Otoo.
Publicado en Feb 27, 2012
Era otoño. Nueva York. Central Park. Era un día de esos, en el que te sientes fuera de lugar, como si no encajaras en ningún sitio. El día había sido largo, duro, pero sobre todo, intenso. Necesitaba desconectar del mundo durante un rato. ¿El mejor lugar para eso? Sin duda alguna, Starbucks. Acompañada de un buen café y disfrutando de un buen libro. Se levantó del banco en el que estaba sentada, había estado observando a la gente pasar, todo el mundo parecía feliz, sin problemas por los cuales preocuparse, sin asuntos que arreglar, sin compromisos. Ella, sin embargo, tenía mil cosas en la mente… ¿Una de ellas? Él. Se adentró al local, dejando que el calor la invadiera, pues fuera, hacía frío. Subió las escaleras y se acomodó en uno de los sillones, después de haber pedido su café. Sacó el libro de su bolso, dejándolo en la mesa. Se quitó la chaqueta, el gorro y los guantes y los dejó a un lado. Si, estaba lista para irse a otro lugar, para abandonar el mundo durante unas horas. Minutos más tarde… apareció. Le sonrió, esa sonrisa tan perfecta, que durante semanas, le quitaba el sueño. Se sentó en la mesa de al lado. Ella lo miró, y se sonrojó instantáneamente, sin poder evitarlo. ¿Cómo un completo desconocido la podía hacer sentir así? No, ya no era ningún desconocido. La mirada de él, iba de su libro a ella, y de ella a su libro. Y la mirada de ella, hacía el mismo recorrido pero con él. En aquel momento apareció el camarero, el cual detuvo el cruce de miradas- Señor, aquí tiene su pastelito- Dijo con una sonrisa gentil. El chico, le miró extrañado- Disculpe, pero… yo no lo he pedido- Se disculpó algo confundido- No, he sido yo. Es… para mi- Ella levantó la mano, captando la atención de ambos chicos. El joven hizo un gesto al camarero para que se retirara, y cogió el pastelito, junto a sus cosas. Se acercó a su mesa y dijo- ¿Puedo sentarme?- Ella con una sonrisa asintió, cerrando el libro y dejándolo a un lado. Él, con cuidado, deslizo por la mesa el plato- Entonces, esto es tuyo- Afirmó. El destino les había unido por fin. Estuvieron hablando durante horas, hablaron un poco de todo, tranquilamente. Decidieron salir a dar un paseo por Central Park. Él la sorprendió, tomándola de la mano. Mientras andaban, cantaban, seguían hablando y se reían. La gente les miraba con interés. Parecía que nada más les importaba, como si el mundo fuera suyo, de ambos. Él la detuvo, mirándola a los ojos, con esa sonrisa que tanto le gustaba- No sé como… quizá no te conozco lo suficiente como para decir esto, pero… Estoy convencido, que eres el amor de mi vida.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
felicitaciones