NIO Y ANCIANO POR LAS CALLES
Publicado en Mar 26, 2012
Que el ciego es Franz Kafka y su inseparable lazarillo, Jorge Luis Borges. Así me agrada imaginarlos. Cierro mis ojos y los veo en un cortometraje. Con la extensión que yo desee. Lo visualizo más nítido que si observara fotografías del uno y del otro. Cuando salgo a su encuentro por alguna calle ambos me ven pasar frente a ellos. La mirada perdida de Kafka es más penetrante. Ni saludos ni autógrafos. En mitad del andén o cruzando una calle vacía se detienen y me observan. Sus edades no son definidas, varían de acuerdo con la intensidad de las sombras ajustándose a la arquitectura de los lugares por donde deambulan noche y día. Me obligan a seguirlos por calles de Praga, Buenos Aires o Calarcá. Que Kafka es el niño y Borges el anciano. O que Borges es el niño lazarillo del viejo Kafka. Recorremos calles que desembocan siempre en un castillo o un sótano donde alguien escucha un interminable tango o una conmovedora canción klezmer con el lamento del clarinete entristeciendo más las calles. Cuando voy tras ellos estas son más largas. Si el niño Borges se distrae o abandona al anciano Franz en alguna calle que se bifurca, ninguno de los tres regresamos no sé a dónde. Ignoro por qué desearíamos regresar si hay palomas en las calles. Grises palomas en los alféizares de las ventanas. Palomas blancas reposando sobre los techos. La parte que me hace abrir los ojos: Escucho cuanto Borges confiesa al anciano Kafka pero nunca las respuestas de este. Creo que lo más sensato para mí es abrir los ojos, desaparecer y dejarlos que caminen solos por cualquier calle de Praga, de Buenos Aires o de Calarcá.
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