HOJA DE DIARIO
Publicado en Mar 30, 2012
En el arte, todo tiende a lo funesto o lo sublime, sin términos medios. En su mayoría, toda creación artística, en lo literario por ejemplo, tiene como fundamento el caos, lo horrible. La fealdad, el sufrimiento, el desequilibrio. Todas las zozobras humanas, frustraciones y miedos del individuo. Predominan los elementos de ansiedad y locura, irracionalidad e insensatez. En la posmodernidad, toda creación es elegía al dolor en cualquier aspecto. Nos parece corriente. Convivimos con esto. Y lo deseamos. Y lo volvemos parte de nuestra vida. En la novela, en la música, en el cine, siempre despunta lo cruel, lo asqueroso convirtiéndose en algo natural para mostrarnos a nosotros mismos e identificarnos con todo ello. Como si el ser humano fuera exclusivamente dicha fealdad. ¿O eso somos? ¿No hay salvación o escape posibles? ¿No evolucionamos hacia algo mejor? Nada llena el deseo de dolor en cualquier forma, para el ser humano. Parecemos exiliados por completo de la experiencia interna y externa de lo bello. El acercamiento a formas superiores estéticas no es solo para los iluminados. Qué búsqueda tan perversa de lo feo en el arte. Lo bizarro, lo estrambótico, predominan sobre la luz y lo armónico. Nada nos satisface del continuo horror con el cual nos embadurnan los artistas modernos. Seguimos buceando por todos los fondos del alma dolorida, del espíritu en sus manifestaciones más sórdidas.
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