Son siete jóvenes mujeres alrededor de un parqués en el Mall La Avenida, de Armenia. Comparten una larga copa de algún económico licor, pasándola de una a otra. Las siete mujeres sonríen en coro aunque ninguna dice nada como para reírse o sonreír. Preciosas sonrisas. Blancos dientes. Encías rosadas. Posiblemente piensan. Todas miran hacia el parqués, lo más significativo de sus vidas en este momento. Sonido de los dados al estrellarse contra el vidrio. Deben tener entre 17 y 23 años de edad. Vinieron a jugar parqués y a mostrarse. Todas tienen cabello largo y posiblemente son de estrato tres o cuatro.  Podrían ser de estrato uno, pero se mimetizan bien. Ríen sin motivos para reír pero se les ve bien y ellas lo saben.
 
Ríen cuando los dados ruedan sobre el vidrio y sobre todo cuando alguna los coge en sus manos, los remueve y arroja con inventada elegancia de jugadora de parqués en  un centro comercial. Tiran los dados con delicadeza femenina, como si su  reciente manicure hubiera sido hecha especialmente para arrojar los dados esa tarde. Nada más les importa de Armenia, Colombia o el mundo en ese momento. Jugar parqués significa ahora, para cada una de ellas, lo vital de ser mujer. Una de ellas, antes de tirarlos, los sacude como si masturbara a su novio. Viendo sus rostros sonrientes, uno piensa: ninguna tiene el período, no defecan ni orinan. Son tiernas, delicadas y solo sonrisas, nacidas para comprar en ese u otros centros comerciales. Adquirir cualquier cosa y nada más, aunque no la utilicen. Hablan a la vez y no se escuchan. Lo esencial es que quienes las rodean puedan escucharlas y verlas y saberlas ahí, distinguida parte del mobiliario en tal lugar. Parecen ignorar a las demás personas pero observan de soslayo cuanto sucede en torno a ellas. ¿Serán expertas felatrices? Sus bocas prometen mucho. Bocas húmedas, entreabiertas. ¿Cuál de ellas es puta? ¿Serán lesbianas o bisexuales? Una de ellas saca un computador y se  destierra del juego.