EL HOMBRE DE LOS HOTELES
Publicado en Mar 22, 2012
A Xiomara L. donde esté, viva o muerta. Debían ocurrir ambos sucesos a la vez. La luna menguante y pernoctar él en un hotel con largo corredor. Si no había luna o faltaba el hotel, o era estrecho y sin corredor, nada sucedía. Entre una y tres de la madrugada despertaba sobresaltado por su presencia. Sin encender la luz abría la puerta y miraba hacia el fondo del corredor donde estaba ella, cumpliendo un compromiso nunca establecido. La pequeña vampira. ¿Doscientos o más años? Sólo aparentaba once. Su sonrisa, su cuerpo y su voz eran de once años. Entraba a la habitación con pasividad erótica poco frecuente en niñas de su especie. Penetrada por ambas puertecillas frías y estrechas, la niña vampira olvidaba su condición. Cuando el turno correspondía a su boca, ambos ignoraban de dónde emergía aquel fuego. Se iba, saboreando el semen que humedecía sus colmillos. Después encontraban desangrado en su habitación a cualquier viajero solitario. No podía repetir el hotel, como condición para el felátrico encuentro. “¡Extravagante!”, le decían algunos por su obsesión en hospedarse sólo en hoteles con largos corredores. N. del A.: Para Xiomara, esa Lolita con quien compartimos hoteles y escenas vampíricas, quien desapareció como evaporada por el sol.
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