ALLI DONDE LLEGUE
Publicado en Apr 03, 2012
ALLI DONDE llegue después de morir, si alguien o algo me reciben cuando posiblemente no habrá nada ni nadie a quien darle la bienvenida, esto es seguro aunque a veces uno se aferra de cualquier lenitivo religioso, teosófico, esotérico o filosófico, no emplearé saludos para el momento.
Todas esas fórmulas espirituales no me servirán de mucho. De alguna manera me adaptaré y me acomodarán. Lo confieso porque, cuando me marche, voy a irme saturado de paisaje por todos los sentidos. Y solo me perturbará no llevar en la mano una rama de eucalipto para ir oliéndola mientras camino por la eternidad. Nada más reclamaría allí. Una fresca rama, llena de perfumadas hojas verdes. Si no la merezco, entonces con una hoja seca que lleve no se me hará largo ningún camino hasta reencarnar en una rana, un colibrí, un águila o llegar a la diestra de Dios Padre y beneficiarme de algún rincón en el cielo. De un justo sitio en el Bardo. En El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché, (Urano, Barcelona, 1994) Capítulo Dieciocho, El Bardo del devenir, (páginas 347 a 358) hay unos poéticos y turbadores detalles sobre la muerte, de los cuales comparto este, mientras huelo el perfume del jazmín nocturno: “En casos extremos, el cuerpo mental puede rondar sus posesiones o su cuerpo durante semanas o incluso años. Y todavía puede ser que no comprendamos que estamos muertos. Solo cuando vemos que no proyectamos ninguna sombra, que no nos reflejamos en los espejos y que no dejamos huellas al andar, acabamos dándonos cuenta de lo que ocurre. Cada siete días nos vemos obligados a pasar de nuevo por la experiencia de la muerte, con todo su sufrimiento. Si nuestra muerte fue pacífica, ese estado mental pacífico vuelve a repetirse; si, por el contrario, fue agónica, también se repite la agonía. Y recuerde que todo esto sucede con una conciencia siete veces más intensa que la de la vida, y que en el período pasajero del bardo del devenir, todo el karma negativo de vidas anteriores regresa otra vez de una manera ferozmente concentrada y perturbadora”. Es pedir mucho para cargar allí. Entonces, si alguien hubiera para recibirme con una porción de mundo, llegaría yo con una hoja de yerbabuena cultivada en Génova, Quindío, territorio de 104 tonos de verdes. Estoy seguro que al buen Dios o al pobre demonio nadie les ha llegado hasta ese lugar con tan singular presente, una hojita de yerbabuena fresca recién arrancada de su tallo. No es fácil para ellos, ni para uno en tales condiciones, tener acceso a una hoja de eucalipto, una hoja de yerbabuena o una ramita de albahaca. En conclusión, como parece que nada de esto va a ser posible, entonces que nadie me pida cuentas por cuanto hago y gozo en el mundo que se me dio. Lo uso a mi manera con una herramienta llamada POESÍA.
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