AFRODISIA
Publicado en Mar 03, 2012
Amada, entrando por entre tus nalgas
de durazno, debo asirme a lamentos silenciados para no hundirme tan de prisa. ¿Alargar un dolor es convertirlo en placer? Reclamas —leve queja de labios sobre la almohada— la tardanza del viaje. Un siglo masticándola para sólo saber del jugo de la manzana. Entrando poco a poco, es el largo viaje del cual Odiseo no desea regresar. ¿Dónde aprieta más? Sobre la concavidad de tu espalda, desaforado el eco de mi corazón. No sigas escalando hacia adentro. ¿Lo lamentas? ¿Estoy pensándolo? Rechazarte aquí atrás, es hundirte más y más dentro de mí. Ignoraba que tan constrictora puertecilla la custodiaba un pudoroso arcángel violado. Continúo mi camino tu estrecho sendero. ¿Quién explica este éxtasis si sólo hay espacio y tiempo para la agonía? Tu espalda, caracolcillo conmigo a cuestas. Remolino de uvas rituales. Llego con mi antorcha encendida, ofrenda que no se extingue en la honda plenitud de las turgencias. A tu surtidora fuente llego siempre por cualquiera de los dos caminos. Llego y desgrano, inmisericorde contigo y conmigo, la luz dentro de ti. Blanca luz que nos desintegra. Y que nos funde hasta quedarnos unidos en el sueño: tú sin querer huir de mí, yo sin poder salir de ti.
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