MINIFICCIN (9)
Publicado en Mar 21, 2012
ANIVERSARIO
En ninguno de los dos disminuyó el dolor por la muerte de su hijo, fallecido tres años atrás. Sueño con él todas la noches, confiesa la mujer, es posible que de pronto… Deja de engañarte. Sabes que no es posible. Si deseas, continúa soñando con él pero en los míos sólo estás tú. A él lo encuentro en fotografías. Eres tú quien aparece en mis sueños siempre repitiéndome lo mismo: Que lo viste. Y siempre preguntando si es posible que de pronto… ¡Basta!, protestó el hombre. Ajena a sus reproches la mujer sigue soñando con su hijo y un día advierte al hombre: El niño volverá mañana a la hora del almuerzo. Celebraremos su regreso comprando la crema que tanto le gusta. ¿Lo soñaste anoche?, pregunta él. Sí. Ambos encontramos el camino de regreso. Anoche soñé contigo, Ruth, dice el hombre. Dejaré en orden su alcoba. Infórmale a sus amigos más allegados por si alguno desea venir, dice ella. Al día siguiente luego del almuerzo. ¿Por qué estás triste, papá? No tienes la capacidad de soñar, como lo hacía tu madre. Lo siento, papá. También yo. ¿Quieres un poco de la crema que ella compró para ti? Recojamos los platos. ¿Sueñas mucho con mamá? Hoy se cumplen tres años de su fallecimiento. ¿Lo olvidaste? No, dame un poco más de esa crema. ENAMORADO Que te gustaba la tierra húmeda. Que te embriagaban su olor y su sabor. Dijiste que la lluvia era más íntima, siempre más honda y acariciante. Admitiste que te emocionaban los barrocos arabescos de las raíces entrecruzándose a tu lado. En particular, reconociste poder observar las flores desde otras perspectivas sin preocuparte por su perfume. Dijiste: Ni las nubes ni la luna son significativas para mí. No mostraste interés en la copia de El libro de Nod, que te traje. Que era un tranquilo lugar donde las quejas de los lobos no te llenaban de melancolía. El canto de los búhos también me deja indiferente. Afirmaste que preferías la oscuridad total, sin estrellas ni luciérnagas, sin la incómoda interrupción del día. Dijiste que el peso de la ceiba te provocaba placenteras sensaciones. Todos tus argumentos los escuché con paciencia pero cuando afirmaste que el color y el sabor de la savia eran más excitantes, entonces rebatiste mis razones. ¿De qué otra manera convencerte? Fueron razones válidas para quedarte donde estás sepultada. Por eso decidí no insistir más y regresar, antes que amaneciera, a la comodidad de mi ataúd y no importunarte más con amorosos reclamos.
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