AQUELLAS NOCHES EN EL MONASTERIO
Publicado en Mar 09, 2012
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Obligados a elegir entre volver al monasterio donde violaron veinte Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de la Purísima y Amantísima Virgen María, o desmoronar los días en góndola por canales de Venecia, aquellos lúbricos sátiros, –satyrisci y silenos–, resolvieron bautizarse en la primera iglesia de barriada que señalaran abriendo un directorio telefónico al azar.
 
   – ¿Y lo hicieron? ¿De verdad consultaron un directorio telefónico?
 
Un manoseado directorio hediendo a cerveza Krombacher y sin las hojas correspondientes a la z. Una de las monjas, con semblante de instruida teóloga y culo igual de suculento al de Talía en Las Tres Gracias, de Rubens, fue quien  mayor placer arrancó  a la violación. Su manera de gruñir el Padrenuestro mientras los sátiros la taladraban por dos lugares a la vez, era arrebatadora no solo para estos sino para las monjas estupradas en la habitación contigua, en particular cuando demandaba: “…hágase tu voluntad, hágase tu voluntad…”.
 
Admitir un encabritado rebaño de sátiros idénticos a  cuantos se encuentran en los libros de mitología grecorromana; o durante atardeceres de junio se ven por laderas de Peñas Blancas en Calarcá, Quindío, recostados en musgosas piedras de los potreros; aceptarlos en una iglesia pueblerina cerca de la masoquista iconografía católica; sátiros sensuales de falos tiesos y amenazantes cuestionando tabúes religiosos y resquebrajados principios éticos, no es fácil para usted.
 
   – Dios me libre de encontrarme alguno cuando recorro caminos de Salento, por Cocora. O cuando rezo el rosario.
 
Habría que lamentar las violaciones de las castas religiosas– Aunque dentro de esta historia, auténtica en toda la extensión de la mentira, ninguna de ellas se sintió violada. Plegarias y orgasmos, se combinaron en dosis desproporcionadas en lo concerniente a estos y no en lo tocante a las oraciones. El monasterio, enclavado sobre un cerro  en inmediaciones del pueblo, lo encierran jardines de geranios aromáticos, once guayacanes amarillos y  tres árboles de pomarrosa. En algunos recovecos del monasterio, las piadosas mujeres colgaron campanillas metálicas cuya función desconozco.
 
   – Y yo, menos. Desde niño, miraba esa construcción como algo misterioso.
 
Cuando se festejó la violación  uno de los satyrisci interpretó, en la campanilla mayor, un tema de Paganini: La Campanella. Durante la masiva violación, este suceso merecería relatarse en historia separada. Monasterios así, territorio ideal para pensar en todo, menos en sexo, invitan no solo a sátiros sino a todo tipo de lisoviks y azzab–al–akabas. En este momento, me arrulla la idílica imagen de una horda de parafílicos de todas las tendencias sitiando un monasterio y arremetiendo solo con su presencia, sus miradas y gestos, mientras giran en torno a los muros del recinto.
 
   – He visitado algunos de ellos, tanto de hombres como de mujeres: Cartujos de Santa María, Claretianos, Comunidad Misionera de Cristo Resucitado, Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, Congregación Hijos de la Inmaculada Concepción, Hermandad de Sacerdotes Operarios, Mínimos, Misioneros Combonianos, Orden Cistercience de la Estrecha Observancia, Padres Rogacionistas, Siervos Misioneros, Agostinas Recoletas, Marinistas, Teresianas, Congregación de Damas del Corazón de Jesús, Congregación Religiosa de los Santos Ángeles Custodios, Congregación Siervas del Divino Rostro, Hermanas Mercedarias de la Caridad, Hijas de San Pablo, Misioneras Cordimarianas, Monjas Trinitarias, Siervas del Plan de Dios…
 
 Claustros silenciosos edificados para excluir la sexualidad. Jardines particulares para suponer mítico el encuentro del pene y la vagina. Estatuas de ángeles y santos dispersas por pasillos y sótanos, vigilan  el ingreso de cualquier pensamiento lujurioso. Para ser francos, todos estos iconos participaron de alguna forma en el ritual de violación, compinches agitándose en sus podios ante las lúbricas escenas de sátiros y monjas desnudos.  Se conoce un vetusto método medieval para aprender a violar estatuas virginales, expuesto por el monje franciscano del siglo XVII, Antonino de la Vatistina, en su libro Debilidades de la casta imagen, donde se describen escenas semejantes a las ocurridas en el monasterio esa noche de oración y lujuria.
 
   – Lo tengo en mi biblioteca, fotocopiado, pero no lo presto  ni comparto con nadie.
 
Para todas las monjas lectoras de La Biblia, erigiendo sus fantasías sexuales desde la interpretación personal de El Cantar de los cantares, tal enardecido ceremonial de vaginas irredentas y falos liberadores fue trance de auténtica fe cristiana, prueba puesta por Dios a la recoleta agrupación para verificar su capacidad de arrepentimiento. Cuanto más infrinjan los mandatos religiosos, mayor será  su capacidad de arrepentimiento si florece la contrición y, por consiguiente, más efectivo será el perdón. Más lleno de gracia el pecador.
 
   – Amén.
 
Si la verdad se dijera, mas no tengo interés en expresarla ni usted en escucharla, sería necesario reconocer  a los  satyrisci y silenos como los verdaderos violados aquellas noches. Cada uno de ellos, hasta la postración física. Nada más represivo que la abstinencia sexual de personas creyentes convirtiendo la castidad forzada en cualidad básica para  acceder a la salvación eterna. Exigua señal de pureza, porque desde sus mentes y por su carne braman, rujen, ladran y maúllan los deseos. Tal creencia la consideran los devotos una marcha directa de las excrecencias vaginales a la diestra de la divinidad.
 
Para no confundirlo, vuelvo al principio: fue por tal motivo que a los sátiros les obligaron a escoger entre regresar al monasterio o viajar a Venecia, a recorrer sus 150 canales. Extraña penitencia, esta de navegar en góndolas, vaporetos o traghettis.  A esta altura del relato, usted se habrá olvidado de los canales venecianos. Pocos saldrían en defensa de un grupo de sátiros de la antigua Hélade. No pueden existir en nuestra época, dirán los escépticos. Fantasías de narrador con mente enfermiza, señalarán muchos.
 
   – Lo suyo es una antirreligiosa metáfora contra las congregaciones religiosas femeninas.
 
Nadie admitirá su presencia durante varios días en un convento, con mujeres agarrotadas sexualmente, ofreciéndole a Jesús o a María, a cualquier santo de martirologio su atrofiado himen, la maceración de  sus cuerpos inútiles, anos yermos que nunca fueron más allá de la deyección, bocas inexpertas para el beso o la felación, tetas en entusiasta marchitamiento. Nadie querrá aceptarlo, si con anterioridad no lo anuncia alguno de los manipuladores noticieros nacionales. Mucho menos reconocerán la sensatez de las discusiones teológicas surgidas a partir de jornadas sexuales entre monjas y sátiros. No creerán que allí hubo orgías a partir de las violaciones. En este bello mundo de Dios (¿o me equivoco sobre lo lindo y su propietario original?) son periódicas las polémicas de todo tipo donde participan doctos incapaces de llegar nunca a cualquier acuerdo. En realidad, dentro de filosóficas disputas de tipo teológico y religioso, los objetantes no tienen tanto interés en los acuerdos como en la disputa por sí misma. Es la oportunidad de desplegar sus argumentos y habilidades oratorias para exponerlos y meter en cintura sus oponentes. Es el deseo de disminuir al otro.
 
   – A mí no me incluya entre esos porque, cuando discuto, es para no quedarme callado y nada más.
 
Y si conciertan un pacto, a nadie beneficia tal compromiso. Por consiguiente, es normal considerar solo marmórea y mitológica la presencia de un fauno, pero jamás la manifestación concreta de un grupo de estos en un pueblo cafetero, entre gente católica y de sólidos principios cristianos, despedazando todas las leyes de la lógica en una sociedad adiestrada  para aceptar monstruos políticos, militares, económicos o mediáticos, pero estupefactos con  los sátiros.
 
   – A  una de las cuatro yeguas de mi abuelo Adonías, la fecundó Pegaso y nadie dijo nada. En la finca, a todos  nos pareció normal. Si habíamos escuchado gemir prolongadamente a la Llorona,¿ por  qué íbamos a dudar de un caballo con alas?
 
Nadie va a imaginarlos, luego de su arremetida carnal contra las volupcastas Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón, disfrutando vacaciones en Venecia. Las monjas, cuando conversé con varias de ellas para documentarme al respecto, no descartaban la posibilidad de algunos embarazos. Jamás pensaron abortar porque se sometían al pie de la letra a los sacros preceptos de la santa madre iglesia y del Papa.  Me gusta recrear la imagen de varios niños con particularidades de faunos, correteando por los jardines del monasterio. Comiendo pomarrosas. Con flores de guayacán amarillo en su cabello. Arrojándole piedras a las campanillas. Ocultándose tras las estatuas de ángeles y santos, mientras las monjas oran y en el claustro se escucha el rosario desmenuzado en voz alta para aplacar la vocinglería infantil. Este caso fue real y sucedió en Calarcá, Quindío, con sátiros que no son metáfora, alusión narrativa, sino sátiros reales. Tal vez lesione su moral, sus creencias religiosas y su visión científica del mundo.
 
   – Oh, sí, mi moral, oh, sí, mi moral, oh, sí, mi moral.
 
Podemos examinarlo bajo otro punto de vista: si te ponen a elegir entre violar varias mujeres religiosas de 19 a 65 años o  dejarte sodomizar por un fauno, ¿qué harías si de improviso te resultara un viaje a Venecia?  Viajar, ¿verdad? Claro que sí, viajar, visitar Venecia. Te confieso algo  nunca dicho en la familia: mi abuelo eligió la segunda opción, no porque fuera homosexual, sino porque su  pasión era la mitología grecorromana. Desde niño, cuando leyó un libro que su padre tenía sobre tal tema. Un libro rojo, de la editorial Sopena. Mi abuelo Cleofás vivía encandilado con el mito de  Orfeo y Eurídice. Durante  muchos años escudriñó, en librerías de viejo, los libros atribuidos por los escritores órficos de Grecia, a Orfeo: los Argonáuticos, la Demetreida, la Cosmogonía, Los cantos sagrados de Baco, la Teogonía, El velo o la red de las almas, El libro de las mutaciones o los Corybantos. Para bautizar Eurídice a mi madre, recorrió varias iglesias antes de encontrar un sacerdote dispuesto a darle tal nombre. Eran las iglesias y sacerdotes católicos de aquellos años. Hoy por hoy, puedes ponerle un número a tu hijo y lo bautizan sin ningún comentario. Conozco los nombres ordinarios que adoptaron los sátiros cuando se bautizaron en una de las parroquias de Calarcá.
 
Pocos cristianos saldrán en defensa de los sátiros, aunque el caso es antiguo y ningún historiador quiso registrarlo. Los escritores Humberto y Rodolfo Jaramillo Ángel, tienen algunas veladas crónicas sobre el caso, pero deben leerse entre líneas porque fueron censurados en su época por un notable y ultraconservador cardenal colombiano al tanto del caso. Pocos estarán dispuestos a rememorar cuanto se supo de  las orgías allí realizadas, pero también de las neoescolásticas controversias teológicas que los sátiros hicieron con las monjas. Llenarían páginas para convertir en novelistas a los poetas de Calarcá. En narradores a los historiadores quindianos. En historiadores a los cuentistas. En periodistas a los chismosos. Por fortuna, quedan varias grabaciones que uno de los obispos de la región conserva en su fonoteca particular. No todo es sexo ni oración. No todo. Los sátiros nunca regresaron a Colombia. Uno de ellos se suicidó en el Gran Canal, bajo el Puente de los Descalzos, cerca de la estación del ferrocarril.
 
   – Ese Canal tiene la forma de una s invertida, señor Senegal. ¿Lo sabía?    
 
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Descripción

Texto híbrido donde la ironía, el juego literario y la crítica son la constante.

Palabras Clave: Religión ironía monasterio crítica juegos literarios

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Análisis


Creditos: Umberto Senegal

Derechos de Autor: Umberto Senegal

Enlace: http://umbertosenegal.blogspot.com/2012/03/aquella


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