero somos tan distintos. Es que creció con el siglo, con tranvìa y vino tinto. Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas lento como perdonando al viento. Yo soy tu sangre mi viejo. Soy tu silencio y tu tiempo. Él tiene los ojos buenos y una figura pesada. La edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa. Yo tengo los años nuevos, mi padre los años viejos. El dolor lo lleva dentro y tiene historia sin tiempo. Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas lento como perdonando al viento. Yo soy tu sangre mi viejo. Soy tu silencio y tu tiempo. Yo soy tu sangre mi querido viejoooooo.........
Y mientras la seria Doña Sabeloto siguió sin poder decir nada, Nadie comenzó a reir.
Esto sucedió hace más de dos mil años en una escuelita sin techo de una aldea  muy pobre situada en lo alto de un monte conocido Las Tres Cruces.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento Infantil.

Palabras Clave: Literatura Cuento Infantil.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Infantiles



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