CAZADOR
Publicado en Mar 20, 2012
El hombre y su mujer no duermen tranquilos. Desde las once de la noche, y es la una de la madrugada, escuchan el inquietante aullido en el patio de su casa. Desde las once de la noche, y es la una de la madrugada, escuchan el inquietante aullido en el patio de su casa. Entonces el hombre decide levantarse y ella decide acompañarlo porque teme quedarse sola en la alcoba. En una noche como esta, la cama es capaz de devorarla y las cobijas capaces de estrangularla. En una noche como esta, la cama es capaz de devorarla y las cobijas capaces de estrangularla. Ningún vecino tiene perro y no hay lobos en el bosque cercano. Ningún vecino tiene perro y no hay lobos en el bosque cercano. Semidesnudos bajo una lúgubre luna menguante, abren la puerta que conduce al patio y observan, recostada en el cedro, defendida por la corpulencia del cedro, una niña de seis años quien al sentirse descubierta aúlla con más vigor. La mujer va hasta donde ella y la carga en sus brazos. La mujer va hasta donde ella y la carga en sus brazos. Leve lluvia. La mujer está descalza pero el hombre no le dice nada. Las mira en silencio. Las mira en silencio mientras escucha caer las gotas de lluvia sobre las hojas del suelo. Leve lluvia. La niña está desnuda y su cabello es largo, demasiado largo. Entre el cabello tiene hojas de cedro. La luna menguante ilumina el patio rodeado por altos muros semiderruidos. La niña continúa aullando aunque reduce la intensidad de su queja. ¿Qué podemos hacer? –pregunta el hombre. Déjame aullar a mí –responde la mujer. Volveré a la habitación –dice él. No olvides encender la luz –recomienda ella. En el nochero hay un cirio –recuerda el hombre. Pero es blanco –se lamenta la mujer. Los colores ya no me importan –afirma el hombre. Quiero aullar –suplica ella. Regresaré –dice él. No te demores –ruega ella. Conozco el camino –dice él. La niña tiembla –dice ella. Por el frío y la lluvia –dice él. Le recortaremos el cabello –propone la mujer. No es necesario… –observa el hombre. ¿Qué insinúas? –se asusta ella. Sería otro hermoso trofeo –sonríe el hombre. Ni lo pienses esta vez –enfatiza la mujer. El hombre está solo en la cama y no puede dormir tranquilo. Los leves aullidos de su mujer y la niña lo perturban. Ahora están en la sala. Aseguraron la puerta del patio con cerrojo y aúllan en la sala. El hombre se levanta y se pone un yin. Si camina descalzo no lo escucharán. Va hasta donde cuelga su fusil de caza. Observa los trofeos que hay en la habitación y las cabezas disecadas de varios animales. Observa los trofeos que hay en la habitación y las cabezas disecadas de varios animales. La de su hija no la exhibe allí. La de su hija no la exhibe allí. Tiene que ocultarla porque el reglamento del club lo prohíbe. En sus manos sudorosas tiembla el fusil, lo cual no sucede con frecuencia. Lluvia torrencial. Lo mantiene cargado porque su mujer amenaza con suicidarse cuando recuerda el accidente de su hija. El hombre mira hacia la sala y prende la radio. La niña se durmió, dice su mujer cuando lo ve entrar apuntándoles con el fusil. Y agrega en voz muy baja, y agrega en voz muy baja: No hagas ruidos. Pone su dedo anular sobre la boca temblorosa del hombre. Lo mira directo a sus ojos y suplica: ¿Podemos quedarnos con ella? Frente al silencio del hombre se responde a sí misma: ¡Podemos! La mujer se anima con la respuesta y concluye: Se ve tan desamparada. Y además puede enseñarnos mucho. Siéntate con nosotras. Lo invita. Cuando el hombre arroja el fusil sobre una de las sillas, continúa: Si deseas también puedes intentarlo, en voz baja para no despertarla. Cuando el hombre arroja el fusil sobre una de las sillas, continúa: Si deseas también puedes intentarlo, en voz baja para no despertarla. Lo invita. Cuando el hombre arroja el fusil sobre una de las sillas, continúa: Si deseas también puedes intentarlo, en voz baja para no despertarla. La canción de Leonard Cohen, Waiting for the miracle, ahoga el leve aullido del hombre y la mujer abrazados en el centro de la sala, mientras sobre el piso duerme la niña. Mientras sobre el piso duerme la niña. Siempre estamos tan solos. Desde cuando Griselda murió. Su cabeza es poca compañía. Luciría arrogante junto a la del ciervo. No te importa que la dejemos, ¿verdad? Despreocúpate y preparemos un café. Hace frío. Sí, mucho frío y es sábado. ¿Se despertaría algún vecino? No creo, además ayer escuché en su patio... Cállate. De todas maneras, lo escuché. Era el viento, es el viento, está escampando. Escucha con atención. Lo oigo, debe ser algún perro extraviado. Tal vez, pero con tanta ternura… Sí, ternura, tanta ternura para un perro. Es nuestra imaginación, duérmete. Salgamos a mirar. Salgamos pero no enciendas la luz. No huirá, observa a la niña. Cúbrete con el suéter. Péinate un poco. No despiertes a la niña. No despertemos a la niña. Un tierno bramido junto al cedro. Un tierno bramido junto al cedro. Parece que va a escampar. Sólo una leve lluvia. Sólo una leve lluvia, eso y nada más. Una leve lluvia. Un tierno bramido junto al cedro.
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