Los desprecios que sufri mi abuela materna (Diario)
Publicado en Mar 19, 2012
Mi abuela materna se llamó Rufina Sáiz y era alguien muy especial para mí. No tenía estudios porque no tuvo posibilidades materiales de estudiar y, debido a ello, no sabía ni leer ni escribir pero tenía una gran sabiduría natural. Ahora bien, la realidad de mi abuela materna no fue precisamente un "camino de rosas" aunque siempre tuviera buen humor. Mi abuela materna Rufina Sáiz fue alguien que tiene un lugar especial dentro de mi corazón; porque ella tuvo que sufrir ofensas que yo nunca pude saber hasta que me las confesó a mi solo y sin la presencia de ninguno de mis otros hermanos.
Mi abuela materna Rufina Sáiz sabía entender lo que me sucedía cuando yo miraba a las estrellas y me narró que ella también tuvo que sufrir el desprecio de sus propias hermanas (María, Vicenta y Amalia) cuando en público dijeron un día que sí que era hermanas de ellas pero como si no lo fuese porque no se hablaban con; y todo por el simple hecho de que ella era la única de las cuatro que había tenido hijos (mi madre Rosario y mi tío Benito). Mi abuela materna Rufina Sáiz tuvo que sufrir, incluso, el desprecio de su propio hijo (Benito) por el simple hecho de que nunca abandonó a mi madre para poder criar una familia numerosa y eso, el ignorante de Benito, se lo hechó siempre en cara cuando, la verdad, es que Benito tuvo oportunidades de quedarse a vivir con nosotros, y con mi abuela materna Rufina, en Madrid... pero lo rechazó porque no tuvo cabeza suficiente para ser inteligente. Mi abuela materna Rufina Sáiz se ocupó de nuestra crianza y sólo dejó nuestro hogar cuando vio que todos ya habíamos sido debidamente criados. Y le llegó la hora de la muerte. Ni el cura de Molinos de Papel deseaba enterrarla; por lo cual, llevando yo siempre a mi abuela materna Rufina Sáiz dentro de un lugar especial en mi corazón y habiéndola visto en las últimas horas de su vida hacerme señas de que un día contara la verdad, tuve que ir a la capital de Cuenca, enfrentarme con aquel curita que se las daba de santito y obligarle a que fuese a la aldea de Molinos de Papel a enterrar cristianamente a mi abuela Rufina Sáiz porque era la que más se lo merecía de las cuatro hermanas. El curita quedó enrojecido de vergüenza, tuvo que dejar la clase que estaba impartiendo y le obligué a que cumpliera con sus obligaciones como cura y como ser humano. A mi abuela materna Rufina Sáiz no la enterraron en ninguna tumba, sino a ras de tierra ante el silencio de todos los cobardes. Por eso yo fui el único de sus nietos que lloró de verdad por su muerte. Supongo que mi hermana también lloró de verdad pero no los otros tres que no soltaron ni una sola lágrima. Y es que los nombres de Isabel y José descienden de raíz hebrea mientras que los nombres de Emiliano, Bonifacio y Máximo descienden de raíz romana. También Benito, por cierto, desciende de raíz romana. Mi madre y mi padre sufrieron en silencio la muerte de mi abuela materna Rufina Sáiz. Mi padre honró a mi abuela materna Rufina Sáiz echando un puñado de arena sobre su cuerpo antes de que la tierra lo cubriera. Yo la honré también haciendo lo mismo que hizo mi padre. Los demás no se atrevieron a estar junto al cuerpo de mi abuela materna Rufina Sáiz cuando la enterraron a flor de piel y sin tumba alguna para vergüenza de todos ellos y de todos los habitantes de Molinos de Papel. Sé que mi abuela materna Rufina Sáiz, con permiso de mi madre Rosario y mi padre Emiliano, fue quien me enseñó a sonreír desde mi infancia y era quien sabía lo que sucedía dentro de mi corazón cuando yo miraba a las estrellas del cielo. Ella sabía quién iba a ser la chavalilla que se casaría conmigo y, por eso, me hizo prometer que nunca fuese como el resto de mis hermanos y que nunca fuese como mi tío Benito. Yo se lo prometí y ella sabe, ahora que está en el Cielo, que cumplí con esa promesa. De ella aprendí a sonreír en los momentos buenos de la vida y también en los momentos malos de la vida. Por eso tengo esta mi sempiterna sonrisa.
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