POLILLA Y DRAGN
Publicado en Mar 22, 2012
Aunque vivió muchos años de su vida investigando sobre dragones no creía en estos. Tampoco en unicornios a pesar de que a prudente distancia uno de ellos lo seguía cuando caminaba por las montañas de su pueblo, inmerso en la práctica del hash dar dam. Era experto en la ciencia de la llave. Gracias a los textos del Al–Yaber, Kazwyinyi y Mahommed ben Zakaria, la ciencia de la letra M (misam: balanza) con la cual se determinan pérdidas o ganancias en todos los cuerpos sometidos a combinaciones químicas, lo había inducido a releer el Libro del Amado y del Amigo, de Raimundo Lullio, descubriendo en cada nueva lectura más razones para su particular búsqueda. Su imaginación era nido de dragones. A pesar de ello no creía en tales seres con la certeza que sí guardaba hacia las polillas, cuando por las noches al encender una veladora para leer se precipitaban sobre la llama. Igual que con su pensamiento en torno a los dragones, al hombre poco le importaba el trágico destino de las incineradas polillas flotando en el aceite de la veladora. Producto de lecturas y deducciones, imaginó que la polilla ocultaba algo indefinible en su insistencia al sobrevolar la llama. Dicho insecto adquirió para él un tamaño mayor que el natural. Cerró sus libros y se dedicó a observarlas. Elucubró respecto a tantas facetas de la vida de las polillas que, noche tras noche, entre la mortecina luz de la veladora y los hilillos de luna sobre las alas del búho, la polilla creció en su mente hasta transformarse en un monstruo que le llenó de pavor. Tanto se agigantó la polilla en su imaginación, que una madrugada se le apareció un dragón blanco, de adolescentes ojos verdes y el hombre no le prestó la menor atención porque en su mente continuaba creciendo la polilla.
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