ESOS BLUES
Publicado en Mar 20, 2012
Ella escuchó por enésima vez los blues que llegaban transidos hasta la habitación. Desprendiéndose del nudoso abrazo emergió desnuda de la piscina, sin importarle la ansiedad ni las sospechas del tritón observándola con enfado. Acompañadas por el merlitón, a diferentes horas del día podían ser las voces de Memphis Minnie o Mamie Smith. Insistían con la vigorosa voz de contralto de Bessie Smith, induciéndola a olvidarse de sus sentimientos hacia él. Down in the Alley, blues gut–bucket de Memphis Minnie, relatando la historia de la prostituta que hace sexo con un hombre en un callejón, era una de las canciones que actuaba como aliciente, arrastrándola hasta la ventana. Salía presurosa a escuchar esos ritmos y letras que de alguna manera los unían y también los distanciaban por mucho que se esforzaran buscándose cada uno en los acuosos ojos del otro. En sus pensamientos, ella se sumergía en las profundidades de donde extrajo al tritón. En los suyos, él caminaba por las avenidas hasta descubrir algún pequeño y solitario parque donde se quedaba varias horas leyendo a Rumi u obsesionado con el poema Ítaca, de Cavafis. En su imaginación, agua para ella. En la de él, cemento, mucho cemento por dónde caminar. Aguas oscuras para ella y cielos azules para él. La mujer quería dormir entre corales y él deseaba embriagarse de ciudad. Ella descansaba en él sus tristezas y él en ella su desarraigo. La mujer, alivia con él su melancolía acrecentada por los blues de Minnie, mientras el tritón cambia las simas del océano por la profundidad candente de su vagina. Cuando abandonó la piscina sin dar explicaciones, lo hizo segura de que él no podría ir tras ella, como la acosaban los hombres que abandonaba en las tabernas cuando más seguros estaban de hacer sexo con ella en los baños o en algún solitario callejón. Aunque chapoteara en la piscina y estrellara las botellas de Beaujolais contra los espejos y sus agudos chillidos hicieran vibrar los vidrios del ventanal y oscilar las lámparas de murano, ella fingiría, para enardecerlo aún más, que había nadado sola, convenciéndose que todo era producto de su imaginación. Su único acompañante real en la piscina era el pez muerto flotando en un rincón de esta. Los peces no se emocionan escuchando: Rebecca, Rebecca, get your big legs off of me Rebecca, Rebecca… Y el tritón se entristecía oyéndola balbucear durante varias horas: “Rebecca, get your big legs off of me”. No era alucinación porque allí estaba el enérgico tritón, penetrándola durante varias horas. Toda una mañana. La tarde entera y a lo largo de la noche mientras cantaban a duo el blues de Papa Charlie Jackson, She belongs to me Blues: It was early one morning: just about the breall of day. El blues que le enseñó la noche en que la ciudad se quedó sin luz y ella rodeó la piscina con gruesos cirios, encendidos hasta el amanecer. Aquí estaba el tritón, emitiendo confusos sonidos. Arrancándole sensaciones que con ningún hombre y ninguna mujer había experimentado. En esta ocasión el afligido amante no derramó el Beaujolais ni se ensañó contra las botellas de Bardolino que el padre de ella enviaba desde Italia, exclusivamente para embriagar al tritón cuyo silencio fue cómplice de la atención que la joven prestaba a las canciones. El tritón cogió el merlitón y sin pronunciar palabra se sumergió con él, furioso. Esta vez nada dijo, viéndola abandonar la piscina para acercarse a la ventana y desde allí observar al hombre que cantaba en el bar cercano. Nada dijo. No suplicó. No murmuró el verso de ningún blues. Tampoco intentó convencerla de regresar porque identificó el blues que entraba arrollador en la casa. De Bukka White, Special Stream Line: “Hey dad: I am sorry to leave my home”.
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