COMPAÑÍA
Publicado en Mar 22, 2012
No es necesario verificar tu presencia tras la cortina. Ahí permaneces desde mucho tiempo atrás, cuando adornamos la ventana. Yo a tu lado sin que aquello revise mi presencia en este lado del cortinaje. Es el límite entre ambos. No transgredimos sus fronteras. Ninguno de los dos la extendemos cuando estamos aquí. Él en su lado y yo en el mío. Cuando alguno de los dos no está, entonces se corre y se puede mirar la habitación. Si es él, puedo mirar la montaña o algún sinsonte que cruza. Cada uno en sus actividades, separados sólo por la cortina. Si por algún motivo la corro, tú desapareces. Si lo haces tú, yo desaparezco y en este lado no hay un hombre leyendo ni se escucha la música de Lacrimosa, a las doce de la noche. La cortina continúa ahí. Rígida, fingiéndose inerte. Sirve de frontera entre dos que nos presentimos. En realidad nos basta suponernos y este presentimiento vuelve reales su mundo y el mío. Es maravilloso no correr la cortina, dejar que sus pliegues sean el lenguaje con el cual nos comunicamos.
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