Desde Molina a Molina pasando por Oviedo (Diario).
Publicado en Mar 25, 2012
A veces me gusta cruzar vivencias diversas y de diversas índoles, que tienen algunos puntos de contacto entre ellas, para hacer más atractivo mi Diario y no caer en el aburrimiento; porque bastante aburrimiento hay en la sociedad de consumo cómo para ser solamente un aburrido, ¿verdad, amigo terriblemente sicero Luis?, y a eso me referiré a su debido tiempo. Advierto que estas páginas de mi Diario son algo muy especiales y, por eso, después de unos cuántos párrafos empezaré a narrar en primera persona no con espíritu de venganza ni de revanchismo (ambas cosas no han formado jamás parte de mi manera de ser) sino para aclarar algunos puntos del pasado que quedan todavía por aclarar y dejar bien definidos. Así que el terriblemente sincero de mi amigo Luis no tiene por qué sentirse ofendido o al menos eso creo yo; pero sólo las escribo en mi Diario para no olvidar que sucedieron pero por supuesto que no suponen nada más que eso.
El caso es que Molina era el apellido de un chaval sencillo, una excelente persona, un formidable compañero y un humilde futbolista de mi inolvidable equipo Esparta de San Isidro de Madrid. Éramos solamente estudiantes del Insituto San Isidro de Madrid; pero a mí me alegraba el ánimo con poder jugar al fútbol junto a chavales como Molina que, quizás, no tenía demasiada técnica con el balón en los pies, pero tenía un gran corazón y el alma de un verdadero luchador. Gracias a futbolistas como él, aquel Esparta de San Isidro de Madrid (para que sepas lo que es el fútbol, Luis, amigo terriblemente sincero) era casi invencible. Se perdía alguna vez que otra; pero eran muchísimas más las victorias. Yo nunca he olvidado a aquel chaval apellidado Molina, y no sólo por su sencillez, por tener un excelente corazón y humildad sincera, sino por su valentía. Tuvo tanto valor que él fue (junto con algunos más de los componentes de aquel tan sencillo equipo de fútbol que tuvimos que comprar la camiseta, los pantalones de deporte y las medias de fútbol, en El Rastro madrileño pues nuestros bolsillos estaban tan vacíos que debíamos de trasladarnos a pie para poder ahorrar y pagar el uso de los terrenos de juego y no como otros que tenían tanto como para jugar en espléndidas canchas) el que le dijo al prepotente Emiliano que los del Esparta de San Isidro de Madrid no le querían a él ni como líder ni como capitán de su equipo, que se fuera con viento fresco por donde había venido (todavía recuerdo aquel partido en el que me negué en rotundo a marcar ni un sólo gol contra mi querido Esparta de San Isidro de Madrid aunque un buen susto les di al estrellar un balón en el poste) porque su verdadero líder y su verdadero capitán era solamente, y decidido por todos ellos, Pepe (entonces todavía no se me conocía como Diesel). Aquello que Molina dijo de que yo era el mejor jugador del Esparta de San Isidro de Madrid, no me llenó de orgullo, ni me llenó de vanidad, ni me llenó de soberbia (nunca he sido orgulloso, ni vanidoso ni soberbio como tú, terriblemente sincero amigo Luis) sino que me llenó de agradecimiento hacia él. Cuando el Esparta de San Isidro de Madrid tuvo que disolverse (porque habíamos crecido un poco más como hombres) ya nunca más supe de aquel chaval apellidado Molina, pero jamás le he olvidado. ¿Puedes decir tú lo mismo sobre mí, amigo terriblemente sincero Luis? ¿Puede decir tú lo mismo sobre mí que, sin embargo, jamás te traicioné nunca porque simplemente creía que eras un amigo verdadero?. Años después conocí a otra persona también de apellido Molina. Esta vez no era ningún sencillo y humilde jugador de fútbol sino una ¿compañera? del Banco Hispano Americano de Madrid (Oficina Principal). Para ser más exactos, del Centro Compensador. Aquella tal Ana María Molina para mí no significaba nada pero la respeté siempre (como he respetado siempre a todos los compañeros y compañeras a pesar de que muchos de ellos no se lo merecían) pero ella no hizo lo mismo conmigo y me llamó chulo cuando quienes la chuleaban a ella y a otras como ella era aquel al que tanto defendía (el rizitos de oro Luis Miguel) y otros como él. Aquella tal Ana María Molina debería tener un despiste monumental hacia mi forma de actuar como hombre porque debería haber sabido, antes de decir majaderías, que yo jamás he chuleado a ninguna mujer, y menos todavía a las que eran mis compañeras de trabajo (ni de otros lugares tampoco por cierto). Si se estaba refiriendo a Pili debería saber que yo nunca jamás la molesté en ningún sentido y que sólo era, para mí, una excelente compañera y excelente amiga hasta que se metieron por medio, riéndose como majaderos precisamente, los que sí eran de verdad chulos. El caso es que aquella tal Ana María Molina, a la cual yo respeté siempre mientras otros eran la que le llamaban trotaconventos, no supo nunca que yo, en realidad, guardaba silencio (como siempre hacía en aquel tiempo) para aprender mucho sobre la vida y que ella debería haber hecho lo mismo en vez de hablar sin sentido alguno. Para mí, insisto, aquella tal Ana María Molina no me despertaba ninguna clase de interés (y por eso casi nunca o nunca hablaba con ella) pero jamás la insulté como si hicieron los que ella defendía (tal vez el ricitos de oro Luis Miguel o tú mismo, terriblemente sincero amigo Luis). Hablando de Pili (hacia la cual sólo mostré compañerismo y amistad noble) ¿por qué no te atreviste tú, amigo terriblemente sincero Luis, a decirle lo que querías que le dijera yo aunque no te hice ni puñetero caso? ¿No sería que tú no sudabas nunca porque no trabajabas ni la centésima parte de lo que trabajaba ella ni la centésima parte de lo que trabajaba yo? ¿No sería que tú podías ducharte 3 ó 4 veces al día, aunque no dieses ni un palo al agua, porque pertenecías una familia que podía permitirse el lujo de pagar cualquier clase de factura del agua por muy elevada que fuese? ¿No te acuerdas ya de que yo me fui de Compensación Bancaria no por culpa de Pili sino porque había aceptado la apuesta que tú me planteaste de irnos del Centro Compensador? ¿Alguna vez aclaraste esta verdad a alguien, amigo terriblemente sincero, o callaste guardando silencio cuando otros decían que yo había huído? ¿Me has visto huír alguna vez ante una chavala que resulta que era una gran compañera y una estupenda amiga? Bueno. El caso es que resulta que aquel futbolista humilde y la tal Ana María tenían el mismo apellido de Molina... ¡pero qué diferencia de manera de ser entre ellos y qué diferente manera de actuar de ellos! Y ahora que espero que la tal Ana María Molina haya entendido lo que no sabía entender y sabido quienes eran los chulos de verdad y no confundir a quien la trataba con repeto y no como aquellos a los que tanto adoraba, voy a entrar en el tema particular contigo, amigo Luis, porque ya es demasiado aburrido seguir y seguir la senda (y después hablaremos de eso del aburrimiento) escuchando una y mil veces a nuestro amigo común Carlos decirme continuamente que tú eres terriblemente sincero. Voy a ver si yo también soy más sincero que tú, menos sincero que tú o, al menos, tan terriblemente sincero como tú, para dejar ciertas cosas en claro que tú no has querido nunca aclarar porque no te convenía aclararlas. Entre la historia del noble chaval jugador de fútbol apellidado Molina y la ignorante ¿compañera? apellidada Molina a la cual la llamaban trotaconventos aquellos en que ella había depositado su confianza pero a la cual yo nunca insulté, ni molesté ni tan siquiera la miré nunca mal (porque no me resultaba interesante pero siempre la respeté y vuelvo a insistir en lo del mismo apellido pero qué diferencias de personalidad más grande) ocurrió la historia de Oviedo. ¿Recuerdas, terriblemente sincero amigo Luis, a Oviedo? Todos los días me repite continuamente nuestro amigo común Carlos que tú siempre has sido terriblemente sincero. ¿Es cierto eso, terriblemente sincero amigo Luis, o hay algunas "lagunas" en la memoria que demuestran que no es tan exacto el asunto? Así que voy a intentar ser más sincero que tú, menos sincero que tú o, al menos, tan terriblemente sincero que tú, no por ninguna cuestión de nada malo sino para que en mi Diario quede escrito para siempre no vaya a ser que llegue la amnesia colectiva y nadie se acuerde de nada. ¿Qué pasó con Oviedo, amigo terriblemente sincero Luis? ¿Qué te contó Fernando Oviedo, que por cierto todavía estaba en la edad del destete maternal, para que le dijeras a él que lo que pasaba era que yo tenía envidia de ti? ¿Por qué no te atreviste, amigo terriblemente sincero Luis, de venir a decírmelo a mí personalmente? Tú que siempre has sido tan religioso, tan formal, tan inflexible en las buenas costumbres ¿cómo es que olvidaste que, según las buenas costumbres, cuando se tiene un problema con alguien, sobre todo si ese alguien es un amigo verdadero como lo era yo de ti, la manera educada y correcta -algo que te gustaba siempre a ti ejercer con total rectitud e inflexibilidad- es la de acudir personalmente a ese amigo y preguntarme por qué tenía envidia de ti? ¿Le dijiste o no le dijiste a Fernandito Oviedo que yo tenía envidia de ti? ¿Se lo dijiste acaso porque yo ya tenía no solamente el título de Bachiller Superior sino aprobado el Curso de Preuniversitario mientras tú sólo tenías estudios primarios y eso que yo te aplaudí cuando le diste un puñetazo a uno de Cuentas Corrientes que se reía de ti precisamente por eso? ¿Se lo dijiste acaso porque yo estaba feliz y contento en un Negociado que no había sido el que yo había pedido pero que resulta que tenía una compañera de mesa realmente guapa y atractiva pero que no te voy a decir su nombre porque no te mereces que te lo diga mientras tú habías ido a un Negociado elegido por ti porque eras un enchufado ya que tu abuelo había sido el Jefe de Personal y era uno de los mayores accionistas de Banco Hispano Americano pero estabas solamente rodeados de loros, urracas, cotorras y cacatúas? ¿Se lo dijiste porque a mi siempre me conquistaban las chavalas más guapas e interesantes del Banco mientras tú no te comías ni una sola rosca cuando intentabas solamente ligar un poco con alguna de ellas? ¿Tenía yo envidia de tí o tenías tú envidia de mí, amigo terriblemente sincero Luis? ¿Por qué, si eras tan sincero, no viniste a solucionar aquel asunto a mí en vez de decírselo a Fernandito Oviedo? ¿Sabes en realidad qué le dije yo a aquel niño todavía en la fase de destete maternal y en qué sentido se lo dije? ¿Era o no era verdad? Quiero, para ser por lo menos tan terriblemente sincero como tú, no vaya a pensar nuestro amigo en común Carlos que yo no soy nada sincero comparado con tu enorme sinceridad, aclararte que te engañaron Encarnita y Alicia y también te engañó el infantil de Fernandito Oviedo. Porque yo sí tenía amistad sincera hacia ti y no era tan falso como tú hacia mí, y sólo para que se entere nuestro amigo en común Carlos, es por lo que te avisé que Encarnita y Alicia (contra quienes no tenía nada en contra porque las consideraba buenas compañeras y buenas amigas mías) me habían dicho que preferían que se sentase junto a ellas aquel tal Balseiro (conmigo) en vez de tú en la Academia Rogelio y que por eso les había molestado que tú le echases de la silla un día que ocupó tu lugar. ¿Era verdad o era mentira lo que te dije yo a ti porque te consideraba un verdadero amigo y con los amigos hay que ser terriblemente sincero para ser verdadero amigo? ¿De dónde sacaste tú esa idea de que yo te quería quitar el amor de Encarnita y por eso dije aquello, terriblemente sincero Luis? ¿No te dabas cuenta de que yo jamás me crucé en el camino de ningún compañero (fuese amigo o enemigo) si se había fijado en alguna chavala y me apartaba silenciosamente, guardaba mutismo y dejaba el camino libre en vez de ser tan pesado como tú que no aguantabas que ella te dijera que no e insistías mil y una veces aunque ella te rechazaba una y mil veces, haciéndote más pesado que una vaca en brazos, cuando yo jamás lo intentaba más veces con ninguna que me decía por una sola vez que no? Pregúntale si quieres, con tu terrible sinceridad, a nuestro amigo en común Carlos porque él sabe muy bien de qué te estoy hablando ¿Era yo el que me acercaba a Encarnita o era Encarnita la que se acercaba a mí, amigo terriblemente sincero Luis? ¿Fuí yo sincero o no fui yo sincero cuando te dije, porque te consideraba un amigo de verdad, que Encarnita se iba a casar con un Luis que no eras tú sino Luis Durango? ¿También te decía yo eso como maniobra para quitarte el amor, que no existía, de Encarnita hacia ti? ¿De dónde sacaste también la idea de que Alicia estaba enamorada de ti? Conoce, para que te enteres, que la verdad es que te mintieron y quizás ahora ya sepas por qué hace muy pocos años Encarnita -por supuesto que casada con Luis Durango y no conmigo para demostrarte que yo no estaba intentando quitarte su inexistente amor hacia ti- te hizo aquella inesperada llamada telefónica en la que quizás, entre otras cosas que no me importa conocer porque nunca he sido un cotilla como tú, estaba dispuesta a contarte que ella y Alicia habían mentido porque le daba pena decirte la verdad y que yo sí te había dicho la verdad porque te consideraba un amigo verdadero, terriblemente sincero Luis. ¿Entiendes ahora por qué había escrito yo aquella Redacción Literaria que pidió Rogelio y que me hizo leer en público para que tú te enteraras, de una vez por todas, lo que eran las falsas amistades, que era el argumento de aquella redacción a la que Rogelio dijo que estaba muy bien dicho? ¿Te has enterado ya de qué iba todo aquello, terriblemente sincero amigo Luis? ¿Sabes o no sabes todavía lo que es una verdadera amistad?. Sigo con la sinceridad, amigo terriblemente sincero Luis para ponerme, al menos, a tu altura no vayas a pensar que quiero, con esto, ser un prepotente como tú sí lo eras. ¿Por qué dijiste de mí, y cuando Carlos estaba como testigo presencial, en una cafetería de tu querida y mi más querida Calle Mayor de Madrid, muy cerca de la pastelería La Mallorquina para que hagas buena memoria, que yo me creía el más guapo del Banco como si fuese uno más de toda aquella tropa que se las daban de guapos y muchos de ellos solamente ordenanzas nada más? ¿Cuándo me oíste a mí alguna vez decir o tan solamente insinuar tal cosa? ¿Cuándo me viste a mí alguna vez actuar en ese sentido? ¿Alguna vez me viste a mí presumir de guapo fuese o no lo fuese porque eso para mí no tenía casi ninguna importancia para ser enteramente verdadero? ¿No sabías en aquel entonces o no lo sabes todavía que yo nunca pertenecía, ni pertenezco ni perteneceré jamás al mundo de las vanidades de los vanidosos? ¿No te lo demostré tantas veces como fuese necesario que nunca jamás actuaba de manera vanidosa sino de manera natural? ¿Puedes decirme en qué momento de nuestras mutuas aventuras me viste presumir de guapo; cosa muy diferente a lo que sucedía contigo? Sigamos con otro asunto. Entremos en eso del aburrimiento y recuerda... recuerda cuando me dijiste que yo era un aburrido... porque resulta que yo sí lo recuerdo. Y ahora seamos terriblemente sinceros, terriblemente sincero amigo Luis. ¿Quién era el aburrido de nosotros dos? ¿Era yo el aburrido cuando tenía que soportarte tantas tardes y tantas noches enteras aquel tostón que me dabas en cuanto a tus sentimientos por Encarnita cuando nadie te los quería escuchar salvo yo? ¿No te acuerdas que yo, el aburrido según tú, harto ya de tanto tostón intentaba distraerte con algún otro tema aunque tú seguías más pesado que el plomo con la misma tabarra? ¿Era yo el aburrido cuando era el único o casi el único que hacía, de vez en cuando, sonreír o reír a toda aquella pandilla de universitarios, estudiantes del ICADE y otros chicos y chicas de altos estudios? Si yo era tan aburrido... ¿por qué me invitábais tantas veces a vuestras aburridas reuniones y a vuestras aburridas excursiones? ¿Era acaso menos aburrido tu gran y admirado amigo Agustín Roncero -por cierto que pregúntale también a Carlos lo gracioso que era el tal Agustín Roncero para que sepas la verdad- que tanto os hacía reír con sus absurdas bromas pesadas, fatuas, engreídas y que, además, se burlaba de tus dos hermanas a tus espaldas? ¿Acaso yo ofendí alguna vez a tus dos hermanas o alguna de ellas como él sí que hacía mofándose de las dos al mismo tiempo? ¿Cuándo fue aquella vez que se ofendieron tanto conmigo y las mandé callar que la verdad es que no me acuerdo? ¿Y por qué siguieron hablando si es que acaso yo las mandé alguna vez callar? ¿De verdad no son contradiciones mentales tuyas? ¿Quién era el más aburrido de nosotros dos, terriblemente sincero Luis, cuando entrábamos en algunos locales nocturnos para que tú hicieras ciertas cosas que yo nunca jamás tuve necesidad de hacer? ¿No recuerdas que yo sabía olvidar siempre de pie mientras tú intentabas siempre olvidar de otra manera? No te lo voy a detallar porque tú bien sabes a lo que me refiero y si quieres puedes decírselo, con todo mi permiso, a Parejo, al "Nene" y a todos los demás "nenes" de la UGT (no te olvides de Justo, Pancho, Sestafe, Veguillas, Martín, Pérez, Casas, Culebras, Machón y todos los demás) que tú debías de conocer mucho mejor que yo porque estaban siempre trabajando en Departamentos tan "de lujo" como el tuyo aunque eran sindicalistas? ¿Sabes cuántas veces te defendí yo a tí ante el acoso o la amenaza de los demas y te pongo por ejemplo aquel día en que un camionero no te estranguló con sus forzudos brazos, por haberle hecho tú la fea costumbre que tenéís los machista de hacer el signo de los cuernos con los dedos, solamente porque yo le pedí disculpas mientras tú, que eras el culpable, te quedaste mudo del miedo que tenías? ¿Y cuántas veces me defendiste tú a mí cuando tuve la necesidad de que algún amigo saliera en mi defensa ante el ataque brutal de toda aquella jauría de envidiosos que me acorralaba y tú tomaste la huida como abandono? Por cierto... ya que eres tan terriblemente sincero con nuestro común amigo Carlos... ¿cuándo fue verdad eso que dijiste, otra vez con Carlos como testigo, de que yo te saludaba en la calle pero dentro del Banco no lo hacía cuando tú y yo sabemos que era al revés, que eras tú quien no me saludabas dentro del Banco y solamente lo hacías en la calle y con Carlos presente porque a solas conmigo no hubieses sabido explicarme bien por qué lo hacías? ¿Era yo o eras tú el que negaba el saludo a cualquier amigo dentro del Banco cuando yo era capaz hasta de saludar a mis propios enemigos y siempre con una sonrisa amistosa? ¿Tú que eres tan terriblemente sincero, según Carlos dice continuamente de ti, hubieses sido capaz de hacer aquello?. Escucha bien lo siguiente, terriblemente sincero amigo Luis: por culpa de gente como tú (y todos los demás que eran tan traicioneros como tú) yo tuve que conocer, durante un período de mi vida, la soledad, la tristeza y el abandono cuando sólo tuve la infaltable compañía de Jesucristo y Mi Princesa; pero tuve que experimentar lo que era la soledad, la tristeza, el abandono y hasta el dolor, sobre todo por culpa de personas tan terriblemente sinceras como tú, amigo Luis. Menos mal que Alfonso Ondaro Vargas y las chavalas guapas e interesantes de verdad fueron las excepciones que confirman siempre la regla (por supuesto que contando siempre con Jesucristo y Mi Princesa) porque Ondaro sí que era un verdadero hombre (con permiso de Jesucristo) y las chavalas guapas e interesantes (con permiso de Mi Princesa) eran el único verdadero motivo que me hacía soportar aquel durísimo infierno que tuve que soportar, siempre de pie, y díme ahora tú, terriblemente sincero amigo Luis, ¿dónde estabas tú entonces, donde estaba tu compañía cuando yo había perdido tantas tardes y tantas noches haciéndote, anteriormente, compañía a ti cuando necesitabas la compañía de alguien?. No te procupes. No te voy a pedir ninguna recompensa a cambio de las ayudas que te di y no te voy a pedir ninguna clase de reparación por el abandono que recibí de tu parte. Gracias a todo aquello más cerca de Jesucristo y Mi Princesa me pusísteis todos vosotros sin quererlo. La enorme diferencia que existe entre tú y yo es que cuando tú te fuíste del Banco no sólo no pasaste ninguna necesidad económica alguna sino que tu familia te regaló un nuevo y lujoso automóvil y, por supuesto, encontraste siempre trabajos rápidamente, mientras que cuando me fui yo del Banco los chupsangres de turno (de cuyos nombres y apellidos ya ni me acuerdo ni deseo recordarlos para nada) me dieron una miseria de indemnización que solamente gracias a las extraordinarias capacidades que tiene Mi Princesa para saber, con la siempre presente ayuda y apoyo de Jesuscristo, aumentar por diez, o por cien, o por mil, o por lo que desee Dios, lo poco que recibí del Banco después de haber dejado yo sangre, sudor y hasta lágrimas por el Banco. ¿Hiciste tú lo mismo alguna vez, terriblemente sincero amigo Luis por el Banco que te dio tan suculenta indemnización por no haber trabajo ni la centésima parte de lo que trabajé yo? ¿No eres tan terriblemente sincero? Espero que como eres tan terriblemente sincero, amigo Luis, hayas aprendido lo que es ser un fiel trabajador para la Empresa que te paga (a pesar de los chupasangres) y fiel a los compañeros (amigos o enemigos). Todo esto lo pongo en conocimiento de mi Diario personal, para que la próxima vez que te acuerdes de la madre de alguien (y me refiero a ese h.p. que tanto os gusta decir a los machistas como tú) tenga mucho cuidado en saber a quien se lo dices; puesto que aquel día, a primeras horas de la tarde y en tu querida y mi más querida Calle Mayor de Madrid (para que no lo olvides ni tan siquiera un momento como dice la canción) te salvaste de que no te pegase yo a ti un par de hostias bien dadas (porque te las habías merecedio) solamente por dos cosas: en primer lugar, porque tuviste la suficiente habilidad y cobardía de esconderte o bien en el portal de la vivienda de tus padres, o bien en alguno de los bares de por allí, o bien ocultándote en las estrechas calles de los alrededores; y en segundo lugar, porque soy cristiano y nunca aplico la violencia física aunque te podía haber roto la nariz de un solo tortazo. Así que no sé por qué tuviste tanto miedo (y a mí no me dio miedo que fueses acompañado de un gorila guardaespaldas lo cual me daba exactamente igual) porque lo único que hice fue buscarte para que me aclarases racionalmente por qué me habías llamado h.p.? (por supuesto que acompañado del gorila guardaespaldas porque a solas no te hubieses atrevido). Porque si estaba relacionado con cierto asunto ocurrido en la Costa Brava debes saber que no fui yo quien extendió la noticia por el Banco sino otros como el rizitos de oro Luis Miguel y algunos más como él. Para que lo sepas. Y ahora yo te pregunto, terriblemente sincero amigo Luis, ¿por qué te acordaste tan mal de mi madre cuando yo a tu madre siempre la respeté y nunca jamás dije ese insulto ni a tu madre ni a la madre de nadie aunque te lo merecieses porque es lo más bajo y rastrero que se puede hacer con una mujer que es madre? Por cierto, hablando de otros temas para olvidar ya lo del h.p. que hasta asco y repugnancia me da tan siquiera insinuar dicha palabrota propia de imbéciles y cretinos que se creen más hombres cuando la dicen en público, ¿cuántas veces has estado tú en los barrios madrileños donde vivían, en aquel entonces, los más pobres y los más necesitados de la capital de España y digamos por ejemplo las barriádas de El Pozo del Tío Raimundo, Las Latas, La Elipa o El Carmen por no citar a todos en los que yo sí que estuve viendo la verdad de sus vidas? ¿por qué no se lo confiesas alguna vez a tu gran consejero espiritual, tu tio jesuíta del cual me hablabas tanto a tiempo como a destiempo, tan sabio, magnánimo y misericordioso como tú me decía que era? Yo te prometo que mi errores, mis decuidos, mis fallos, mis eqiivocaciones y mis pecados se los confieso no a un sabio, magnánimo y misericoridos jesuita que quizás tenga muchos errores, muechos más descuidos, muchos más fallos e oncluos muchos más pecados o más graves pecados que yo, sino directamente a Jesucristo. Como hiperrreligioso que eres no sé si lo podrás comprender o por eso precisamente no lo podrás comprender nunca. En cuanto a los compañeros de trabajo, de los que tanto me hablabas, ¿se puede saber en cuantás reivindicaciones, marchas, luchas obreras y manifestaciones públicas estuviste tú para luchar por sus derechos? Yo he estado en tantas que no las puedo recordar todas pero te aseguro, poque intento ser, al menos, tan terriblemente sincero como tú, que nunca te vi en ninguna de ellas al lado de los que luchábamos de verdad. Pero bien que eras de los primeros en recoger las ganancias de nuestras luchas. No sólo fuiste un esquirol sino... ¿y por qué no lo has dicho nunca a nuestro amigo común Carlos con lo terrblemente sincero que eres, amigo Luis?... que cuando abandonaste, con toda clase de lujos, el Banco... lo primero que hiciste fue delinear (porque delineando eras sensacional) todo un cuadro completo, toda una tabla completa, de los salarios que debían de cobrar los trabajadores españoles de cada oficio y, mira por dónde, cuando ya no estabas tú en el Banco bien que nos situaste en los niveles más bajos e ínfimos de aquella tabla de sueldos y, cómo no, subiste a los primeros niveles de aquella tabla de sueldo a tu nueva profesión de delineante o diseñador y mandaste urgentemente tu Tabla de Salarios al Presidente del Gobierno de España. ¿Por qué no le has dicho tú eso a Carlos, ya que eres tan terriblemente sincero con él?. Pues resulta que es cierto porque me mostraste tu Tabla y, además se la enviaste rápidamente al Gobierno de España. O sea, que no sólo eras un esquirol sino que eras un traidor a tus propios compañeros de trabajo (sean quienes sean o se lo merezcan o no se lo merezcan) lo cual yo jamás lo hubiese hecho ni lo haré jamás. Por último hablemos de "Curro" y "Chester". Los dos eran perros setter irlandeses de color canela: el mío más fuerte y guapo que el tuyo por cierto pero eso no tiene ahora importancia. ¿Le has dicho a Carlos que tu "Curro" fue solamente un capricho de niño de papá o niño bien que te regalaron para perder el tiempo con él y no aburrirte demasiado mientra comía los mejores productos de los mercados, mientra que mi "Chester" fue una necesidad que tuve para poder superar con su fiel compañía aquellos momentos de soledad y abandono en que me habíais querido hundir todos vosotros por envidia personal y por celos de Mi Princesa, y que comía lo que le dábamos de nuestras comidas familiares?. No escribo estas páginas de mi Diario como venganza ni como revanchismo sino para no olvidar jamás el calvario que me hicistéis sufrir los terriblemenmte sinceros amigos como tú y, de esta manera tan literaria y no violenta, poder superarlo definitivamente. Nota Adjunta.- Ahora vas y, con mi total permiso y responsabilidad, se lo cuentas con tada clase de detalles a Emiliano (de quien puedes encontrar fácilmente su teléfono en la Guía Telefónica de Madrid) y a sus dos adláteres traidores y les dices, de mi parte, que cuando quieran vuelvan a intentarlo, ahora que mi padre y mi madre han muerto y no pueden inteceder por ellos ya que Emiliano había engañado a todos, si es que se atreven. Y les cuentas, de paso, que ya les he enviado al carajo a todos ellos (incluyendo, por supuesto, al paleto albacea) y que llenen las alforjas de la herencia, que están más vacías que sus cerebros, con todos las pepitas de oro que encuentren en el río Manzanares, en La Pedriz de Madrid para ser más exactos porque quizás les traiga "lindos" y "bellos" recuerdos a sus memorias. Y en cuanto a tí, no te preocupes que no te voy a pegar, y pásame la factura de todos los céntimos de peseta que te debo; no vaya a ser que vayas diciendo que te debo algo. Si por haber sido tan terriblemente sincero contigo como tú eres tan terriblemente sincero según dice Carlos, pierdo tu amistad... no me preocupa en absoluto porque no sería la primera vez que lo haces. Por favor no me mandes más correos a mi email porque no los estoy leyendo ni los voy a leer. Sigue tu camino y encuentra la paz y la felicidad pero olvídame por favor.
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