MINIFICCIN (8)
Publicado en Mar 21, 2012
ESE VIENTO
“A veces un viento suave entra en la casa, cortante y frío. Viento helado aunque suframos el verano y las ramas se quiebren solas. Viento que se posesiona del escondrijo del gato. Viento que se adueña del rincón del perro. Ese viento traicioneramente suave puede adueñarse del rincón de algún inválido y nadie se atreve a echarlo. En la mayor parte de las casas, una ventana permanece abierta por si decide invitar a una brisa amiga suya. “Si quieren que se retire pronto, es necesario dejarlo devorar al gato, masticar a la abuela o desgarrar al perro. Nadie mira para ese rincón cuando el felino maúlla pidiendo auxilio; cuando el perro ladra, abandonado por sus amos; cuando la abuela inválida da alaridos que no imaginábamos en ella. La solución es aumentarle volumen al televisor. Hay otros vientos y de esos no voy a contarle porque entonces nadie querrá visitarnos”. El hombre sin brazos ni piernas miró al forastero, indicándole con un movimiento de cabeza el estrecho sendero hacia el pueblo. PRIMERA DE CORINTIOS 12: 22–26 El predicador enfrentó a la multitud que esperaba su intervención. Abrió la Biblia y leyó Primera de Corintios 12: 22–26. Su voz acariciando al atestado coliseo. La cerró con lentitud y comenzó a disertar sobre dichos versículos, erotizado con el tono de su intervención, seguro de sus virtudes oratorias y excitado con la actitud femenina de la muchedumbre, dejándose penetrar por su magnetismo. En la medida que aumentaba la intensidad de su discurso, bajo el pantalón su pene crecía vigoroso. Le sucedía siempre que el coliseo rebosaba de creyentes. Fantaseaba abriéndose la bragueta y mostrándoselo a la multitud para que lo reverenciara. Confirmar y dar testimonio con ese agarrotado instrumento, de la fuerza del mensaje de Pablo y la sinceridad de su apostolado. Mirando a mujeres y hombres hipnotizados con su verbo, sintió el empuje del semen, abriéndose paso hacia la fe de su iglesia. Hizo señas a la orquesta que le acompañaba para que aumentara el volumen del tema interpretado. “¡Gloria a Dios!”, gritó, gesticulando con íntimo placer, a la vez que centenares de voces respondieron con idéntica voluptuosidad: “¡Gloria a Dios!”. Nunca había experimentado una eyaculación tan plena y copiosa, gracias a Primera de Corintios 12: 22–26. Cayó de rodillas, musitando lejos del micrófono para que nadie le escuchara: “¡María!” “¡María!”. La multitud se arrodilló a la espera del milagro.
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