LA LUNA DE TOREI
Publicado en Mar 26, 2012
A Juan Felipe Jaramillo, monje zen, el diente de león que busqué por tantos años. Torei, maestro del detalle sutil, encontró en su camino un elefante. Lo saludó preguntándole si en la selva de donde venía había flores como esas que él llevaba en su mano. El paquidermo nada dijo, pero regresó a su sitio mientras Torei aspiraba el perfume de las flores. Más adelante, por el camino bordeado de guayacanes rosados, Torei, maestro del detalle sutil, se encontró con una prostituta cargando en sus manos un cofrecillo con joyas. Torei saludó a la hermosa mujer, preguntándole si el cofrecillo reflejado en la sombra también le pertenecía. La prostituta sonrió. Abrió el cofre y Torei puso en él una de las flores. “Me quedaré con esta moneda”, dijo Torei, haciendo el gesto de recogerla del cofrecillo que la sombra dibujaba en el suelo. No oscurecía aún, cuando Torei casi choca con un mendigo que corría en dirección suya. “Perdone, señor”, se excusó el hombre, “lo confundí con uno de los guayacanes”. Torei vio que sus brazos se llenaban de ramas. Vio sus ramas cargándose de hojas y una flor creciéndole en la mano derecha, entre los dedos pulgar e índice. “Amigo”, interrogó el maestro del detalle sutil al mendigo que se recostó a su lado, cerca del cálido tronco, “¿puede indicarme dónde queda la luna llena?”. El hombre respondió: “Si en tu camino encuentras un elefante, regálale una flor. Si encuentras una prostituta, obséquiale una sonrisa”. “¿Y si es un mendigo quien se encuentra conmigo?”, preguntó Torei. Y sonrió al descubrir la luna llena a su lado. Desde entonces, el maestro del detalle sutil lleva una flor marchita en su mano y la muestra a quienes deseen mirarla.
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