EL DESFILE
Publicado en Mar 26, 2012
Beber un café por la mañana en la cafetería del Pedro Juan Gutiérrez sin hablarle de su Trilogía sucia de La Habana. Mientras bebo observo el desfile por el andén. Por la mañana en su cafetería tal andén no es el mismo. Ni yo soy el mismo. Pero sí son las mismas aquellas personas que en el pueblo fallecieron años atrás. Muchos años atrás. Todavía, cada uno con sus anhelos y su ropa de siempre. Sus mismos apegos, sus tristezas e iguales resentimientos. El rostro de siempre. Igual de muertos que cuando estuvieron vivos. Es un desfile de adultos. Nunca ningún niño. Tiempo atrás cuando vine a la cafetería del Pedro Juan, observé una niña con un perro negro. Sonreía. Miraba hacia otros lugares y ha sido la única persona que he visto sonreír. Mientras vacío el pocillo los muertos se desvanecen lentos, de su cabeza hasta sus pies. Me resta la alternativa de solicitar una aromática y no verlos más o exigir otro café para que el íntimo espectáculo se reanude. Bien oscuro y más caliente, señorita, con dos sobres adicionales de azúcar. Para asistir al desfile que comienza con el primer sorbo de café, con nuevos muertos caminando en la misma dirección. Apresurados como los vivos. No se dan cuenta que los observo mientras disuelvo el azúcar en el pocillo. Puedo concentrarme largo rato en el crucigrama y cuando levanto la mirada allí siguen, pasando sin pasar. En la cafetería hay poca gente. Levanto el brazo y saludo a los muertos aunque no me determinen. Por las noches otro café. Varios pocillos de café muy caliente, señorita. Entonces paso al andén del frente, sin muertos, sin nadie vivo y camino despacio hacia el lugar donde quedaba mi apartamento.
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