MI MUERTE
Publicado en Mar 29, 2012
Es decir, mi vida. La tuya y la mía tendrán un categórico final. Cuanto ayer vivía y estaba pleno de esperanzas, ensueños e ideales, hoy no conseguirá ser, no podrá vivir. Todo cuanto hoy está aquí a tu lado, viviendo, siendo realidad concreta, podrá no ser mañana o dentro de algunas horas. Cuando tu vida y mi vida se aproximen a su final, nada detendrá tal hecho. Ninguna oración va a servirte. Nadie ni nada escucharán tus súplicas. En realidad, ninguna creencia va a servirte para postergar o hacer menos severo ese momento. A Krishnamurti, hablando sobre la muerte, le escuché decir en una reunión en Rajghat: “Si vivimos un día por completo y terminamos con él para volver a empezar otro día como si fuera algo nuevo, fresco, entonces no existe el miedo a la muerte. Morir cada día todas las cosas que hemos adquirido – a todo el conocimiento, a todos los recuerdos, a todas las luchas- , no traspasarlas al día siguiente…en eso hay belleza; aun cuando haya un final, existe una renovación”. A mi muerte no voy a provocarla ni mucho menos a invitarla. La vigilaré desde cada forma bella donde estoy y tenga tiempo para detenerme a contemplar el mundo, a ser fragmento de cuanto me rodea, a reverenciar el espectáculo portentoso de la cotidianidad teniendo la certeza de seguir todavía aquí. No le daré la espalda. Tampoco correré a sus brazos donde me espere. No tengo afán para precipitarme en su ineludible abrazo pero tampoco considero que ignorarla es vivir mejor. Cuando mis estudiantes se han ido para sus casas, en el corregimiento de Barcelona, Quindío, donde trabajo, saco la botella de Borgoña (tinto) Pinot Noir y mientras disfruto espaciosamente, cada sorbo más despacio, una copa de este, desde su rubaiyyat Omar Khayyam, en la traducción de Félix E. Etchegoyen, me insiste: “¿Cuándo nací? ¿Cuándo moriré? Nadie puede recordar el día de su nacimiento ni prever el día de su muerte. ¡Ven, dócil bienamada! Quiero pedir a la embriaguez el olvido de nuestra crasa ignorancia”.
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