Mis Vacaciones (Redaccin Escolar)
Publicado en Mar 27, 2012
Ayer volví de mis vacaciones de verano. He pasado tres meses que no olvidaré jamás porque he aprendido mucho sobre las faenas del trillar y la recogida de las uvas y el comer higos a las horas en que mi tío se echaba la siesta. He aprendido a ver las cosas no como las ven los demás sino como son en sí mismas. A veces me quedaba mirando al horizonte por ver si veía aparecer algo más que el sol y entonces todo se me parecía el ancho mar y yo me quedaba soñando que era un marinero descubriendo nuevas islas que no estaban en ninguno de los mapas del Atlas que me compró mamá el año pasado. Después me tocaba tener que llevar al burro hasta la fuente para darle de beber agua. A veces los burros son más inteligentes que las personas porque se saben de memoria el camino y no hay que ir diciéndoles por dónde deben ir para no perderse. He podido comprender que a las personas muchas veces hay que decirles miles de veces por dónde están los caminos que guían a la paz de nuestros espíritus.
Una noche, después de cenar, mi tío me dejó salir a dar una vuelta por el pueblo. Estuve pensando que quizás es mejor saber mirar a las estrellas del cielo que quedarse mirando las viejas fotografías; pero luego seguí pensando que quizás lo mejor era no filosofar demasiado sobre la vida para no terminar siendo un existencialista que no sabe nada de la existencia. Recordé a mi amigo, el que se sienta siempre en el asiento junto a mi lado, y le vi, como siempre dormido... porque no sabe mirar nunca a las estrellas del cielo. Posiblemente será porque nunca nadie le ha enseñado lo que es la existencia y sólo lee las páginas de los existencialitas maduros. Y entonces me pregunté qué es ser maduro, para qué sirve ser maduro y, sobre todo, para qué queremos ser maduros. Entonces regresé a casa de mis tíos y me eché en la cama tapándome porque hacía frio. Pero pensé que si no hiciese, a veces frío, tampoco haría a veces calor y la vida sería muy triste sin poder cambiar de ropas. Y es que este verano ha sido algo especial. Por las noches ha hecho más frío que otros veranos pero por el día hemos visto brillar más el sol y hasta ha llovido tanto que he podido conocer cómo huele la tierra mojada. Es un olor distinto a todo lo que yo me había imaginado. Es un olor diferente. Pero también he podido pensar que en cuanto a los olores diferentes estar sólo durante unos minutos dentro de la cuadra es más duro de lo imaginado; porque entonces te das cuenta que el olor del heno te puede producir la sensación de que estás sudando más de la cuenta y te dan ganas de salir afuera, a respirar el aire y la brisa de los campos. Al final de este verano solo me ha quedado claro lo siguiente: al año que viene me gustaría veranear en alguna de esas islas que he imaginado y que no vienen en ninguno de los mapas del Atlas que me compró mamá el año pasado.
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