CARLOS ORLANDO PARDO: PALABRA VIVA
Publicado en Mar 29, 2012
Fundado a finales de enero de 1866 por Isidro Parra, esoterista heterodoxo y enérgico, el Líbano es un exuberante municipio del departamento del Tolima donde, junto con su producción agrícola y ganadera, resaltan sus actividades intelectuales. Territorio de fermento revolucionario, en 1929 Pedro Narváez lideró la considerada primera insurgencia armada de América Latina. Líbano, municipio fundado por un general esoterista, a 1.585 metros sobre el nivel del mar. Su crédito de ciudad intelectual lo reproduce la anécdota oficializada por su ilustre hijo, Carlos Orlando Pardo, quien debe haberla relatado decenas de veces por distintos lugares de Colombia y del mundo, donde representa las letras de su patria chica y de Colombia: "Si alguien que camina por el parque del Líbano ve un amigo escritor y a manera de saludo le grita: "¡Oiga, poeta!", de inmediato, cuantos libaneses caminan por allí cerca, voltearán a mirar, pensando que el llamado es para ellos". Y si es Carlos Orlando quien recorre el parque, o alguna sosegada calle de su pueblo, recordando la historia del poblado o gestando ideas para el desarrollo cultural de su departamento, aunque no se le llame, responderá pronto porque pocos reúnen, como él, las cualidades del novelista, del cuentista, del periodista, del pedagogo y el editor no sólo en Tolima, sino en Colombia. Quienes conocen las actividades literarias de Carlos Orlando Pardo, dan fe de ello en un ámbito donde incontables escritores son presumidos simuladores de cultura. Pardo puede repetir, con Marguerite Duras: "La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada sucede en la vida, nada, excepto eso, la vida". Palabra viva, tituló este escritor uno de sus libros, donde agrupa varios centenares de biografías de autores tolimenses. Si hay un autor que personifique múltiples elementos de la palabra viva, propia y ajena, sin egotismos de ningún tipo, ese es Carlos Orlando. Su palabra, fuente irrestañable de intelectual consagrado a su menester literario, habla con claridad de un trabajo constante y trascendente, vigoroso en cualquiera de los campos que elija para expresar su pensamiento o dar a conocer el de otros. Nació el 12 de febrero de 1947, en Líbano. Desde su edad escolar cuando organizaba periódicos murales y convocaba concursos de declamación u obras de teatro, destacándose como niño con talento para lo literario, emerge el escritor de palabra viva y generosa, que fructificará años más tarde en eventos como el Encuentro Nacional por la literatura (1980) o el Congreso de Norteamericanos Colombianistas (1991) que reunió cerca de un centenar de especialistas en literatura. Su campaña masiva de alfabetización en el Tolima, fue modelo para que se decretara una Campaña Nacional de Alfabetización durante el gobierno de Turbay Ayala, y tomando el nombre de Camina, en la gestión presidencial de Betancur Cuartas. Normalista del Instituto Ibagué. Licenciado en Ciencias de la Educación. Periodista profesional, con cinco libros sobre el tema y director de numerosas revistas y periódicos. Su libro Los últimos días de Armero (1985) es un descarnado y crítico informe periodístico sobre tal tragedia. Doctor Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar, de Barranquilla. Ocupó significativos cargos en las ramas educativas y culturales de su región, desde donde lideró un sinnúmero de eventos pedagógicos, literarios y artísticos que confirman su polifacéticas virtudes intelectuales. Ganador y finalista de varios concursos nacionales de cuento. Para la historia de la minificción en Colombia, es relievante anotar que en 1978 su minicuento El gallero recibió Primer premio en el concurso nacional organizado por El Tiempo, convocado por Daniel Samper Pizano, donde fueron jurados Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón, Álvaro Bejarano y Nicolás Suescún. "Carlos Orlando Pardo es el campeón de las doce líneas", puntualizó Gabriel García en el acta de premiación, intuyendo, tal vez sin conocer su obra, una de las cualidades que en este campo caracterizan a Carlos Orlando: los efectos de duración de sus cuentos breves, pensados con minuciosidad, donde se anatomizan personajes y ámbitos con sus verdades y dramas íntimos, familiares o pueblerinos. Para estudiosos de la literatura latinoamericana, es imprescindible citar aquí los reportajes de Carlos Orlando a escritores como Gabriel García, Vargas Llosa, Fuentes, 0netti, Agustín Yañez, Edmundo Valadés, Antonio Di Benedetto, Antonio Skármeta, Eduardo Galeano, Lispector, Miguel Donoso, Jorge Edwards, Eliseo Diego, Hernández Retamar, Britto García e Iván Egüez, y cerca de un centenar de escritores colombianos. Director de Pijao Editores, con más de 190 libros editados. La fundó, junto con su hermano Jorge Eliécer, en 1973. Ninguna editorial ha logrado en la historia del Tolima completar este número de títulos, reposando en sus volúmenes gran parte de la memoria del territorio y del patrimonio biobibliográfico del departamento. El libro inicialmente editado, Las primeras palabras (Ibagué, 1973) se publicó con sus salarios de maestros de escuela. A la lista de sus 28 libros publicados, señala Hugo Ruiz: "hay que añadir tres novelas inéditas ya terminadas que esperan sólo las últimas correcciones y otra muy ambiciosa donde el autor da un viraje de 90 grados para ingresar al territorio de la épica y la reconstrucción de tiempos históricos con lo cual partirá hacia nuevos mundos narrativos". La palabra viva de Carlos Orlando se manifiesta desde cuando, a sus 26 años de edad, publicó Las primeras palabras, donde recoge sus primeros cuatro cuentos: El regalo de bodas, Las primeras palabras de los primeros días, Ojalá salgas bien y Los resultados. Se destaca en ellos su condición de escritor de cuentos breves, constante formal a lo largo de su oficio narrativo. Mientras las formas, técnicas y lenguajes nacen, crecen, se reproducen a su gusto y mueren cuando las editoriales dejan de magnificarlas o de establecer modelos con la complicidad de algunos críticos y reseñistas asalariados, la narrativa de Pardo continúa sólida desde su época inicial, con un fresco registro de circunstancias y personajes que la mantienen moderna a pesar de las décadas transcurridas. La suya es una fluencia verbal limpia, humana, estética, que no se detiene y con el paso de los años se torna más intensa, con una carga dialéctica y crítica acentuada. La actividad literaria de Pardo se ajusta a las palabras de Robert Musil: "Mi vida: ¡Las aventuras de un viviseccionista del alma a principios del XX!". Hombre de palabra siempre en desarrollo, con matices propios y sobresalientes dentro de una valiosa generación de narradores tan influyentes en el cuento colombiano como Policarpo Varón, Germán Santamaría, Héctor Sánchez, Jorge Eliécer Pardo, Jairo Mercado, Oscar Collazos y Manuel Giraldo, entre otros. Su obra está ligada a eventos, personajes y períodos históricos de Tolima y Colombia durante los años 70 y 80, en los cuales se encuentra, según precisó Héctor Sánchez sobre Lolita Golondrinas, "La intimidad desamparada del hombre de hoy en el recuadro atroz de nuestra latente violencia". Shlomith Rimmon-Kenan, en su libro Narrativa: poéticas contemporáneas, define el cuento como la narración donde personajes y acciones se abstraen de la realidad reorganizándose dentro de otra realidad, la del texto, donde habitan los personajes y la acción se desarrolla. El cuento como soporte de una construcción y eje de una organización temporal. Tal planteamiento es válido para los cuentos de Los lugares comunes (1982), La muchacha del violín (1985) y su nuevo libro de cuentos, El día menos pensado (2007). Este con varios textos que se ajustan al canon del relato breve. Hugo Ruiz, en la presentación del volumen que reúne la obra literaria de Carlos Orlando Pardo (Ediciones Pijao, 1997) señala con acierto que Pardo dota a sus criaturas "de un ligero toque esperpéntico y cómico, grotesco, donde la risa es una mascarada pero que lleva al lector a no despegar sus ojos de la historia hasta el final, a sonreír incluso amargamente". Como cuentista y novelista, Carlos Orlando conoce los caminos de la palabra, inventa bien y expresa su invención con absoluta destreza, libre de vacilaciones y exposiciones superficiales, resaltando dentro de lo cotidiano el detalle dramático o significativo no sólo para la historia misma sino para el lector. Reorganización de otra realidad. Su estilo, ceñido a exigencias de la ficción súbita, es ágil y compacto, sin rodeos, sin adiciones literarias que hagan perder la dinámica del relato. Pasa del elemento descriptivo sintético, que se apoya en una visión de la realidad, a la edificación de un cosmos que puede estar en el inventado pueblo de Convenio o en cualquier municipio del Tolima. El menester de cuentista y novelista, con una constancia que se acrecienta a los 60 años de su autor, creando y moviendo con aplomo su cosmos de figuras provincianas o nacionales, es natural en Carlos Orlando. Narra con rapidez y describe con seguridad. Usa la frase corta. Regodeándose con el punto seguido. Galvaniza la frase, usando una sintaxis cercana al expresionismo, donde la musicalidad de Rulfo en El llano en llamas deja ver su influencia: "Papeles, habla uno. ¿Papeles? dice él. Entonces abre un legajador donde carga unos proyectos, donde carga un periódico de oposición, donde carga unas fotos del grado de la hermana, donde carga unas cartas para el jefe. ¿Si? pregunta. Identificación, repite el hombre del uniforme verdoso", y así, intensificándose la técnica a lo largo del cuento Un día no festivo. Entre las literaturas regionales, que poco interesan a editores de capital y cuyos autores no son figuras citadas a diario por revistas y periódicos capitalinos, la obra de Carlos Orlando es una de las más notables, con credibilidad nacional e internacional lograda no mediante reseñas pagas, sensacionalismo publicitario o amiguismo crítico, sino a través de una palabra viva que impone su presencia y sus valores dentro de la narrativa colombiana, con una carga ideológica y estética que sin nombrar filiaciones políticas señala hacia la búsqueda de justicia y humanitarismo. El narrador que hay en Carlos Orlando, nació en su pueblo, Líbano, en plena adolescencia, cuando sus compañeros de barrio lo eligieron para que relatara las películas a las cuales no podían asistir porque el dinero sólo alcanzaba para uno. Confiesa Pardo, al evocar al jovencito que deslumbraba a sus compañeros contando la película, en desbordado relato oral estremeciéndolos más que si estuvieran frente a la pantalla en la humilde sala del teatro: “Me gasté emocionado tres horas contando la película sin dejar nada por fuera de lo que tenía cierta relevancia". El cine, raíz del desarrollo del escritor. Pero también la lectura de historietas, tan decisivas para decenas de escritores que en dicho material de lectura arraigamos nuestro asombro original por la fantasía. Donde nos encontramos con personajes, temas, técnicas narrativas y el lenguaje, con ese universo de tramas y sucesos que desembocaría en los libros. En el oficio de escritor. Rememora Orlando: "Alquilábamos cuentos en el parque, los que siempre intercambiábamos de contrabando", mostrando la principal fuente literaria que tuvimos incontables niños de la generación nacida entre finales de los años 40 y principios de la década de los 50. El proceso creativo (Pijao Editores, 2004) es un libro de significativa brevedad del cual debían editarse millares de ejemplares para vender y obsequiar en colegios y universidades, si en Colombia hubiera respeto y reconocimiento del valor académico y pedagógico de dichas obras. En Venezuela o Cuba, se haría un "tiraje de millones de libros, con seguridad, para obsequiarlos por todas las escuelas y colegios. Aquí, Pardo profundiza en el oficio del escritor y del lector, a partir de su experiencia, sin complejas disertaciones, develando con tono didáctico que nace de su trayectoria docente, los tejidos visibles e invisibles del arte de escribir un cuento o una novela. El oficio de la palabra. El oficio del escritor, sin ocultamientos literarios, sin mixtificaciones teóricas. Libros como esta pequeña obra (80 páginas. Volumen 151. Colección Libros de bolsillo de Pijao Editores) son textos esenciales para estudiar en talleres literarios, para alumnos de literatura en universidades y estudiantes de castellano en educación media. Es recomendable, en particular, para profesores de español que deseen despertar la vocación literaria de sus alumnos y contribuir al desarrollo de talentos narrativos. En sus cuentos breves, textos que no sobrepasan las 2.000 palabras que exige la ficción súbita, y sin Pardo matricularse nunca dentro de una forma narrativa estructural determinada, pero atendiendo a que la mayoría de sus cuentos se ajustan a las exigencias formales del cuento breve, encontramos los tres pasos de la imaginación que Rulfo especifica: "El primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar, es decir, darle forma". El lenguaje de los personajes y su expresión es uno de los elementos que singularizan la narrativa de Pardo. En sus cinco libros de cuentos esto es notorio, Aún más: es uno de los factores que más atraen de su cuentística, su manejo de otras opciones para lo cotidiano, para lo común, para todo aquello que puede ser familiar a un hombre de provincia, de pueblo o de capital. Sus cuentos reúnen las condiciones básicas que para el relato breve propone Juan Armando Epple: brevedad, singularidad, temática, tensión e intensidad. EI estrato del mundo narrado y no su extensión. “Dando nombres se agranda el mundo”. Creando personajes y lugares, construyendo dramas se agranda el universo. Este es el oficio de Carlos orlando Pardo, como se comprueba en cada uno de sus libros de cuentos. La brevedad como rostro y cuerpo de la mortalidad, con una prosa limpia puesta al servicio de lo trascendente. Su palabra continúa viva, influyente, propositiva y humana.
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