NUEVA ORACIN
Publicado en Mar 23, 2012
En mi caso, ya no es tiempo de sugestivos koanes ni mantras atávicos para explorar con ellos la realización interior. Genro, maestro zen de la escuela Soto, reafirma mi certeza al señalar: “Sólo tenemos el cielo azul sobre nuestras cabezas. ¿Dónde están los antiguos patriarcas? Sólo tenemos la bondadosa tierra bajo nuestros pies. ¿Dónde están los ojos de los antiguos patriarcas?”. Me siento más pleno buscando a Dios, o indagando sobre mi verdadera naturaleza mediante la penetración de una receptiva vagina o un turgente y succionador culo de mujer, que vocalizando mantras en idiomas exóticos; que disputándole el vacío a los koanes o entonando oraciones cuyo sentido esotérico lo extraviaron los dogmas religiosos. No hay koan superior a los estremecimientos no intelectuales, nunca razonables e inexplicables, de la carne acariciante y acariciada. Del cuerpo que se entrega y posee en la íntima liturgia del sexo compartido. El lamento erótico, el gemido orgásmico de la mujer, el copulante clamor del hombre y el estentóreo grito de la pareja son la más humana y sacra expresión material de la insustancialidad del Om. Lo absoluto convertido en instante. En mi caso, ya no es tiempo para koanes. Ni para escucharle a los maestros sus discursos. La realidad está disponible para cualquiera en todo momento. La realidad no podemos hacerla a nuestro gusto ni tampoco necesita de nadie que la construya. Ya está aquí y somos inseparables de ella. Cuando entro en una mujer, me introduzco en la realidad seductora, tierna y voluptuosa. Si el mundo decide entregármela en el cuerpo de una mujer, con su sexo espléndido, con su boca y su lengua y su clítoris y sus miradas, ¿correré donde Bodhidharma o Manjushri, para que me expliquen la realidad de esta ilusión? Nada me induce a tener más conciencia de la vida y la muerte, del sexo y del amor, de Dios y del ser humano, del placer y el dolor, de la soledad y la compañía, que las mujeres que deseo penetrar: esos cuerpos donde el individuo, con sus yoes de entrega y posesión, se expande y contrae en los sentidos y el espíritu. La desnudez, principio del koan; la caricia, choque con el koan; el entrelazamiento y fusión de los cuerpos, respuesta al koan si tienes oídos para escucharlo, si estás ahí para descifrarlo cuando truene la solución y tras los múltiples orgasmos de tu pareja llegue el satori por la vía menos esperada. En pocos minutos, viene del vacío a la plenitud y de esta regresa nuevamente al vacío, entre espasmos divinos que lo deifican. No hay mayor reconocimiento del otro, que cuando lo poseemos. Ni mayor entrega que cuando esa mujer nos acepta para devorarnos dentro de ella. Guárdense los koanes. Archívense las oraciones. Olvídense los mantras y todo tipo de sadhanas y técnicas para la disolución del yo, si se tiene la fortuna de encontrar mujeres con quienes danzar entre remolinos de carne viva y sexo llameante. Koan la boca. Koan las lenguas que se exploran. Koan el beso compartido, comprimido y exprimido. Koan la vulva atragantadora que te deja huir sólo un momento para que regreses y te hundas definitivamente. Koan el ano constrictor, templo del kundalini invertido. Mi pene no filosofa ni es miembro de ninguna hermandad religiosa. Se bautiza a sí mismo siempre que se sumerge en la tibia humedad de las vaginas. Cuanto más erecto esté para agrietar una vagina, un ano o una boca, menos sabrá de interrogantes y cuestiones metafísicas. No tengo tiempo para koanes. El acto sexual es la solución para todos los koanes que se han formulado en la historia del budismo zen. Hay un libro llamado El sonido de una mano.281 koans zen con respuestas. En el cuerpo de la mujer que se desea, están las soluciones para todos los koanes que nunca se han formulado.
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