El sótano- Cuento de Alberto Carranza Fontanini
Publicado en Jul 20, 2009
Éramos muy pendejos todavía cuando, al volver del baldío, fuimos fatídicamente atraídos por las fuertes emanaciones de la áspera casona. Era la más ignorada del arrabal y no supimos nunca cómo nos atrevimos a entrar ni por qué descendimos la crujiente escalera, acompañados por el perenne gorgoteo de la alcantarilla y los ojos huidizos de los grandes Hurones que seguramente perviven.
El cuerpo del malevo Contreras yacía bocabajo; el brazo derecho se angulaba y la mano entre miasmas aún apretaba el facón que lo hizo famoso; y no sólo tenía orificios de balas en su espalda cubierta por el saco enlutado, también se evidenciaban en el costado de su cara y su cabeza a merced de la carcoma. En murmullos nos preguntamos por cuanto tiempo habría estado allí y uniendo nuestro fervor en un mismo miedo, escuchamos el ulular repentino del viento y en lo alto fragmentarse la tempestad. No supimos entonces hacer otra cosa que quedarnos inmóviles al pie de la escalera tapando las narices con nuestras palmas, memorando su paso recio por los barriales de Pompeya; su idas a los tugurios, a los boliches donde los parroquianos, conocedores de sus andanzas y de su mirar indescifrable, se apartaban presurosos de su camino con el mismo temor que ahora se adueñaba de nosotros al salir de allí persignándonos porque ni aferrados aquel pánico podíamos aceptar aquella desgracia. En realidad nunca habíamos creído al malevo Contreras un perdulario servidor de comité, ni que fuese protegido por la extraña justicia del caudillo Páez. Pero sí creímos en los mentados enfrentamientos donde su figura heroica aguantó la embestidas del guapo Díaz, finalmente postrado con un corte en barbijo que lo desangró como a una bestia. Sí creímos en las escaramuzas y enfrentamientos con adversarios de la talla del cordobes Lucero que gustaba batirse con un puñal; o ante el porteño Pereyra y el rosarino Lemos, quienes fueron estremecidos uno tras otro por sus fintas precisas, por su movimientos rasantes y endiablados cortes de su facón que, en las noches más tristes, al nutrirse de los pechos enemigos, relumbró sangrante bajo los faroles esquineros. Sí creímos en su gesto inflexible al limpiar la sangre tibia del acero sobre las ropas de sus muertos. Y creímos en su impavidez al entrar de nuevo al boliche de Sáenz a calmar su sed con mucha grapa y creímos también que acodado en el estaño con su cigarro entre los labios, esperaría en un silencio tenso, paciente, la próxima vez. Al ser el malevo Contreras un orillero, fervoroso jugador de truco y de taba y apostador consumado en el reñidero, lo regía el odio, el eterno rencor y no algún legado político. Nunca iba a olvidar que era primogéntio del otro legendario malevo, muerto también a traición. Éramos muy pendejos todavía cuando le veíamos pasar por la calle, con sus tacos resonando en el angosto empedrado, orientado hacia las luces titilantes, hacia los sonidos de la milonga del inmediato tugurio. Y no se sabe a ciencia cierta pero se dijo que, siendo hijo de mujer de prostíbulo, le tocó por propia una mujerzuela, una arrabalera falaz a la que sacrificó en la cama junto a otro perdulario. No obstante ninguno jamás dudó de su temple; y nosotros tampoco pues lo entendimos en cuanto miramos con pudor y respeto la cabeza de melena grasienta destrozada. Mucho después, ya hombres, a veces abrevamos en el viejo boliche de Sáenz. Lo curioso es que en cierta ocasión lo vimos ( o creímos verlo), acodado como siempre en el estaño esperando el próximo embate. Quedamos atónitos al observar la recia figura, el perfil impasible en su mutismo, el fungi de ala fina, el lenge con monograma... De pronto, finalizó decididamente su trago y al salir nos cruzó con una mirada siniestra que opacó nuestras almas.
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alberto carranza
Ena Patricia Sierra Molina
un abrazo Ena Patry
alberto carranza
Arturo Palavicini
Un abrazo.
Arturo.
alberto carranza
Verano Brisas