Los trece capullos (Novela Corta - Guin Literario de Cine) Captulo 6.
Publicado en Feb 13, 2012
Madrid, 6 de agosto de 1939
Al llegar el alba de aquel día, 6 de agosto de 1939, Julio y Mariano ya llevaban un buen tiempo esperando en el Puente de los Franceses, a las puertas de la Casa de Campo de Madrid. - Están tardando demasiado, Julio. - No tengo prisa, Mariano, no tengo prisa... - Pero... ¿estás seguro de que van a pasar por aquí? - Totalmente seguro. Para ir hacia su santuario de El Pardo van a pasar por aquí; y como están tan ufanos y orgullosos de su "gran hazaña" irán despacio y cantando su canción favorita. - ¿Te refieres al Caral al Sol? - Sí. Me refiero al Cara al Sol. Pero te prometo que será la última vez que el Sol les de en la cara. Eso te lo juro por las trece rosas pero, de manera especial, por Martina. - ¡No falles, Julio! - No voy a fallar. El pepinazo que les voy a dar con el bazooka los va a destripar por completo. Después ya sabes lo que tienes que hacer tú. - Sí. Bajar con la ametralladora y terminar de liquidarles. - ¿Tú sabías que las estuvieron torturando durante varios días hasta que las hicieron confesarse culpables de algo que nunca habían hecho? - ¿Cómo sabes eso? - Yo también sé lo que es un viejo topo. - No me digas que tú... - Sí. Los muy capullos no se dieron cuenta... pero estuve todo el rato al lado de ella. Martina nunca les dijo nada y cada vez que las torturaban era como si me estuviesen clavando trece puñales en el corazón. Por eso no voy a fallar, Mariano, te juro que no voy a fallar y espero que tú tampoco falles. - Yo tampoco voy a fallar, Julio... pero... ¿la querías de verdad tanto? - La sigo queriendo todavía, Mariano, y nunca jamás la dejaré de querer. Martina está viva y nunca va a morir. - Julio, Martina está muerta... la enterramos ayer junto a las demás rosas. - Te equivocas, Mariano, Martina está viva y nunca morirá porque está dentro de mí y de ahí ninguno de esos capullos la podrá sacar jamás. - No te importe llorar, Julio, los hombres verdaderos también lloramos. Los que nunca lloran es porque nunca saben amar. - Lloro pero no de impotencia. Lloro porque nunca la voy a dejar de amar. ¿Sabes que cuando se ama de verdad a una mujer, esa mujer nunca deja de tener solamente dieciséis años de edad? - ¿Por qué dices eso? No lo llego a comprender. - Cuando la conocí por vez primera ella sólo tenía dieciséis años de edad y yo sólo tenía dieciocho. Nuestro amor es tan verdadero que nunca crecimos. Siempre seremos tal como éramos cuando nos conocimos. - ¿No es eso un milagro? - Tú lo has dicho. - A veces, cuando te observo detenidamente, me parece estar viendo al mismísimo Jesucristo en persona. Julio no dijo nada más. - Julio... ¡alguien anda por aquí! ¡Escucho unos pasos! - Será alguno de esos muchos chivatos que abundan tanto hoy en día... pero no nos van a descubrir... en cuando veas asomar la cabeza de alguien tira a matar... Escondidos junto a unas matas al borde del Puente de los Franceses; los dos amigos, en completo silencio, esperaron a que apareciese el que andaba por allí... hasta que Mariano vio aparecer la cabeza. - ¡No des un paso más o te quedas más frito que mis huevos cuando tomo el sol en la playa de la Manga del Mar Menor, cabrón!. ¡Levántate y sal con las manos sobre la cabeza! El furtivo se levantó del suelo y se puso en pie con las manos sobre su cabeza. - ¡¡No dispares, compañero!! ¡¡Soy Carlos!! - ¡Ostias! ¿Qué haces tú por aquí? - ¡Dame un poco de respiro que estoy agotado, Julio! ¡Déjame tomar aliento antes de contarte algo muy importante! - ¡Para mi lo único importante que tiene esta vida es vengar a Martina! ¡Esos capullos no van a tener ni hijos, ni nietos, ni bisnietos, ni descendientes algunos a quiénes contarles su "gran hazaña"! Lo que no van a olvidar nunca sus seguidores es este día... porque este día pasará a la Historia de España... ¡vaya que si pasará a la Historia de España! Quizás algún historiador titule su crónica como "La mañana en que Martina resucitó para siempre" y se cumplirán las últimas palabras que dijo. Las recordaré siempre. "Que mi nombre no se borre nunca de la Historia". Pero los que no van a resucitar jamás son esos trece capullos. - Llevas razón, Julio, ya no van a resucitar jamás. - ¡Espera, Carlos! ¡Espera a que pasen por aquí y verás como llevas razón! - Te estoy diciendo que ya es verdad. - Por supuesto que ya es verdad... tendré que esperar todas las horas que Dios quiera... pero dalo ya como una gran verdad. - ¡Te repito, Julio, que ya es verdad! - ¡Escucha, Carlos! ¡La verdad siempre está de parte de los inocentes! ¡No hace falta que me repitas lo que yo mismo voy a hacer! Tengo bien aprendido lo que es vivir y viviré lo suficiente para contárselo a nuestros descendientes. - Pero si Martina ha muerto... - ¿Tú también eres tan escéptico como Mariano? ¡Martina no ha muerto! ¡Y te repito, una vez más, que contaré esta historia, con ella a mi lado, a nuestros descendientes que serán muchos! - ¿Vuestros descendientes? ¿Quiénes serán vuestros descendientes? - Todas las chicas que siempre tendrán dieciséis años de edad y todos los chicos que siempre tendrán dieciocho años de edad. ¡Al igual que ella y yo! - No tendrás que esperar más tiempo... Julio... - No me importa esperar lo que Dios quiera que tenga que esperar. - Dios ha hecho ya justicia. - Ya lo creo que sí. El Tiempo de Dios no es igual que el tiempo de nosotros los humanos. El Tiempo de Dios puede ser dentro de un segundo, dentro de un minuto o dentro de una hora... pero es un ahora... y si ellos tuvieron su Día de la Victoria hoy nosotros tendremos nuestro Día del Triunfo. Vencer no es triunfar pero triunfar es vencer... ¿me comprendes? - ¡Claro que te comprendo! Pero no será necesario que dispares ningún obús. - ¡Yo no lo quería hacer de esta forma... pero es necesario... Carlos... es necesario! - ¿Crees que no hay otra alternativa? - No hay otra alternativa, Carlos. Quien a metralla mata a metralla muere. - Te equivocas, Julio. - Me puedo equivocar en muchas cuestiones pero en esta no. - ¡Suelta ya ese bazooka, Julio! - ¿Te atreves tú, Carlos, a quitármelo? Porque si tengo que liquidarte antes a tí no lo voy a dudar ni un momento. Carlos quedó paralizado antes de poder continuar. - Te estás equivocando, Julio. - ¿Qué sucede? ¿Eres tú más sabio que yo? Porque no me importa que tú seas más sabio que yo mientras yo sea siempre fiel a ella... ¿te has enterado? - Escúchame, Julio, sólo escúchame un momento. - Pero date prisa porque se me pueden escapar. - Es sobre esos trece capullos de lo que te quiero hablar. - Serán trece capullos que nunca volverán a abrirse cara al sol. - ¡Escúchame, por favor, y déjame hablar a mí ahora! - Puedes hablar pero no te equivoques conmigo. No es venganza. Es justicia. ¿Sabes tú lo que es la justicia? - Claro que lo sé. Lo mismo que tú. Hemos hablado muchas veces sobre ese tema. - Entonces... si no me quieres hablar de la justicia... ¿de qué coño me quieres hablar? - Julio... los falangistas que se autodenominan auténticos no son pro franquistas sino pro nazis. - ¿Y qué diferencia existe entre unos y otros? - Que para los falangistas que se autodenominan auténticos Franco no es Dios sino que Dios es Hitler. - Está bien. Comprendido de momento. Pero ahora escúchame tú a mí. - Bueno. Habla, Julio, si te sirve de desahogo. - No necesito ningún desahogo porque no estoy ahogado. Pero... ¿sabes tú, sabio de ideologías exactas, que Jesucristo le dijo a Lot que le diese una sola razón para que no destruyera a las ciudades de Gomorra y Somorra y Lot no pudo darle ninguna verdaderamente valiosa? A mi Carlos Marx me la trae tan floja como Adolfo Hitler... ¿me comprendes?... Pues si me estás comprendiendo dáme sólo una razón verdaderamente más valiosa que la vida de Martina para que no les quite yo la vida a esos trece capullos y les perdonaré. - Escucha. Cuando las fusilaron, Franco se enteró inmediatamente y lloró. - ¿Qué pasa? ¿Tan emocionado se puso que lloró de alegría y ahora les está esperando en El Pardo para condecorarles con la Medalla al Mérito Militar? - Te estás equivocando, Julio. - No, Carlos, el que se equivoca eres tú. Me importa menos que una mierda que sean azules, que sean rojos, que sean si quieren serlo verdes, o amarillos o negros... pero ya verás tú como Franco vuelve a llorar de emoción cuando tenga que condecorarles también con la Medalla a los Caídos por la Patria. - Suelta ese bazooka, Julio. - Lo soltaré para siempre cuando esos trece capullos ya no existan jamás. - Te equivocas, Julio. Franco lloró porque también es un hombre. - ¿Y yo, Carlos? ¿Qué soy yo? ¿Yo no soy también un hombre? - Tú eres un hombre demasiado valioso para este país. Suelta ese bazooka. - Te repito por enésima vez que Onésimo Ledesma de Rivera y sus doce esbirros no pasarán del Puente de los Franceses. Aquí, bajo este puente, se acaban hoy mismo sus "grandes hazañas bélicas". - Julio... Franco no estuvo jamás de acuedo en que las fusilasen... - Pero bien que se mocionó cuando se enteró de ello. - Se emocionó porque es un hombre y como hombre nunca asesinaría de tan vil manera a treces inocentes chavalas. - Me parece que eres muy inocente, Carlos. Estás tan infundido de ideologías que crees que quienes no tenemos ninguna es porque no sabemos nada de lo que es la política. - Llevas toda la razón. Incluso estoy seguro de que sabéis más de política porque no estáis condicionados por ninguna ideología. Quizás nosotros seamos más miopes porque no podemos ver más allá de lo que nos dicen nuestros líderes. - Entonces no me vuelvas a pedir que no use el bazooka. Yo no entiendo de lideratos que son capaces de infundir en sus seguidores errores aún sabiendo que son errores. ¿Te enteras? Prefiero liderarme a mí mismo aunque no tenga ningún seguidor. Jesucristo no se preocupaba de quiénes eran los que le seguían porque a él sólo le interesaba ser el Camino, ser la Verdad y ser la Vida. Ni Carlos Marx ni Adolfo Hitler, leches ya... y ahora si quieres irte por dónde has venido puedes hacerlo... porque quizás sea la única vez que seas libre de verdad. - Julio. No me voy a ir antes de explicarte lo que no quieres entender. - Yo sólo entiendo una cosa. Si Martina y las otras doce rosas eran inocentes, con más justicia deben morir los trece culpables. - Pero es que no vas a tener que matarlos. - ¿Qué pasa? ¿Ya les ha avisado algún soplón y están tan muertos de miedo que prefieren no seguir cantando? - Están muertos, Julio. Pero no de miedo. - ¿Me estás diciendo que están muertos de risa? Son muy graciosos sus chistes... ¿no es cierto?... pues espera a que mi bazooka les cuente uno que les va a matar de risa para siempre. - Te estoy diciendo que están muertos de verdad. - ¡Venga ya, Carlos! ¿A qué estás jugando ahora? ¿Crees que para mí este juego me divierte? No. No me divierte porque no es un juego de palabras... así que deja tus palabras para el futuro... si es que nos queda futuro... - Claro que nos queda futuro. - Entonces no intervengas en este asunto. Ese futuro no lo vivirán los trece capullos. - ¡Que están muertos de verdad, Julio! Julio se quedó en silencio. Al parecer su amigo Carlos estaba diciendo la verdad. - ¿Cómo es eso de que están muertos de verdad? - Cuando Franco se enteró de lo que había sucedido con las trece rosas dió la orden de fusilarles de inmediado. - ¿Cuándo han muerto? - Hace sólo unas pocas horas. Yo he sido testigo presencial... y por eso he venido aquí para contártelo a ti y a tu inseparable Mariano. Deja ese bazooka y vámonos de aquí, Julio... ya se ha hecho justicia... Mariano pudo intervenir en la conversación. - Vámonos de aquí, Julio. Julio miró hacia las arboledas de la Casa de Campo de Madrid. - ¡Por ahí paseábamos miles de veces! ¡Los besos que nos dimos entre esas arboledas son inmortales para siempre, Mariano! -. No importa si vuelves a llorar. También yo estoy llorando. Así que dejemos las armas y vámonos ya de aquí, Julio. - Está bien. Dejemos las armas para siempre... pero si ayer nosotros enterramos a nuestros muertos... hoy que entierren ellos a los suyos... Vamos a trabajar... todavía tenemos futuro... FIN
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