Los sucesos de la campanilla (Diario).
Publicado en Mar 27, 2012
Después de los primeros años de la década de los sesenta, la represión y control de la dictadura franquista en el mundo del trabajo se fue suavizando, sin que significara debilidad en el régimen como se pudo constatar por la aplicación severa que se haría de nuevas leyes. El juzgado del Tribunal de Orden Público (TOP) sentenció, entre 1963 a 1977, a 22.660 personas, la gran mayoría por elementales reivindicaciones democrática (huelga, reunión, asociación, libertad,...). A un nivel estrictamente laboral, la Ley de Convenios Colectivos de 1958 tan sólo permitía negociar el salario y la jornada, pero siempre supeditado a "las facultades privativas del Estado en la fijación de las bases mínimas laborales, que constituyen la salvaguardia del Ordenamiento Social del país". El Decreto de 1962 diferenciaba entre conflictos laboralesy puramente políticos, y así continuando con la nueva ley sindical del 1971 y la de Convenios Colectivos de 1973. No obstante, esta legislación apenas significaba avance social porque mantenía intacta la capacidad sancionadora de los empresarios -sólo en 1974 fueron suspendidos de empleo y sueldo 25.000 trabajadores y 4.379 despidos por participar en conflictos laborales-, mientras que el reconocimiento de las demandas laborales o el de los conflictos colectivos legales chocaban con grandes dificultades burocráticas. Tal situación provocaría el efecto boomerang de reacción y la toma de conciencia por una gran mayoría de los trabajadores, principalmente en las medianas empresas y grandes españolas. El pequeño soslayo del Decreto-Ley 5/1975 sobre regulación de los conflictos colectivos de trabajo fue también insuficiente: la coincidencia de la muerte de Franco con la crisis económica sin apenas cobertura social, sobrepasaban cualquier medida legislativa de reforma cuando lo que reclamábamos era la ruptura. Sería el comienzo del fin: la dictadura sin el dictador solo sobrevivió hasta junio de 1977.
Durante esta época, principalmente a finales de los años sesenta, el sistema financiero español se encontraba inmerso en procesos de mecanización y en prueba la informatización con la introducción de primeros grandes ordenadores. En los departamentos centrales de las grande entidades financieras españolas (Banco Central, Español de Crédito, Bilbao, Hispanoamericano,...), los procesos y la organización del trabajo eran esencialmente tayloristas:[2] demandaban una gran cantidad de mano de obra para la realización de tareas relacionadas con la manipulación de ingentes cantidades de información, que se realizaban en soporte de papel y posteriormente procesada en diferentes máquinas. Desde 1970 a 1976, este tipo de procesos provocó la contratación masiva de empleados jóvenes, con un perfil medio de cualificación, en los departamentos centrales de la banca privada española. Eran grandes centros de trabajo, como los Departamentos de Cartera (manipulación de letras de cambio y recibos), Valores (tareas de manipulación de títulos procedentes de la compra venta de los mismos y el control gestión de los depositantes), Extranjero (licencias de exportación e importación, transferencias de emigrantes, arbitrajes de divisas).Los recursos humanos se masificaban en estos centros, entre 50 a 100 empleados, a quienes se les imponían controles de producción casi militarizados en lugar de una organización científica del trabajo. Este modelo de banca se correspondía con la situación económica "desarrollista" de aquellos años de expansión de la economía y, sobre todo, de implantación de la sociedad de consumo en nuestro país, que demandaba bienes y servicios de todo tipo constantemente, como los instrumentos de financiación, gestión y control de y para los mismos. En este contexto y durante estos años, miles de jóvenes entre 18 a 30 años se incorporaron sucesivamente al mercado de trabajo, provocando entre ellos la conciencia política de oposición a tantas ataduras, aunque al principio casi todos les faltaban experiencia y organización. Cuando en enero de 1969 comenzaron las primeras manifestaciones de protestas de los trabajadores de Banca que empezábamos a tener conciencia obrera (por supuesto que sólo éramos unos pocos en aquel mundillo de pequeño burgueses con aspiraciones pequeño burguesas nada más), yo me encontraba todavía trabajando en el Centro Compensador de la Oficina Principal de Madrid del Banco Hispano Americano. Y una de las primeras manifestaciones que nos plantearon desde los enlaces sindicales era que, en algunos momentos de la jornada laboral, nos dedicásemos durante diez minutos continuos y sin parar, a armar toda clase de ruidos con estruendo, para demostrar que estábamos dispuestos a llegar más lejos si era necesario. Así que llegado el momento, me encontré con una campanilla que guardaba mi madre, celosamente, en el armario del comedor de nuestra casa de la calle Pizarra, número 3. Sin pensarlo dos veces cogí la campanilla y la introduje en mi equipaje "de guerra". Había decidido, por mí mismo, que la utilizaría para avisar a los compañeros concienciados de que comenzaban los minutos de ruidos espantosos y vandálicos. De alguna manera me estaba convirtiendo en líder... pero yo nunca pertenecí a ningún Sindicato a pesar de las muchas ofertas que me hicieron llegar todos los Sindicatos para formar parte de ellos (incluso hubo algún Sindicato que me ofrecía ser el líder de ellos en el Banco Hispano Americano). Dije siempre que no. Dije e hice saber siempre que yo era un luchador autónomo e independiente y que estaría dispuesto a luchar siempre que mi autonomía y mi independencia estuviese librada y liberada de cualquier ideología política pues de todo aquello de la conciencia laboral sólo me interesaba la liberación de mi propia conciencia y las ideas que mi propia conciencia me dictara. ´ De esta manera, cuando llegaba el momento adecuado de comenzar con aquellos ruidos infernales, salvajes, vandálicos y reivindicativos de nuestro derechos laborales, yo hacía sonar la campanilla para que los trabajadores concienciados que estuviesen a mi lado (muy pocos por cierto) se diesen cuenta de que se inciaba la bronca, el jaleo, aquel tumultuoso escándalo de ruidos de toda clase (arrojamientos de barras de hierro contra el suelo inclusive), cada vez más atronadores, que hacían huir a los clientes, despavoridos y llenos de miedo, hacia la calle o ir a quejarse a las más altas autoridades de aquella Oficina Principal. En cierto modo empezaba a ser un líder con conciencia pero siempre un líder autónomo e independiente y, por supuesto, yo era uno más, solamente uno más, de los que pateaban vandálicamente las chapas de las mesas metálicas en donde trabajábamos. ¡Era una gozada poder liberarse de esta manera de aquella continua frustración por haber tenido que entrar en un mundo laboral al cual yo no deseaba pertenecer! ¡Una liberación necesaria para mi espíritu y una descarga anímica totalmente necesaria para poder decir a todo quien lo quisiera entender que yo no había querido, por nada del mundo, tener que ser un empleado bancario sino alguien que se dedicara a escribir!. Posiblemente ahora he logrado eso y, entre eso, poder escribir lo que supuso de frustración para mí tener que haber estudiado Banca y tener que haber trabajado en Banca en contra de mis deseos. Como era evidente que el único que podía haber cogido aquella campanilla era yo, mi madre se dio rápidametne cuenta y comenzó a darme una de aquellas murgas que me daba de vez en cuando a pesar de que por un oído me entraban y por el otro me salían, no fuese a creer que yo me las creía. - ¿Te parece bonito lo que haces? - ¿Se puede saber qué es lo que hago? - Llevar esa campanilla y dar patadas como un salvaje en las chapas de la mesa de tu trabajo. - Para empezar no es mi trabajo sino el trabajo que me habéis impuesto y para terminar me parece muy bien lo que hago. Es lo mejor que, de momento, puedo hacer. - ¡Pues eso de tocar la campanilla se va a acabar! - No necesito para nada seguir tocando la campanilla ni seguir dando patadas a las chapas de la mesa de vuestro trabajo porque las próximas ocasiones saldré a luchar y protestar a las calles junto con los compañeros que tengan suficiente conciencia obrera; no proletaria como dicen falsameente muchos que ni ellos mismos se lo creen, sino simplemente y solamente obrera sin eufemismos añadidos para ocultar intereses políticos. - Lo que no comprendo es que un chico como tú esté mezclado con esa clase de gente. - ¿Un chico como yo?. ¿Qué quieres decir con eso de un chico como yo? - Un chico que no tiene necesidad de hacer esas cosas tan denigrantes - ¿Es hacer cosas denigrantes deciros en la cara que me hábéis impuesto un mundo laboral al que yo no quiero pertenecer? - No te entiendo ni jota... - Me entiendes demasiado bien. Posiblemente un chico como yo que entrega todo su sueldo en casa, abriendo una cuenta corriente con sus padres, para que puedan vivir siempre un poco mejor su abuela materna, su padre y su madre y no como los demás que se guardan sus sueldos en sus propias cuentas corrientes de manera egoísta, tacaña, avarienta... tenga que estar con esa clase de gentes para dar a comprender que es capaz de tener conciencia propia y que nunca voy a ser como ellos. Mi madre sólo me escuchaba atónita. - Es más. Sé postivamente que tú quieres que sea como mi hermano mayor y me lo has pedido en alguna ocasión pero te digo que jamás serés como él, que incluso te tracionará del todo a pesar de todo lo que le consientes o precisamente por ello, y que los otros dos le seguirán a él y no a mí. Por eso tengo que aprender a subsistir mediante el desarrollo de mi propia conciencia para cuando me dejéis absolutamente solo y sin nada porque me habréis despojado de todo. ¿Crees que eso me importa? Eso me importa menos que un carajo. Ellos tendrán sus buenas fortunas para, cuando se casen, poder comprarse lujosas viviendas pero poco más.. a mí me tocará empezar de cero por culpa de tu mezquindad pero podré sobrevivir porque cuando toco la campanilla es porque se me despierta la suficiente inteligencia como para saber que siemrpe seré yo hasta que me encuentre con Ella. Mi madre sólo me escuhaba atónita. - Por más que lo intente no conseguiré que jamás me expulsen del Banco, cuantos más cosas haga para que me despidan menos conseguiré que me despidan y, a cambio, mayores ofertas recibiré para aceptar mejores cargos dentro del Banco... pero ni tú, ni él al que tanto adoras, ni ninguno otro de los demás, conseguirá evitar que un día me libere definitivamente y me vaya libremente y por mi propia decisión, renunciado a sus ofertas para evitar que me una a Ella, con Ella para seguir siendo siempre un ser liberado de vuestras mezquindades. Qeu os aproveche mucho todo mi dinero con el que cada día vivís mejor... pero yo jamás seré como ellos... jamás... y por eso he tocado la campanilla... para haceros saber que nunca lo váis a poder impedir. Depués un silencio profundo reinó en la estancia y, efectivamente, en las ocasiones siguientes no protesté ni tocando la campanilla ni pateando salvajamente a las planchas metálicas de las mesas de trabajo que me habían impuesto en contra de mi voluntad; sino que luché en las calles por la reivindicación de los derechos de los trabajadores que buscábamos nuestra dignidad... aunque siempre fui y sigo siendo un joven rebelde con causa justificada, autónoma e independiente... liberado... siempre liberado... quizás solamente líder de mí mismo y de Ella nada más.
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