Cosas para pensar
Publicado en Jul 20, 2009
Y de tus cenizas nacerán flores: Hemos llevado tus cenizas al viento para que nazcan flores y articules tu grandeza, con la naturaleza que rechaza todo sepulcro. Volveré tantas veces como sean necesarias, al lugar que dejan tus recuerdos en esa dimensión que se resiste a perderte. En tu regazo, descanso como un pájaro que ha perdido el nido y se contenta con soñarlo, como un horizonte que nuestra impronta terrenal se pone por delante. Tu espíritu ennoblece el río que redime, y hay augurios de reencuentros en tu agua bendita. Tu infancia se desata en el torrente de corceles que recorren con regocijo el espacio habitado, por un niño que se contentaba con llegar a caballo y un paquete de galletas rotas. Tiempo de sueños y algarabías, templa el imaginario condimento que te ha hecho feliz. Niño amado, te volveré al nacimiento para creer en tu regreso. Cualquier día de estos, mi querido amigo, te espero. La hoja Les voy a contar la historia de un hombre muy pero muy aburrido. Un hombre apático. Para él, los días eran iguales. Una tarde, salió al patio de su casa y se encontró con un bosque. Parecía una mesa tendida con distintos manjares de la naturaleza: árboles, flores de todos los colores y el sol brillaba de tal manera, que el cielo pintado de un celeste profundo, se asemejaba a una pintura. Pero el hombre, no podía ver. Entonces se dijo: Mañana será otro día. A la tarde siguiente, la lluvia había convertido el paisaje, y un olor a tierra húmeda inundaba el ambiente, pero él no podía oler. Entonces se dijo: Mañana será otro día. A la mañana siguiente el bosque se había transformado por la primavera, y los árboles estaban plagados de frutos jugosos y apetecibles, pero él no podía degustarlos. Entonces se dijo: Mañana será otro día. A la noche siguiente, una mujer bellísima se paseaba por el parque y le profesó su amor, pero él no podía amar. Entonces se dijo: Mañana será otro día. Y ese día las copas de los árboles lo abrazaron como en un nido para contenerlo y cobijarlo, pero él no podía sentir. Entonces se dijo: Mañana será otro día. Una melodía inigualable lo despertó de esa siesta, y un coro de ángeles le cantaban armoniosos, pero él no podía escuchar. Entonces se dijo: Mañana será otro día. Y ese día se trastocó en otro día, uno más aburrido que el otro y ese en otro, hasta que llegó esa tarde en que cuando salió al patio, no había nada. El patio estaba totalmente vacío. Nada. Y el hombre en el límite de su soledad, comenzó a caminar y a correr, buscando algo. Y no había nada. Cansado, después de un largo tiempo de búsquedas infructuosas, halló para su asombro un pequeño brote, una hojita que le había ganado a la tormenta y que había sobrevivido. Entonces, el hombre se dijo: Este es el día. Miró la hoja, y milagrosamente, se le aparecieron el bosque, el sol luminoso, las flores multicolores, los frutos, el cántico de los ángeles, las caricias de las copas, la mujer que lo amaba, y el nido para contenerlo. Pues bien, quiero aclararles, que la hoja no fue el milagro, sino la manera que tuvo de mirarla. Acuérdense también que es importante cuando dicen "Hoy es el día". Una historia muy particular Había una vez un hombre que tenía luz propia. No se ría. Yo lo conocí. Sucede que cuando iluminaba un sector, el otro costado quedaba a oscuras. Entonces empezaron las quejas en su contra. Por otro lado, los iluminados se agrupaban indignados para que no claudique. Y ese hombre, dominado por un deseo de conquistar las oscuridades, se encontró con otro hombre: Un hombre con luz propia. Entonces el espacio iluminado de la ciudad fue mucho mayor, pero lamentablemente no alcanzó a parar las protestas de los hombres oscuros. Y fue así como estos dos hombres con luz propia, decidieron juntarse con una mujer con luz propia, de cuyo encuentro se sucedieron infinitos encuentros con hombres y mujeres iluminados. Seguramente, Usted creerá que esta historia termina con una ciudad totalmente iluminada y lamento decepcionarlo, porque los sectores oscuros, si bien con el correr del tiempo iban siendo menores, nunca dejaron de existir, sobreviviendo a cualquier luz. Y esto que pareciera una contrariedad para los hombres oscuros, fue un motor para los hombres con luz propia, quienes jamás abandonarán esa utopía que permanece como una llama inextinguible en el horizonte: Una ciudad totalmente iluminada El descubrimiento Cuando reciba este mensaje, pensará seguramente que descubrí algún continente, o alguna vacuna que pueda salvar a la humanidad de una enfermedad incurable. Le confieso que no se trata de eso, lo cual no quiere decir que sea menos o más importante de lo que esperaba que le diga, porque al escribirle esta historia, tal vez salve a la humanidad, a esa parte de la humanidad a la que le lleguen estos renglones. Paso a relatarte, estoy presa. He tratado de identificar a quien o a quienes pusieron la llave a la puerta que me aisló del mundo. Años de infructuosa búsqueda perdiendo los más maravillosos amaneceres, el sol cuando atardece, la luna cuando llega, un amor. Tiempos en que mi resentimiento fue haciendo una lista de todos los posibles culpables que me sometieron a esas cadenas. Pero redondeo, quizás a otros les pase lo mismo. De buenas a primeras, he descubierto algo tan simple que puede provocar su risa, y es que la puerta la cerré yo misma, la llave la tengo yo, las cadenas están dentro. Luego de leer estas palabras, pensará que estoy afuera, gozando de maravillosos amaneceres, del sol cuando atardece, de la luna cuando llega, amando, y lamento defraudarlo, pero no es así. De eso quería hablarle, si está encerrado, o conoce a otros que padecen de este encierro, cuéntele este descubrimiento, es simple: La llave que se busca afuera puede estar adentro. Si es valiente, la salida se revelará no milagrosamente, sino peleando contra el fantasma más poderoso, que es el miedo, el miedo a ser, a ganar y a perder, a amar y a que lo amen, también y por que no, a que lo dejen de amar. De todos modos, hay mucho más por ganar que por perder. Le pido por favor, que si recibe este mensaje, escrito dentro de una habitación muy pequeña, y gracias a la posibilidad que da este correo, lo transmita a aquellos que están atravesando situaciones parecidas, y ellos a su vez cuando se liberen, lo comunicarán a los que están por la calle y que se creen libres, y no son libres, presos de la monotonía, del trabajo, la falta de deseo, la fatiga crónica, la desidia, la ignorancia y tantas otras cosas más, que hacen de una persona un esclavo. Como verá, no he descubierto ningún continente, ninguna vacuna para salvar a la humanidad de una enfermedad incurable, lo que no quiere decir que este descubrimiento sea menos o más importante que alguno de ellos. Hay descubrimientos que no salen en los diarios y que no los publica ninguna editorial, pero que le pueden salvar la vida, porque al escribirle esta historia, tal vez salve a la humanidad, a esa parte de la humanidad a la que le lleguen estas líneas. La enfermedad Qué es la enfermedad, sino una piedra que no sacamos a tiempo y que produjo estragos. Acérquese, déjeme mirar sus ojos. Es Dios el que guía para sacar la piedra. Los médicos necesitan de las placas y los estudios de alta complejidad, pero a mi me basta con mirarlo. No cumplo con ninguna técnica, solo con mirar sus ojos. Los ojos son espejos que quedan abiertos y que cuando nos animamos a verlos, quedamos reflejados. Es por eso que mientras ayuda a otro, está ayudándose. No me resigno a las piedras que de tanto hacer cayo, no las sentimos, pero que siguen obturando nuestro deseo para ser algo tan simple y a veces tan complicado, que es ser nosotros mismos. Usted mire su piedra. Que nadie ponga nombre a sus piedras, porque solo Usted sabe los dolores que ha callado, las miserias que ha sufrido. Póngale el nombre a cada una y sáquelas afuera. No hay partera más maravillosa que su mano para sacarla de cuajo, cuando juegan a las escondidas, y se refugian disfrazadas para que no las vean. Si necesita ayuda yo le prestaré mis manos de alfarero, que como cigarras han abandonado el camino de las hormigas para cantar su propio canto. Es probable que si convierte las suyas en cigarras, lo condenen las miradas de quienes lo han acompañado y se han afanado durante años en cavar su propia fosa. Es probable, y por qué no, que hasta extrañe a esas hormigas obedientes y laboriosas, porque a pesar de haberse equivocado con su destino, han hecho algo por usted. Pero recuerde que la piedra debe se sacada para salir a su superficie y que si decide ser cigarra augurará de aquí en más todos los veranos, pero deberá olvidarse de los inviernos. Recuerde que la cigarra canta en verano, pero que también sufre en invierno. Es decir, que haya elegido a la cigarra, no quiere decir que de ahora en más se despojará de los embates de la vida, para embriagarse de la calma. La lucha tomará otros rumbos, pero tendrá que dar batalla al frío. Recuerde también que ser libre es arriesgado y que puede que el miedo lo paralice. Aún así, la libertad le permite elegir y jugarse para cantar su canto. Cante cuando se le de la gana y cómo quiera, alce la voz o bájela, en la medida que eso lo redima con usted mismo. Resista al hueco y saque a la piedra. Las alas se reponen ejercitando el vuelo. Cuando vea que otro aletea a su lado, no importa que vuele más alto o más bajo, no se compare, usted irá a la altura de su propio vuelo. Entienda que si titubea estará en peligro y que si se equivoca, planeará a la deriva. Aún así en cada equivocación se aprende algo. Tenga presente que el motor de su vuelo aunque otro lo acompañe, es usted. Usted comanda y vence cualquier obstáculo. Pero sobre todo, crea que es el capitán del vuelo. Si no cree en ello, estará siempre al borde del precipicio. Y si flaquea, yo estaré a su lado revoloteando por ahí y le tenderé ese pedacito de ala que se aferra a ejercitar el vuelo para aprender a volar. Insomnio Para no vencerme, he diseñando una arquitectura trabajosa y estable, con un muro que desdeña el desorden que ha operado en mí. Para no caerme, he puesto vayas y he equipado mi vida, con la rutina cotidiana, que hace que sepa cada hora que se debe hacer y he perdido barcos y viajes porque no estaban anotados en la agenda y porque podían ser intentos de precipitarme y de desbordarme, como la risa, hacia donde no quiero. Pero las palabras, que presumen desenfadadas, se han soltado y caminan hacia tu boca, para arrancarte un beso en medio de la noche, que se ha hecho par amarte. Hay un desparramo de vocales y consonantes, que se dispersan en medio del equilibrio, y que se manifiestan en medio de lo explorado, creando huellas por donde las persigo, para que dejen de acosarte. Intento como puedo acomodarlas ingenuamente, y salen a atropellarte y a gritarte. Sin pausa, se despliegan sobre la comisura de tus labios, que se retienen para no implicarse. Hay signos de despilfarro en tus manos cuando se acogen, al silencioso intento de colgarse a cada lado de tu cuerpo, y aparecen movimientos impensados y presurosos, que se descuelgan para arrastrarme y yo me arrastro. Qué en vano haber diseñado la estrategia de no encontrarte, cuando te empuja la química que no entiende de mapas. El mapa que delimita la zona prohibida, se esfuma y todo es lícito. Un poema se tira por el balcón que no subiste, y asciendes con tu mirada y cantas con tu canto. Qué debo hacer. Qué puedo y a tientas me tiro por la soga que estaba dispuesta para ahogarme, decidiendo salvar las últimas emociones que me hagan sentir viva. Y te digo que puedes, aún quedan momentos, que se escapan de todo control y que se ensanchan fugitivos. Y hay cosas que nunca manejaremos. Encuentros que no esperábamos. Tu mano me da la mano, y soy tan fuerte aún, en medio de tantas debilidades que creo que todavía me merezco amarte y vuelo todavía. Sin aviso Tendría que haber sido otro día, darme tiempo. O haber caído más lentamente, para que en el camino me hubieses visto, pero fue abrupto. Tendría que haber sido otro día, una noche de estrellas, para refugiarme, y alertarte desde otro universo y que contemplaras mi fuga. Tendría que haber sido en otro lugar, mucho más cerca, o tan lejos que te llegara un aviso por correo. Y hubiese querido que llegaras a mi entierro y me tocaras para despedirme. Traté irreversiblemente de caer boca arriba, para ver si te tirabas conmigo, y sobre mi cuerpo, como una danza restituida por dos amantes comprimidos por la mirada de quienes no nos aceptaban. Pero caí boca abajo sobre la tierra, sin posibilidades de encontrarte. Y tus ojos quedaron suspendidos en el espacio y solo pude imaginarlos. No he dejado nada. Ni una huella para que intentes reconstruirme, ni un instante para que te pares al lado mío. No sabrás nada. Los periódicos no pondrán mi nombre. En este lugar no me conocen. Alguien se detendrá en el accidente y seguirá de largo , como nuestro idilio, en medio de tu matrimonio. Un escape que maquinaste para no enloquecerte y que terminó enloqueciéndome. Un escape sin pistas como mi huida, sin pormenores, sin proyectos. El día a día, el segundo a segundo. Una mentira. Todo fue una mentira. Hubiera querido abrazarte, sentirme menos sola, anidarme aunque sea por un segundo y desplegar la fragilidad que se venció volando. Un pájaro volando entre otros pájaros, una bandada que se aparecerá en tu alma. Sueños que apretujarás sin encontrarle sentido a tu existencia, a la hora de no saber de mí. O tal vez no. Presumo que estarás desayunando en tu mesa y apurando a los niños. Ella guarda su bronca, que se refleja a la hora de cerrar la puerta. Y tú, tomas la valija. Y aquí no ha pasado nada. Nada que pueda preocuparte o deprimirte. Tu risa hueca demuestra que no he sido nadie. Que todo, absolutamente todo ha sido para ti un juego de niños. Me arriesgo a comprobar que no sentirás nada. Que nunca sentirás nada por nadie. Los pájaros se vuelven por no ser mirados, no soportan el viaje sin sentido, el viaje hacia donde nadie los mira, como mis ojos sobre el suelo. Nadie cerrará mis ojos. Los he dejado cerrados para pensarte. Durmiendo, debe ser más leve el sufrimiento. Y tú llegarás como todas las tardes, con el diario bajo el brazo y ella te llevará un café desconfiándote. Tendría que haber sido en otro lugar, mucho más cerca, o tan lejos que te llegara un aviso por correo. Y hubiese querido que llegaras a mi entierro y me tocaras para despedirme. Tendría que haber sido otro día, darme tiempo. O haber caído más lentamente, para que en el camino me hubieses visto, pero fue abrupto. Tendría que haber sido otro día, una noche de estrellas, para refugiarme, y alertarte desde otro universo, que contemplaras mi fuga. No hubo despedida. Los resignados Me he detenido a mirarte y te encontrado un poco viejo. Viejo, en la medida en que de cuesta acomodarte a las nuevas circunstancias. Estar viejo es no animarte a levantar el barrilete por falta de viento, o a desmoralizarte por dos gotas de lluvia. Me he quedado escuchándote y tus silencios caen por huecos desde donde no vuelven, como una pesadilla que lejos de olvidarse se intensifica, cada vez que vas dejando de lado tus proyectos, aún antes de ponerlos en marcha. Todo o casi todo te molesta. Traigo flores, cambio los muebles de lugar, y es como una trompada al orden que te instala en una seguridad mal entendida. He atribuido tu desesperanza a la falta de colores. Atribuyo a tus negros y a tus grises, ese vacío existencial que se presenta a la hora de pensar el mundo y que desvalija tu deseo de poner en juego los últimos cartuchos para hacer algo que por adelantado das por perdido. Estamos quietos al borde de una desidia en la que pasamos horas. Nada es imprevisto. ¿No tienes fuerzas? El estudiante universitario que se levantaba contra las murallas y las atravesaba, el Profesor que reñía convencido contra los molinos de viento, se ha quedado sentado mirando un noticiero, y tus escritos que antes conmovían a un grupo reducido pero selecto, se han vuelto tediosos. Hasta el papel en blanco, que ayer se te presentaba como una promesa, ahora se ha vuelto un obstáculo. Todo te incomoda. Miras el reloj cada segundo, y cumples con tus acostumbrados cometidos, como el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Son las cosas que se repiten las que nos resguardan de alguna manera. Pasa un minuto y observas inflexible los horarios antes innecesarios, porque la vida se hacía a la medida de nuestras pasiones. Yo hago lo imposible por desbaratar tu guarida, porque es probable que si me dejo llevar por tu sentido, envejezca. Invito a gente joven y emprendedora a casa para que te renueve, te incomoda. Me río, y mi carcajada es desoída por el designio de tu pena, que hace de la felicidad una frivolidad sin sentido. Estás triste ¿La lucha está perdida? Un desencanto. Tus ojos, que antes fabricaban puentes con los míos, se dejan y observas un punto fijo por donde seguramente te pasa la película de esos años en que aún creíamos. Tal vez, los culpables hayamos sido nosotros. De todas maneras intento como puedo traerte hasta mis brazos y te aprieto recordándote el vínculo, que nos salvó de la guerra. Me cuesta hacerme cargo. Es cierto, algo de mí se va secando. Ya no pinto. Las murallas que me separan de la vida son cada vez más altas. Hay noches que me pongo a escalarlas con mi pensamiento y al otro día desisto. Me ahogo, no encuentro refugio. La casa que antes lo era, me resulta sórdida. Mis amigas las de siempre me han ido dejando. Reconozco mi desaliento. La música que ya no escucho .Todo es ruido. Bajo el volumen cuando antes lo subía. No canto. Antes bailaba. Recuerdo cuando llegabas de improviso y me pescabas dando vueltas. Corríamos las sillas y la mesa y danzábamos en la cocina. Me veo en el espejo y estoy ajada. Marchita, sin perfume ¿Asusto? Unas ojeras despilfarran malos augurios y lo que se necesita es color. No quiero entregarme pero me entrego vaya a saber por qué las fuerzas se van agotando. Los chicos hacen cada vez más su vida, y menos la nuestra. Cuando pasan están cada vez menos tiempo. Seguramente huyen de este lugar porque permanecemos callados. Nuestras conversaciones aliadas a las desgracias y a los infortunios provocan espanto. Huimos de la calle porque se la agarran con los viejos. Dejamos de caminar porque buscamos excusas. Tengo mi parte. No se si vamos a salir algún día. Probablemente estemos envejeciendo y no quiero darme cuenta. Probablemente el tren nos haya dejado abandonados en el andén y sin recursos. Reniego, pero también me abstengo. No creo que seas feliz aunque me quieras. Hemos tenido muchas oportunidades y nunca nos hemos ido. No creo que sea cobardía, pero tampoco es sano, rondar por la casa y no encontrarnos. Me imagino así eternamente, sin salida. Me resigno ¿Te resignas? ¿Por qué lloro? Tengo miedo. Tengo mucho miedo.
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JUAN CARLOS
Nostalgico y bello texto..Felictaciones amiga !!!
Saludos y bienvenida ..
Juan Carlos..